La inmigración es seguramente para España uno de los sucesos más importantes de las casi dos décadas de este siglo. Se está empezando a vislumbrar que este fenómeno es capaz de introducir cambios en la estructura económica y social del país.
Aunque los movimientos migratorios obedecen el objetivo de mejorar las condiciones de vida, en muchas ocasiones están impulsados por urgencias vitales, provocadas por conflictos políticos, hambrunas, guerras y demás calamidades, circunstancias en las que lo apremiante es alejarse de una realidad amenazadora.
El siguiente gráfico del Instituto Nacional de Estadística español nos permite conocer la evolución de los movimientos migratorios en los primeros semestres:
Observamos en el gráfico que la recuperación de la economía española en los últimos tres años ha propiciado que aumente el número de inmigrantes, con lo que el saldo migratorio positivo (columna negra en el gráfico) va creciendo.
En el primer semestre de 2018, el saldo positivo con el exterior fue de 121.564 personas, compensando con creces el saldo vegetativo negativo español (nacimientos menos defunciones) de 46.273 personas. El incremento de entradas del exterior respecto de igual período del año anterior supuso el 23% y las salidas al exterior se redujeron en 15,6%.
La población extranjera residente en España a de julio de 2018 era de 4,6 millones de personas, que representaba el 10% de la población total. Marruecos (692.000) y Rumanía (671.000) eran los países con mayor número de personas, representando entre ambos el 30% del total de extranjeros.
En una perspectiva económica, al ser la edad media inferior a la de la población del país, los inmigrantes hacen menos uso del sistema sanitario y, por supuesto, el gasto en pensiones es muy reducido ahora y seguirá siéndolo durante varias décadas.
El aumento de inmigrantes suscita frecuentemente dudas sobre el efecto en el mercado de trabajo y en la situación del Estado de Bienestar, dando por supuesto que van a recurrir todos ellos a las ayudas sociales. Sin embargo, se sabe por experiencia, con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que el elevado aumento de población extrajera entre 2002 y 2007, de 1,9 millones a 4,5 en cinco años, no afectó a la tasa de paro y rejuveneció la población española. Aunque la entrada de trabajadores inmigrantes puede provocar al principio un incremento de gasto público, los ingresos van aumentando con las cotizaciones sociales de los contratos laborales de los inmigrantes.
A corto plazo, los trabajadores del país con características parecidas a los inmigrantes pueden encontrarse con un estancamiento de los salarios por el aumento de la oferta, pero cuando los niveles formativos de los nativos sean mayores que de los que poseen los inmigrantes, la situación cambia. Se ha podido comprobar que muchas mujeres españolas con cierto nivel educativo han podido realizar trabajos remunerados gracias a la oferta de servicios domésticos (cuidado de niños y de ancianos) de los inmigrantes.
A largo plazo, se suele citar la experiencia de la inmigración en EE.UU, el país de inmigrantes por excelencia, en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Los estudios señalan que los condados donde hubo mayor presencia de inmigrantes disfrutan, casi un siglo después, de mayor renta por habitante que otros territorio de escasa o nula inmigración. Se reconoce que los emigrantes constituyeron un colectivo relevante para el desarrollo de las economías locales.
En palabras del Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterrez, “la migración es un poderoso motor del crecimiento económico, el dinamismo y la comprensión. Permite que millones de personas busquen nuevas oportunidades, lo que beneficia por igual a las comunidades de origen y de destino."
El siguiente gráfico del Instituto Nacional de Estadística español nos permite conocer la evolución de los movimientos migratorios en los primeros semestres:
Observamos en el gráfico que la recuperación de la economía española en los últimos tres años ha propiciado que aumente el número de inmigrantes, con lo que el saldo migratorio positivo (columna negra en el gráfico) va creciendo.
En el primer semestre de 2018, el saldo positivo con el exterior fue de 121.564 personas, compensando con creces el saldo vegetativo negativo español (nacimientos menos defunciones) de 46.273 personas. El incremento de entradas del exterior respecto de igual período del año anterior supuso el 23% y las salidas al exterior se redujeron en 15,6%.
La población extranjera residente en España a de julio de 2018 era de 4,6 millones de personas, que representaba el 10% de la población total. Marruecos (692.000) y Rumanía (671.000) eran los países con mayor número de personas, representando entre ambos el 30% del total de extranjeros.
En una perspectiva económica, al ser la edad media inferior a la de la población del país, los inmigrantes hacen menos uso del sistema sanitario y, por supuesto, el gasto en pensiones es muy reducido ahora y seguirá siéndolo durante varias décadas.
El aumento de inmigrantes suscita frecuentemente dudas sobre el efecto en el mercado de trabajo y en la situación del Estado de Bienestar, dando por supuesto que van a recurrir todos ellos a las ayudas sociales. Sin embargo, se sabe por experiencia, con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que el elevado aumento de población extrajera entre 2002 y 2007, de 1,9 millones a 4,5 en cinco años, no afectó a la tasa de paro y rejuveneció la población española. Aunque la entrada de trabajadores inmigrantes puede provocar al principio un incremento de gasto público, los ingresos van aumentando con las cotizaciones sociales de los contratos laborales de los inmigrantes.
A corto plazo, los trabajadores del país con características parecidas a los inmigrantes pueden encontrarse con un estancamiento de los salarios por el aumento de la oferta, pero cuando los niveles formativos de los nativos sean mayores que de los que poseen los inmigrantes, la situación cambia. Se ha podido comprobar que muchas mujeres españolas con cierto nivel educativo han podido realizar trabajos remunerados gracias a la oferta de servicios domésticos (cuidado de niños y de ancianos) de los inmigrantes.
A largo plazo, se suele citar la experiencia de la inmigración en EE.UU, el país de inmigrantes por excelencia, en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Los estudios señalan que los condados donde hubo mayor presencia de inmigrantes disfrutan, casi un siglo después, de mayor renta por habitante que otros territorio de escasa o nula inmigración. Se reconoce que los emigrantes constituyeron un colectivo relevante para el desarrollo de las economías locales.
En palabras del Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterrez, “la migración es un poderoso motor del crecimiento económico, el dinamismo y la comprensión. Permite que millones de personas busquen nuevas oportunidades, lo que beneficia por igual a las comunidades de origen y de destino."