martes, 28 de mayo de 2019

DOS DÉCADAS DE EURO

El euro se estrenó como valor contable en 1999 y 3 años más tarde entró en circulación. Al cabo de 20 años se ha podido comprobar que los 19 países que conforman la Eurozona han tenido con el euro un impacto muy desigual en la evolución económica. El “Centro de Política Europea”(CPE), una entidad radicada en Friburgo (Alemania), ha establecido ganadores y perdedores con la utilización de la moneda única.

El profesor alemán Ralf Dahrendorf alertó ya en 1992 sobre las diferencias entre las economías de los países europeos. Mientras algunas naciones, encabezadas por Francia, impulsaban el crecimiento económico con deuda pública, otras, como Italia, se apoyaban en la elevada inflación para incrementar la demanda, y en el caso de Alemania, con una economía dependiente de las exportaciones, necesitaba sobre todo estabilidad monetaria.

Han sido ahora los economistas del CPE quienes han estudiado cómo habría evolucionado el PIB por habitante de cada país analizado si no hubiera introducido el euro, comparándolo con el comportamiento de otros países sin euro con los que tenían similitudes en variables como inflación, producción industrial, niveles de importación y de exportación, entre otras. Extrapolando lo datos han llegado a las cifras en las que se encontrarían los países europeos en 2017 si no se hubieran intregrado en la Eurozona.

En el siguiente cuadro tenemos una síntesis de las diferencias de PIB entre pertenecer al euro y la hipotética situación de haber continuado operando con las viejas monedas europeas en cada uno de los 8 países estudiados:



Según el equipo de trabajo alemán, son dos países los que más han podido beneficiarse por adoptar el euro: Alemania, que entre 1999 y 2017 pudo acumular unas ganancias añadidas de 23.116 euros en forma de PIB por habitante, y Holanda, cuyos habitantes, de media, han disfrutado de un PIB de 21.003 euros más que si no hubieran utilizado la moneda única.

Como vemos en el cuadro, entre los perdedores por la utilización del euro destacan Italia, con una diferencia negativa por habitante de 73.605 euros en PIB en el conjunto de los 18 años; Francia, con una caída de 55.996 euros, y Portugal, con 40.604 euros.
España sale menos perjudicada, con 5.031 euros de menos por habitante en el total de los años. En el siguiente gráfico podemos observar la evolución de las diferencias:



Los primeros doce años (1999-2010) la utilización del euro aporta ventajas (columnas verdes) en el PIB por habitante respecto de mantener la peseta como moneda, pero con la recesión económica resulta perjudicada (columnas rojas), aunque en los años más recientes va disminuyendo la cuantía del efecto.

Según el informe alemán, una de las principales razones de la pérdida relativa ocasionada por el euro es la disminución de la competitividad internacional, consecuencia de no poder devaluar los países la moneda propia para que las exportaciones fueran más baratas en el mercado internacional. Los industriales del norte italianos, reacios a adoptar el euro, ya argumentaban que la moneda común anularía su capacidad de devaluar la lira para hacer competitivos sus productos

Estas disparidades de crecimiento han contribuido a ampliarse la distancia entre el PIB por habitante más elevado y el más reducido en la Eurozona. Sin incluir a países del Este, mientras en la década de 1980 la relación estaba en 2,5 veces, actualmente llega a 4 veces. La divergencia se evidencia también en tasa de desempleo, desde el 14% en España al 3% en Alemania, y en salario mínimo obligatorio, desde 2.071 euros mensuales en Luxemburgo a 1.050 euros en España (900 euros en 14 pagos)

Al recién elegido Parlamento Europeo, y la Comisión que resulte, corresponde afrontar con decisión las iniciativas pendientes, tales como establecer un presupuesto de la zona euro, acordar una política fiscal común y llegar a la unión del mercado de capitales, con eurobonos respaldados por todos los países, a fin de que hagan posible un crecimiento suficientemente inclusivo entre los territorios y los ciudadano de la Eurozona.







































martes, 21 de mayo de 2019

RESTRICCIONES AL COMERCIO INTERNACIONAL

Entre las medidas restrictivas al comercio internacional se encuentran los aranceles, unos derechos de aduana aplicados a las importaciones de mercancías, que tratan de proporcionar ventajas a las industrias del país respecto a los competidores extranjeros, al tiempo que aportan ingresos tributarios a los gobiernos

Tras la decisión de Estados Unidos de elevar del 10% al 25% los aranceles a determinados productos chinos importados, ha llegado la respuesta del gigante asiático incrementando también los aranceles a una parte de las importaciones de EE.UU., en los mismos porcentajes, a partir del mes próximo.

Mientras tanto, Europa está a la espera de que Trump se decida sobre la subida de aranceles a los automóviles europeos, una medida que podría afectar a las exportaciones de vehículos y componentes. En represalia, la Unión Europea está dispuesta a imponer aranceles a productos estadounidenses.

Enfrascados en este conflicto internacional, la cuestión que se plantea es si serán los importadores quienes acabarán haciendo frente a los aumentos de precios de los bienes adquiridos o, por el contrario, las empresas oferentes van a absorber los costes de los aranceles.

Como siempre, Trump airea el mensaje que mejor puede sonar en lo oídos de sus votantes: “Los aranceles pagados en las aduanas estadounidenses han tenido muy poco impacto sobre el coste de los productos: la mayor parte del daño ha sido soportada por China”.

Pero, según el análisis económico, los aranceles acaban siendo soportados en función de la elasticidad precio de la demanda y de la oferta, lo que supone que se deciden según el poder de negociación de cada parte del trato.

La elasticidad precio de la demanda de un producto es el cociente entre la variación porcentual de la cantidad demandada y la variación porcentual del precio. Si el resultados es mayor que 1, decimos que es una demanda elástica, dando a entender que varía proporcionalmente más la cantidad que el precio. En cambio, si el resultado del cociente es menor que 1, estamos ante una demanda inelástica, en la que varía menos la demanda que el precio. Por ejemplo, un producto como la gasolina puede ser considerado como inelástico. Cuando varía el precio se sigue comprando a corto plazo en cantidades parecidas

La elasticidad precio de la oferta se define del mismo modo, mediante el cociente de la variación porcentual de la cantidad ofrecida y la variación porcentual del precio. Un resultado mayor que 1 significará una oferta elástica y, si el cociente es menor que 1, la oferta es inelástica .

Si la demanda norteamericana de productos chinos, pongamos por caso, es inelástica o poco flexible al cambio de precios y, por contra, la oferta de productos chinos hacia Estados Unidos es de tipo muy flexibles ante alteraciones de precios, pese al augurio de Trump, los aranceles tendrán que pagarlos, en su mayor parte, los importadores del país, en forma de incrementos de precios y acabarán afectando a los consumidores norteamericanos.

Parece que estamos ante una situación de este tipo, porque un estudio de economistas norteamericanos concluye que durante 2018 se han producido en Estados Unidos significativos incrementos de precios en productos intermedios y finales, alteraciones en la cadena de suministros y transferencias de las tarifas arancelarias a los precios de las mercancías importadas. Por tanto, el impuesto indirecto de Trump que suponen los aranceles ha recaído sobre los consumidores norteamericanos.

En el siguiente cuadro se recogen, en síntesis, los efectos más importantes de las subidas de aranceles para los consumidores, empresas y Gobiernos:

Cabe añadir que, si fueran las empresas las que tuvieran que absorber los aranceles, los efectos sobre los consumidores (ciudadanos) podrían llegar a afectarles en forma de aumento del desempleo o recorte de salarios.

En una perspectiva global, los expertos estiman que los efectos directos de las medidas arancelarias no van a afectar de manera importante sobre el crecimiento económico pero, al encontrarnos en una desaceleración, podrían incidir en la confianza de los agentes económicos y, sobre todo, perturbarían los mercados financieros


martes, 14 de mayo de 2019

PRODUCTIVIDAD LABORAL

La productividad laboral, que es el volumen de bienes y servicios producidos por cada empleado, se mide a través del Producto Interior Bruto (PIB), expresándolo por persona ocupada o por hora de trabajo (PIB /personas ocupadas u horas de trabajo). Se define a menudo como el valor añadido por cada trabajador

A fin de eliminar los efectos de la inflación, la evolución de la productividad laboral debe calcularse utilizando datos ajustados a los cambios de precios, en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA), expresando así la variación de la productividad real.

En el siguiente cuadro, preparado por la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), tenemos la evolución de la productividad real por persona empleada en cada país de la Unión Europea en la última década, en miles de euros:


Destacan en el cuadro por su alta productividad dos países: Irlanda y Luxemburgo. El modelo económico irlandés ha conseguido en la última década un alto nivel de desarrollo aplicando políticas fiscales que han beneficiado a la inversión extranjera, al tiempo que el país desplegaba un sistema educativo capaz de ofrecer personas cualificadas al entramado empresarial

En el caso de Luxemburgo, al empleo que generan las empresas industriales y comerciales se suman las demandas de los servicios financieros y las instituciones comunitarias, dado que el país es sede del Tribunal de Justicia, el Tribunal de Cuentas, una de las sedes del Parlamento Europeo y una sede de la Comisión Europea, además de otras organizaciones mundiales.

España se encuentra por debajo de la media europea, con una producción por trabajador en 2017 en torno de 67.000 euros del año (53.500 eliminando la inflación), un 89,3% de la media del área Euro (19 países), ligeramente superior a la del año 2007.

No cabe duda de que la mejora de la productividad es una condición necesaria en el entorno de la cuarta revolución industrial. El diferencial que nos aventajan los socios europeos más significativos les permite crecer más, crear empleo de calidad y recaudar más elevados impuestos que pueden revertir a los ciudadanos en servicios sociales

Aunque hay grandes compañías con capacidad competitiva en los mercados internacionales, España es un país caracterizado por la preponderancia de empresas pymes y microempresas, que no disponen de los medios que cuentan las de mayor dimensión para formar a sus empleados o seguir el ritmo que marca la evolución tecnológica.

Con el sector industrial en retroceso, hasta el 12,5% del total de los ocupados, los servicios representan en España más del 75%, en muchos casos con empleos de calidad deficiente, que aportan menor valor añadido que el sector industrial.

La recuperación económica, ahora desacelerándose, avanza en España con el mismo modelo del ciclo expansivo anterior a la crisis. Con la hostelería destacando sobre el resto de las actividades y el empuje del turismo y del sector inmobiliario, de nuevo en crecimiento, la mayor demanda de trabajo se centra en personas de baja cualificación.

Con este panorama es difícil que se produzca un aumento real de las remuneraciones del trabajo, salvo por incrementos políticos del salario mínimo. Con el crecimiento intensivo en empleo, el PIB sólo avanza con la incorporación de parados al mercado laboral. Por tanto, será complicado que el país vaya cerrando la brecha de productividad laboral que tiene abierta con sus socios europeos.

Una prueba de ello son los datos que aporta la Contabilidad Nacional, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Para el primer trimestre de este año ha calculado una variación interanual (negativa) de la productividad, tanto por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo como por hora efectivamente trabajada, de -0,4%.












martes, 7 de mayo de 2019

LA INESTABILIDAD ECONÓMICA

Tras las inciertas perspectivas económicas anunciadas en el otoño pasado, aumentan los pronósticos de una próxima fase descendente de la actividad económica en Estados Unidos y en el Eurozona.

El ciclo económico se compone de fluctuaciones de cierta regularidad en la actividad productiva de las economías de mercado, que suele tener cuatro fases: expansión, crisis, recesión y recuperación.

Aunque hay factores externos (shocks exógenos) que influyen estrechamente sobre el nivel de actividad, tales como un brusco incremento del precio del petróleo o un disruptivo cambio tecnológico, los ciclos económicos, también llamados “ciclos comerciales”, son debidos muchas veces a la propia dinámica interna de las decisiones económicas.

Cuando la demanda crece, las empresas comerciales de la cadena de distribución deciden aumentar sus inventarios. Las fábricas aceleran su producción para atender a la mayor demanda de los distribuidores. Los fabricantes encargan más equipos para aumentar la capacidad de producción. Los plazos de entrega acaban alargándose y surge la sensación de escasez, que lleva a los consumidores a adelantar la compra de los productos.

Se llega así al final de la fase expansiva, el momento en que los consumidores tienen un exceso de producto y las ventas se estabilizan. Bajan los pedidos para inventarios y las fábricas reducen su producción. Dejan de adquirirse nuevos equipos y se reduce el número de trabajadores, con lo que descienden los ingresos y el poder adquisitivo. Caen las ventas, aumentan los inventarios indeseados y se reducen más los pedidos. Se va acercando el final de la fase recesiva, para dar paso a la recuperación.

Como podemos observar en las secuencias, son las oscilaciones de las cantidades de producción las que provocan las fases expansiva y recesiva. Si se ajustaran al ciclo los salarios y los precios, se lograría mantener estables las producciones y ventas. Pero tanto los salarios como los precios ofrecen resistencias a las caídas, con lo que el sistema capitalista no llega a eliminar los ciclos.

Recogemos en el siguiente cuadro (Xavi Grandes, ESIC) los rasgos más relevantes de las crisis económicas:

Las instituciones que se crearon tras la Gran Depresión de los años 30 lograron impedir nuevas recesiones profundas en las siguientes tres décadas. Pero en 1971, al cancelarse de modo unilateral los acuerdos de Bretton Woods, medida denominada “Nixon shock” , quedó derogado el patrón oro, suprimiendo la convertibilidad directa del dólar estadounidense con respecto al oro. El dólar se devaluó y dio comienzo la época de los tipos de cambio flotantes entre las divisas en función de la situación de mercado.

En 1973 irrumpió la crisis del petróleo, un shock consecuencia del corte de suministro de los países de la OPEP durante la guerra arabe-israelí del Yom Kippur, que provocó en 1974 un brusco incremento del precio del crudo de 2,50 a 11,50 dólares por barril. La elevación de la factura energética dio lugar a fuertes crisis en los países más industrializados de occidente, que se vieron obligados a emprender políticas de diversificación y ahorro energético.

A comienzos de este siglo, los excesos en el sector de Internet y las Telecomunicaciones, en el período de la supuesta “nueva economía”, generaron otro shock exógeno, que se saldó con quiebras, fusiones y cierres de empresas. En tres años, la crisis hizo desaparecer varios miles de compañías y algunas de las grandes corporaciones de telecomunicaciones fueron protagonistas de importantes fraudes contables.

Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, en Europa se tuvo que afrontar la llamada “crisis de la deuda”, que estalló cuando el gobierno griego reconoció que el déficit del país era mucho mayor que el anunciado oficialmente, lo cual incrementó en los mercados el interés a pagar por los bonos emitidos. Tanto la UE como el FMI negociaron durante meses un programa de ayuda para evitar que la crisis se extendiera a otros países con situaciones parecidas, tales como España, Portugal, Irlanda e Italia. La incertidumbre que se instaló en los mercados llegó a poner en duda la viabilidad del euro como moneda única europea.

Todos estas crisis, debidas tanto a las dinámicas internas del sistema productivo como a factores externos, han provocado quiebras empresariales y aumento del desempleo, afectando especialmente a los mercados de trabajo y de la vivienda, y haciendo que se incrementen las situaciones de vulnerabilidad y de exclusión social.

Ante una posible nueva recesión, está aflorando la duda de si la caída de los tipos de interés reales hasta niveles próximos a cero no habrá reducido la capacidad de los instrumentos en poder de las autoridades para reactivar la demanda.