El ahorro interno de un país constituye la fuente más importante de recursos para financiar las inversiones en capital productivo, que junto con la educación y el progreso tecnológico son los principales impulsores de la productividad y del desarrollo económico y social.
Por medio del ahorro, una economía reserva parte de su producción para generar ingresos en el futuro. La familias guardan una parte de su renta para comprar una vivienda, adquirir otros bienes y afrontar gastos en el futuro; las empresas dedican parte de sus beneficios a la adquisición de nuevos equipamientos, y los gobiernos atienden las inversiones en infraestructuras y gestionan los compromisos del Estado de Bienestar.
Según la teoría económica del “ciclo vital”, los niveles de ahorro varían a lo largo de la vida de las personas en forma de U invertida. Las que más ahorran son las personas de mediana edad, en tanto que las jóvenes y las de mayor edad ahorran poco. Este comportamiento del ahorro se debe al deseo de mantener una calidad de vida estable a lo largo del tiempo. Se ahorra cuando los ingresos son más elevados y se utilizan esos recursos para atender las necesidades en los períodos de renta menor.
En España, el incremento en la esperanza de vida y la baja tasa de natalidad están originando un crecimiento acelerado en el porcentaje de personas mayores. La consecuencia es un aumento del envejecimiento de la población que, junto a otros factores coyunturales, acaba incidiendo en el ahorro de las familias.
En el siguiente gráfico podemos observar la evolución del ahorro familiar español en la última década, en % sobre la Renta Disponible Bruta (RDB).
Como observamos en el gráfico, la tasa de ahorro de las familias españolas se ha ido reduciendo, hasta situarse en 2017 en el 5,5% de la renta disponible bruta, algo menos de la mitad de la correspondiente a la Eurozona (12,3%). La tendencia descendente se prolonga en la primera mitad del año actual, hasta quedar en el 4,4% a la altura del segundo trimestre.
El descenso del ahorro desde el comienzo de la recuperación económica es consecuencia directa del aumento que ha tenido el consumo, superior al de la renta disponible, que seguramente es debido al “consumo embalsado”, es decir, a las necesidades no cubiertas en el período de recesión, en el que se padeció la devaluación salarial.
En los años previos a la crisis había ido descendiendo la tasa de ahorro, al aumentar el consumo, incentivado por los reducidos tipos de interés y el “efecto riqueza” del auge de los precios de las viviendas y de otros activos. Con la entrada en la crisis de 2008 se inició el crecimiento del ahorro hasta una tasa del 13% en 2009, sobre todo por efecto de la precaución ante la incertidumbre.
En los próximos años, la generación “baby boom” española, que nació a mediados del siglo pasado y ensanchó la base de la pirámide demográfica, fue acumulando ahorros importantes, pero es un colectivo numeroso que está próximo a la jubilación y, con la lógica del ciclo vital, tenderá a reducir la tasa de ahorro.
Según la teoría económica del “ciclo vital”, los niveles de ahorro varían a lo largo de la vida de las personas en forma de U invertida. Las que más ahorran son las personas de mediana edad, en tanto que las jóvenes y las de mayor edad ahorran poco. Este comportamiento del ahorro se debe al deseo de mantener una calidad de vida estable a lo largo del tiempo. Se ahorra cuando los ingresos son más elevados y se utilizan esos recursos para atender las necesidades en los períodos de renta menor.
En España, el incremento en la esperanza de vida y la baja tasa de natalidad están originando un crecimiento acelerado en el porcentaje de personas mayores. La consecuencia es un aumento del envejecimiento de la población que, junto a otros factores coyunturales, acaba incidiendo en el ahorro de las familias.
En el siguiente gráfico podemos observar la evolución del ahorro familiar español en la última década, en % sobre la Renta Disponible Bruta (RDB).
Como observamos en el gráfico, la tasa de ahorro de las familias españolas se ha ido reduciendo, hasta situarse en 2017 en el 5,5% de la renta disponible bruta, algo menos de la mitad de la correspondiente a la Eurozona (12,3%). La tendencia descendente se prolonga en la primera mitad del año actual, hasta quedar en el 4,4% a la altura del segundo trimestre.
El descenso del ahorro desde el comienzo de la recuperación económica es consecuencia directa del aumento que ha tenido el consumo, superior al de la renta disponible, que seguramente es debido al “consumo embalsado”, es decir, a las necesidades no cubiertas en el período de recesión, en el que se padeció la devaluación salarial.
En los años previos a la crisis había ido descendiendo la tasa de ahorro, al aumentar el consumo, incentivado por los reducidos tipos de interés y el “efecto riqueza” del auge de los precios de las viviendas y de otros activos. Con la entrada en la crisis de 2008 se inició el crecimiento del ahorro hasta una tasa del 13% en 2009, sobre todo por efecto de la precaución ante la incertidumbre.
En los próximos años, la generación “baby boom” española, que nació a mediados del siglo pasado y ensanchó la base de la pirámide demográfica, fue acumulando ahorros importantes, pero es un colectivo numeroso que está próximo a la jubilación y, con la lógica del ciclo vital, tenderá a reducir la tasa de ahorro.
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