martes, 9 de octubre de 2018

LA HEGEMONÍA DEL DÓLAR

Hacía el final de la Segunda Guerra Mundial, representantes de 44 países emprendieron la tarea de inventar un nuevo orden económico para la postguerra. Reunidos en Bretton Woods (New Hampshire), en el este de Estados Unidos, desarrollaron un nuevo marco para garantizar la estabilidad del sistema monetario y para reconstruir los países devastados por el conflicto armado.

Aunque el economista británico Keynes defendía un sistema monetario mundial basado en una unidad monetaria no nacional, a la que denominó “Bancor”, prevaleció el planteamiento norteamericano de un sistema de intercambio basado en el dólar, vinculado al oro. 

La Reserva Federal norteamericana se comprometía a cambiar en cualquier momento los dólares por oro a razón de 35 dólares la onza troy (31,1 gramos). El precio de las demás divisas se alineaban respecto del dólar con tipos de cambio fijos. El dólar venía a ser la única moneda convertible en oro y, en consecuencia, la divisa internacional dominante.

El nuevo sistema daba ventaja a EE.UU, puesto que podía comprar todo lo que quisiera a los demás países con solo imprimir dinero, en tanto que el resto del mundo necesitaba producir bienes y servicios para conseguir dólares. El billete verde era ya hegemónico y EE.UU se había convertido en jugador y árbitro al mimo tiempo. Su ventaja comparativa era la imprenta de dólares, que le permitía imprimir billetes hasta agotar las reservas de oro.


Para 1971, EE.UU ya no era capaz de cumplir sus compromisos de conversión en oro y el presidente Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar y la adopción de tipos de cambio flotantes. El colapso del sistema, abandonando la vinculación al oro, no supuso disminución alguna en el dominio del dólar, a pesar de las importantes caídas de su valor. No se vio alternativa al nuevo “patrón dólar” y el sistema está vigente en nuestros días, con EE.UU como único proveedor mundial de liquidez, que le otorga un poder económico y político dominante.

Como divisa privilegiada, el dólar tiene una demanda constante en todo el mundo, lo cual permite que los déficits por cuenta corriente no le supongan problema alguno al país norteamericano. En cambio, son muchas las naciones, en particular las emergentes, que necesitan dólares para devolver sus deudas, por lo que tienen que vender sus monedas locales para comprar dólares. Es el reciente caso de Turquía, en plena crisis monetaria.

El incremento en la demanda hace escasear el dólar, con lo que hay que comprarlo más caro. Supone entregar más cantidad de la moneda local (la lira turca, por ejemplo), lo cual provoca su depreciación Este tipo de movimiento hace que los inversores extranjeros en países emergentes vean peligrar su capital y decidan repatriar el dinero, que provoca inestabilidad, con más ventas de moneda local para adquirir la divisa fuerte (dólares) y mayor depreciación de las monedas de los países emergentes.

La composición monetaria de las reservas internacionales, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), se encuentra dominada por el dólar, con el 62,7% del total de reservas mundiales, siguiéndole a distancia el euro con un 20,2%.

Se han llegado a promover ciertos planteamientos de sustitución del dólar por una canasta de monedas y algunos bancos centrales comenzaron a utilizar también otra monedas, pero el dólar es un medio de pago muy extendido y, además, se percibe como un depósito de valor que concede seguridad, por lo que es previsible que continúe su hegemonia durante bastante tiempo.






























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