martes, 4 de noviembre de 2014

LA COMPOSICIÓN DEL PRODUCTO INTERIOR BRUTO

El Producto Interior Bruto (PIB) es el valor monetario de los bienes y servicios finales producidos por una economía en un período determinado. Es un indicador que se utiliza para medir la evolución económica de un país.

En su versión como flujo de gastos, el PIB indica el destino de los distintos bienes y servicios producidos en una economía. Vamos a ver la descomposición del PIB español, utilizando la información aportada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) del año 2013, con datos a precios corrientes (euros de cada año), y la previsión de los diferentes componentes para el año 2015, según el Escenario Macroeconómico presentado por el Gobierno, en el que prevé un crecimiento del 2%.


El consumo familiar es el primer componente del PIB y engloba a los bienes y servicios comprados por los consumidores de los hogares, tales como alimentos, vestidos, electrodomésticos  y automóviles. No incluye la adquisición de la vivienda porque, como veremos, es considerada como inversión.

El consumo depende fundamentalmente de la renta disponible, es decir, de los ingresos de las familias una vez que hayan recibido las transferencias de la Administración Pública (si son pensionistas o se encuentran en paro, por ejemplo) y paguen los impuestos.

El consumo suele ser el mayor componente del PIB de un país. Como vemos en el cuadro, el consumo familiar de España absorbe un 58,2% de la producción del país, en tanto que grandes países europeos como Francia y Alemania consumieron en el 2012 un 56,2% y un 54,5%, de sus respectivas producciones anuales.

El Gobierno español ha estimado una expansión del 2,1% del consumo privado para 2015, pero si el ritmo de crecimiento del consumo hubiese tocado techo en el segundo trimestre de 2014, como lo indican los datos más recientes, difícilmente  se alcanzará la previsión.

La inversión es el segundo componente. Hay que diferenciar la inversión fija de la inversión en existencias. La primera, a su vez, puede referirse a la compra de instalaciones y equipamientos (inversión empresarial), o bien, a la compra de nuevas viviendas por parte de los ciudadanos (inversión residencial)

Como no tiene por qué coincidir la producción y las ventas de un año, la diferencia es la inversión en existencias, que será positiva si la producción es superior a las ventas y negativa en caso contrario.

La inversión total española representó el 19% del PIB, incluyendo la compra de instalaciones y equipamientos empresariales, la construcción y el pequeño incremento de las existencias.

El objetivo para 2015 está cifrado en un aumento del 4,4%, pero no será fácil alcanzarlo porque el crecimiento de la inversión en bienes de equipo comenzó a desacelerarse en el segundo trimestre de este año.

El gasto público constituye el tercer componente del PIB. Recoge los bienes adquiridos por las Administraciones Públicas y el coste de los servicios suministrados por los empleados públicos. Se considera que la Administración Pública compra los servicios y después los ofrece a los ciudadanos gratuitamente. El gasto público junto con los impuestos conforma la política fiscal. 

No se incluyen en el PIB como gasto público las transferencias de la Administración Públicas, tales como pensiones y subsidio de desempleo, ni tampoco los intereses de la deuda pública, porque no se consideran compras de bienes y servicios.

Si sumamos las transferencias a los gastos públicos generadores de PIB, el gasto total gestionado por la Administración Pública asciende al 44% de PIB español. El Gobierno estima que durante 2015 el consumo público caerá un 1%.

El último componente del PIB recoge las relaciones económicas del país con el resto de mundo. Como las exportaciones de bienes y servicios del año 2013 superaron a las importaciones, el saldo neto de 3,5% del PIB supuso una aportación positiva a la producción del país.

Aunque el Gobierno estima que en el 2015 las exportaciones aumentarán un 5,2% y las importaciones el 5%, en el período enero a agosto de este año las exportaciones sólo crecieron un 1,5% respecto al mismo período del año pasado, en tanto que las importaciones ascendieron un 3,75%.


A juzgar por los datos disponibles, parece que el Gobierno ha sido bastante optimista al estimar la evolución de los componentes del PIB para el 2015. 

martes, 28 de octubre de 2014

LAS MAGNITUDES MACROECONÓMICAS


Tanto la prensa escrita como la televisión recogen habitualmente noticias sobre las tres principales variables macroeconómicas de un país: la producción agregada, con el PIB como indicador; el desempleo, que se cuantifica sobre todo por la Encuesta de Población Activa (EPA), y la subida del nivel general de precios, que viene medida por el índice de precios de consumo (IPC) y el deflactor del PIB. Vamos a resumir el significado de esas variables y la evolución de los indicadores citados en la economía española.

Fue al final de la Segunda Guerra Mundial cuando se formuló en la mayoría de los países el Sistema de Contabilidad Nacional, a fin de elaborar un indicador de la actividad agregada o total, al que se denominó Producto Interior Bruto (PIB).

El PIB de un período puede determinarse a través de tres vías: a) el valor de los bienes y los servicios finales producidos (no los bienes intermedios, que se van a utilizar para obtener los finales); b) la suma del valor añadido (producción menos bienes intermedios utilizados), y c) la suma de las rentas de trabajo y de capital generadas.

El valor monetario de los bienes y servicios finales producidos utilizando los precios corrientes se denomina PIB nominal. Si calculamos el PIB a precios constantes, es decir, eliminando  la influencia de la variación de los precios, obtenemos el PIB real.



El gráfico representa la evolución del PIB real español en porcentajes trimestrales en la última década. El PIB generado por la economía española registró un crecimiento trimestral del 0,6% en el segundo trimestre de 2014. Las estimaciones del Banco de España señalan que en el tercer trimestre  el incremento se ha reducido al 0,5%.

En términos anuales, la tasa de crecimiento es del 1,2%, siete décimas mayor que la calculada en el trimestre anterior, al haber aumentado la demanda nacional, contrarrestada en parte por una contribución negativa del sector exterior.

La segunda variable importante es el desempleo: las personas que no tienen empleo pero están buscándolo. El colectivo formado por los desempleados más los ocupados constituye la población activa. Si dividimos los desempleados entre la población activa obtenemos la tasa de paro.

Las personas que no tienen empleo ni lo están buscando se consideran inactivas. Cuando el nivel de paro es elevado, hay personas desempleadas que dejan de buscar trabajo y engrosan el colectivo de trabajadores desanimados.



El número de parados tiende a disminuir en España desde hace dos años, aunque a un ritmo muy lento. En el tercer trimestre de 2014 ha descendido en 195.200 personas y se sitúa en 5,4 millones (23,67%)

Hay 151.000 nuevos empleados, pero el número de activos se reduce en 44.200. La suma de ambos grupos (los que encuentran empleo y los que dejan de buscarlo) da el número de personas (195.200) que abandonan la condición de parados.

La inflación es la tercera gran variable macroeconómica. Supone una subida del nivel de precios. La deflación, el efecto contrario, es el descenso continuado del nivel general de precios. 

Existen dos medidas  de la inflación: el IPC, que es el aumento de  precio de los bienes y servicios que se consumen, y el deflactor del PIB, que recoge la variación de todos los bienes y servicios que produce el país, incluidos tanto los que componen la cesta de la compra como los elementos productivos que compran las empresas.



Las variaciones del  índice general, que son negativas desde el verano pasado, como observamos en el gráfico, vienen muy influidas por las alteraciones del precio del petróleo.  En cambio, el índice subyacente, que no incluye los productos energéticos ni los alimentos sin elaborar, es más estable.

Ambos métodos dan en general valores parecidos, pero difieren en ciertos momentos. Así, cuando el precio del petróleo sube,  el IPC suele aumentar más que el deflactor (afecta al consumo pero no se produce en el país) y ocurre lo contrario cuando el precio de los bienes importados baja en relación con los producidos en el país.

martes, 21 de octubre de 2014

FLUCTUACIONES DE LA INVERSIÓN



El gráfico que reproducimos a continuación recoge la evolución del consumo y de la inversión en España desde el 2007, año en que comienza la crisis financiera:




El consumo y la inversión privada son los dos componentes más importantes del Producto Interior Bruto (PIB) del país. Aunque el consumo tiene mayor peso (58% del PIB), las variaciones del gasto agregado son debidas sobre todo a la inversión (17,7% del PIB en 2013).

Como observamos en el gráfico, la inversión privada es una variable mucho más inestable que el consumo. Así, en el 2009, año del mayor descenso del producto del país, el consumo disminuyó el 3,8% y la inversión cayó nada menos que el 18,3%

La inversión privada recoge tres grandes apartados: a) instalaciones y equipos, que son compras de nuevos bienes de capital (edificios, maquinaria y equipos, ordenadores, software…); b) inversión en existencias, tanto de materiales como de productos para vender, y c) inversión residencial, es decir, compras de nuevas viviendas por las familias. Vamos a desarrollar los dos primeros apartados, que constituyen la inversión empresarial.

Las empresas realizan inversiones productivas cuando los rendimientos futuros que esperan sean suficientes para compensarles los riesgos en que incurren. Como en la mayoría de las ocasiones, la inversión se financia en parte con crédito, un tipo de interés más elevado aumenta el coste de realizar la inversión, lo cual quiere decir que habrá menos proyectos con rendimiento suficiente para compensar los intereses y generar beneficios. Es razonable, por tanto, que el incremento de los tipos de interés real (interés nominal menos la inflación) ocasione una reducción del volumen de inversión.

La experiencia de estos últimos años nos indica que, en un período de recesión, los bancos reducen el nivel de los préstamos concedidos, porque están menos dispuestos a afrontar los riesgos de un incremento de impagos. Por lo tanto, además del coste de la financiación, también la dificultad de disponer de fondos afecta a la inversión.

Los riesgos que llevan los proyectos de inversión hacen que sean tan inestables. Los cambios de expectativas sobre el futuro se producen con tal rapidez y contundencia que sorprenden muchas veces a los responsables de las empresas. Como hemos observado recientemente, la entrada en recesión reduce inmediatamente el nivel de las inversiones, puesto que caen las expectativas de beneficios futuros y disminuye la predisposición de afrontar riesgos. En este contexto, una política de reducción del tipo de interés apenas consigue incrementar la inversión.

El segundo componente de la inversión privada, las variaciones de existencias de materiales y productos para la venta, es muy inestable. Como las empresas tratan de mantener un ritmo constante de producción, aumentan los stocks cuando las ventas se reducen y los venden cuando se recuperan.

Cuando la economía se desacelera, se almacenan existencias de modo involuntario, lo cual tiene un efecto contractivo en la producción. Las variaciones de producción inducidas por las existencias dan lugar a los llamados ciclos de inventario.

Según el Cuadro Macroeconómico que ha presentado el Gobierno, la demanda nacional mostrará en el 2015 un comportamiento positivo, que se sustenta en el aumento de la inversión en bienes de equipo (+6%) y en la recuperación del sector de la construcción (+3,1%). 

 Pero la realidad es que, al comenzar la crisis financiera, la inversión llegó a alcanzar el 30,7% del PIB y cinco años más tarde está en poco más de la mitad (17,7%). La inversión pública en infraestructuras y nuevos servicios, que solía representar en torno al 3% del PIB, se ha frenado en seco y la inversión privada avanza con dificultades porque las empresas tratan de reducir su deuda y los bancos no dan facilidades en la concesión de créditos.

martes, 14 de octubre de 2014

LA IMPORTANCIA DE LAS EXPECTATIVAS


El precio de un activo para invertir depende de tres atributos básicos: rendimiento, riesgo y liquidez. Pero en muchas ocasiones, sin que medien circunstancias extraordinarias que afecten a los atributos, las curvas de oferta o de demanda de un activo se desplazan de modo tan drástico que causan importantes movimientos en el precio.

El primer caso paradigmático fue el precio de los bulbos de tulipán en Holanda a comienzos del siglo XVII. Llegaron a cotizarse al precio de una modesta vivienda, pero al poco tiempo perdieron casi todo su valor. En el siglo XX, el precio del oro pasó en la década de 1980 de 98 a 613 dólares la onza (ahora se cotiza en torno a 1.225). Y el 19 de octubre de 1987, el valor de las acciones en Wall Street cayó un 25%, sin que tampoco se conociera ninguna circunstancia especial para tamaño descalabro.

La explicación hay que buscarla en el importante papel que desempeñan las expectativas en el mercado de activos. La demanda actual de un activo no depende sólo del rendimiento inmediato que otorga, sino de las expectativas de lo que valga en el futuro.

La economía keynesiana ya señalaba el papel que juegan las expectativas en el ciclo económico. Unas expectativas favorables animan a realizar proyectos de inversión, que provocan una fase expansiva en la economía. En cambio, cuando las perspectivas son desfavorables se contrae la demanda y puede conducir a la recesión.

Un buen ejemplo de la influencia de las expectativas lo tenemos en la evolución del sector inmobiliario en España. En el gráfico que reproducimos a continuación se señala la evolución del precio del metro cuadrado de vivienda nueva en los últimos 30 años:
 



Como puede observarse, a partir de 1997, la compra de viviendas se aceleró considerablemente, debido a los bajos tipos de interés vigentes tras la entrada en el euro, las facilidades concedidas por los bancos en busca de beneficios sabrosos y, sobre todo, las expectativas consolidadas de que los precios de las viviendas siempre irían subiendo. Se había llegado a compartir la confianza de que el ladrillo era una inversión segura y de buen rendimiento.

Las expectativas se forjan observando la experiencia del pasado cercano. Se espera que lo que ha sucedido en unos pocos años anteriores continúe ocurriendo en el futuro. Si el precio de la vivienda subió en España entre 1997 y 2007 a un ritmo anual en torno al 11,5%, con una inflación media anual no superior al 3,5%, se confiaba plenamente en que los años siguientes depararían buenas plusvalías. Resultaba increíble la idea de que una vivienda pudiera bajar de precio, aun cuando los medios de difusión ya habían aireado la experiencia japonesa de la década de 1990, en la que los precios inmobiliarios bajaron drásticamente.

Y es lo que ha ocurrido también en España. La corrección de los precios del sector inmobiliario iniciada hace siete años parece que aún no ha concluido, como consecuencia de la lentitud con la que se está produciendo el ajuste.

Por tanto, al formular expectativas más vale no olvidar el conocido aforismo: “Cuando se trata de predecir el futuro, todas las bolas de cristal son turbias”

 

martes, 7 de octubre de 2014

LAS FLUCTUACIONES ECONÓMICAS


La crisis ha desmontado la ilusión de que las tasas de crecimiento de la década 1997-2007 suponían una moderación de los ciclos económicos. Hoy día volvemos la mirada a los principios de la macroeconomía, que afirman la recurrencia de las fluctuaciones económicas, con el agravante añadido de que los continuos movimientos de capitales especulativos pueden contribuir a ampliar esas fluctuaciones.

Lo cierto es que los países experimentan a lo largo de los años importantes alteraciones en el nivel de actividad económica. En el siguiente gráfico podemos observar la evolución de las tasas de variación anual del PIB español en el período 1980-2013:


Tras el período de expansión de mediados de los años 80 del siglo XX, que alcanzó su máximo en 1987, con un 5,5% de crecimiento, llegó la recesión de comienzos de los años 90, que hundió el PIB hasta el -1% en 1993. La economía trazó una “V” y vuelvió a la senda de expansión con rapidez, alcanzando de nuevo tasas elevadas de crecimiento en los cinco años siguientes, que culminaron en el 5% del 2000. 

En los primeros siete años de este siglo España creció a una tasa en torno al 3% anual, hasta que la gran recesión provocó descensos a partir del 2008, con el peor registro en el año 2009 (-3,8%). Los últimos cuatro años han sido de recesión, según la reciente revisión estadística.  

Una característica del ciclo económico español es que, ante la insuficiente capacidad de generar ahorro del país, se tiene que recurrir al ahorro extranjero, y el crecimiento se ve limitado por la evolución de la balanza de pagos, que suele sufrir un intenso deterioro en cuanto la economía empieza a crecer, debido al incremento de las importaciones

A España le cuesta mantener un ritmo de crecimiento moderado y las etapas de expansión van seguidas por períodos de crisis y fluctuaciones en forma de dientes de sierra, que reducen el potencial de crecimiento y crean incertidumbres en el entramado empresarial.

Las fluctuaciones de la actividad económica, las coyunturas o ciclos económicos, difieren entre ellos en duración e intensidad. En el período 1980-2013, según el gráfico, cada uno de los dos ciclos que se producen tiene una duración en torno a 15 años, con puntos de inflexión mínimos en 1980, 1993 y 2009. 

A comienzos de los años 1990, el hundimiento de los países del antiguo bloque del Este provoca una convulsión en la economía mundial, que pudo estar en el origen de la recesión del primer ciclo mencionado. En cuanto al segundo, en agosto de 2007 coincide con la aparición de las hipotecas basura de EE.UU., que se agravó en España por la explosión de la burbuja inmobiliaria.

La crisis económica ha tenido un fuerte impacto negativo sobre la capacidad productiva del país, a causa del menor crecimiento de la población y de la caída de las inversiones, que van a dificultar la reducción del componente cíclico del elevado desempleo que padecemos.

 

martes, 30 de septiembre de 2014

LA COMPETENCIA IMPERFECTA


Aunque se ha repetido muchas veces que los mercados son perfectos y eficientes, en la crisis actual se ha podido comprobar que tienen escasa capacidad para autorregularse. Oliver Blanchard, economista-jefe del FMI acaba de reconocer que hay rincones en los que la economía funciona “monstruosamente mal”, donde no hay para nada competencia y mercados perfectos.

Para que se dé la competencia perfecta, cada empresa no puede influir significativamente en el precio de equilibrio de su producto o servicio, dado que, entre otras condiciones, se supone que existen muchos compradores y vendedores.

Pero lo cierto es que la decisión de una empresa de ofrecer una cantidad determinada condiciona el precio que cobra. Ocurre también a la inversa: el precio que fije una empresa limita la cantidad que puede vender. Así sucede en los mercados de competencia imperfecta, en los que prevalecen los precios más elevados que en la competencia perfecta y los niveles de producción más bajos.

La existencia de fuertes barreras de entrada de nuevas empresas es uno de los distintivos de los mercados imperfectos. Las barreras pueden tomar la forma de ventajas en los costes y la necesidad de elevadas inversiones de capital para iniciar las actividades.



Vemos que, en situación de competencia perfecta (figura a), cada empresa, que no tiene capacidad para modificar las condiciones del mercado, vende su producción al precio establecido, en tanto que en competencia imperfecta (figura b) la empresa se enfrenta a toda la demanda de su producto, con lo que, para aumentar sus ventas, tiene que bajar los precios de toda la producción que vende (pendiente negativa de la demanda)

En ambos casos, a las empresas les conviene producir siempre que el ingreso adicional (marginal) de producir una unidad más sea superior al coste adicional (marginal). La situación será óptima cuando Ingreso Marginal = Coste Marginal.

La diferencia importante entre los dos tipos de competencia es que, si la empresa de competencia imperfecta aumenta su producción, con su curva de demanda de pendiente negativa, el precio desciende. El ingresos adicional (marginal) que obtiene es menor que el precio al que vende la última unidad, puesto que para venderla ha tenido que bajar el precio de todas las unidades. Esta circunstancia hace que el resultado óptimo se dé a un nivel de precio superior al de competencia perfecta y la cantidad producida menor. Por ello, el mercado imperfectamente competitivo resulta socialmente perjudicial en comparación con el de competencia perfecta

Se pueden distinguir tres mercados imperfectos: monopolio, oligopolio y competencia monopolística. 

El monopolio supone la existencia de una única empresa en un mercado y se apoya en barreras de entrada como el acceso exclusivo a cierto factor de producción (tecnología), la existencia de derechos legales (patentes y concesiones administrativas) y la ventaja en coste sobre posibles competidores (economías de escala)

Algunos monopolios reciben la denominación de “naturales” porque en ciertas actividades se desaconseja la existencia de varias empresas en el mismo mercado, al entender que una única empresa puede ser capaz de reducir el coste de la obtención del producto o servicio. Por ejemplo, el suministro a domicilio de agua.

Cuando unas pocas empresas se reparten el mercado se da la situación denominada oligopolio. El mercado está atendido por un pequeño número de empresas Así, en el sector eléctrico español destacan Iberdrola, Gas Natural y Endesa, y en el petrolero, Repsol, Cepsa y BP. Dado el alto nivel de interdependencia entre ellas, la estrategia que sigue una influye en las demás. Al igual que en el monopolio, las altas inversiones y la tecnología, al alcance sólo de grandes empresas, constituyen las barreras de entrada al sector.

Cuando las empresas oligopolísticas se asocian, manteniendo su independencia, para reducir la competencia en el mercado, se dice que han constituido un “cartel”, cuyo objetivo es beneficiase del reparto del mercado entre ellas.

En los mercados de los artículos que se encuentran en las grandes superficies, con productos de diferentes marcas, es muy frecuente la presencia de la competencia monopolística, que se sitúa entre la competencia perfecta, el monopolio y el oligopolio.

Su característica es que, siendo los artículos de varias empresas prácticamente iguales (una lavadora, por ejemplo), el diseño u otros rasgos, con la ayuda de la publicidad, hacen que los consumidores los perciban como productos diferenciados y estén dispuestos a pagar precios distintos por cada uno.

Se parecen a la competencia perfecta en que hay muchos compradores y vendedores, apenas hay barreras de entrada y toman como referencia los precios de las demás empresas. Pero se distinguen en que los productos están diferenciados. Cualquier artículo, según la empresa que lo fabrique, puede tener variaciones que le permitan ser, en algún aspecto, diferente a los demás artículos similares, de tal manera que la competencia no vendrá por precios sino por calidad, servicio de postventa, diseño u otros elementos. La ropa femenina puede ser un ejemplo de este tipo de competencia. La ventaja de este tipo de mercado es que permite la entrada de microempresas que, posicionándose poco a poco en el mermado, tienen la posibilidad de crecer.

Cuando las empresas tienen poder de mercado, es decir, que son capaces de elegir el precio a ofertar, pueden mejorar sus resultados con la “discriminación de precios”, segmentando el mercado. Venden un mismo producto a precios distintos a grupos de consumidores diferenciados.

Por ejemplo, las compañías aéreas discriminan a los usuarios según sean particulares o empresas y clientes importantes. Las empresas de telefonía ofrecen precios reducidos a los clientes potenciales, que no aplican a los ya contratados, aprovechando que los clientes anteriormente captados tienen unas demandas menos elásticas (menor reacción al precio), dados los costes de cambiar de compañía.

Como el poder de mercado de las empresas puede resultar abusivo, perjudicando a los consumidores, las autoridades públicas establece normativas antimonopolio y cierta vigilancia sobre sus actividades por medio de organismos como la “Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia”, entidad que hace unos meses sancionó con 43 millones de euros a varias asociaciones de transporte de contenedores y actualmente investiga posibles prácticas anticompetitivas en el mercado de comercialización de energía eléctrica.

martes, 23 de septiembre de 2014

AUMENTA EL TIPO DE INTERÉS REAL


El tipo de interés nominal o de mercado es el indicador del rendimiento tanto de un depósito bancario del ahorrador, por ejemplo, como del préstamo de un banco, sin considerar  la tasa de inflación presente en la economía.

Cuando el Índice de Precios de Consumo (IPC) aumenta, aunque no se altere la cantidad cobrada,  el valor del interés percibido  por los depósitos desciende porque su capacidad de comprar bienes y servicios se ha reducido. Y si los precios bajan (desinflación), los euros que se pagan por la cuota de devolución valen más en poder de compra que el importe recibido en préstamo.

El tipo de interés real tiene en cuenta la variación de los precios y, por tanto, refleja el poder adquisitivo. Un tipo de interés de mercado o  nominal del 5% con una inflación del 1% da un interés real del 4%. Quiere decirse que un 1% de ese 5% de interés representa la compensación por la pérdida de valor del dinero.

Los períodos de alta inflación suelen ser también de tipos de interés nominal elevados. Cuando la inflación es reducida, el tipo de interés nominal es generalmente bajo. Ello resulta razonable, porque tanto a los prestamistas como a los prestatarios les preocupa de verdad el tipo de interés real, dado que es el que determina el poder adquisitivo del dinero.

En el gráfico que reproducimos a continuación, recogido de “El Confidencial”, podemos observar la evolución del tipo de interés real.


Vemos que, a partir  de octubre de 2012, los tipos de interés para préstamos a empresa y familias en España se mantienen, con ligeras variaciones,  en torno 4%, pero los precios de los bienes y servicios (IPC) descienden desde un 3,5% al 0% a lo largo de los meses. Si deducimos del interés nominal o de mercado la variación del IPC, el tipo de interés real aumenta del entorno de un 0,2% (octubre 2012) al 4% (febrero 2014).

Con la variación negativa del IPC en agosto 2014 (-0,5%) y el tipo de interés nominal al 4,5%, el tipo real para pymes se sitúa en el entorno del 5%, más del doble del coste en Francia o Alemania, una consecuencia de la fragmentación del mercado financiero europeo.

Como suponemos que las familias y empresas toman decisiones racionales, sus comportamientos responden a incentivos que realmente modifican la situación.  De ahí que, en los tipos de interés, la referencia para tomar decisiones sea el tipo real y no el nominal. Por ejemplo, ante la alternativa de  pedir un préstamo al tipo de interés nominal del 6% en un momento de expectativa de inflación del 3% y otra opción  de endeudarse al 5% cuando los precios tienden a subir al 1%, se elegirá la primera (interés real 3%), porque la segunda opción, pese a tener en apariencia un menor coste (nominal)  para el prestatario, al ser también menor la variación de precios, resulta de un interés real superior (4%). Son, por tanto, las variaciones del interés real las que alteran los incentivos y soportan las decisiones que tienen que  tomar las personas y las empresas.

Los tipos de interés reales elevados tienen consecuencias  negativas para las familias y empresas endeudadas, porque la desinflación de los precios no les ayuda a aliviar las cargas financieras.  Al contrario, se hacen más pesadas, porque la renta disponible se ha ido reduciendo y permanecen inalteradas las cuotas a pagar por intereses y amortización de las deudas.