martes, 14 de octubre de 2014

LA IMPORTANCIA DE LAS EXPECTATIVAS


El precio de un activo para invertir depende de tres atributos básicos: rendimiento, riesgo y liquidez. Pero en muchas ocasiones, sin que medien circunstancias extraordinarias que afecten a los atributos, las curvas de oferta o de demanda de un activo se desplazan de modo tan drástico que causan importantes movimientos en el precio.

El primer caso paradigmático fue el precio de los bulbos de tulipán en Holanda a comienzos del siglo XVII. Llegaron a cotizarse al precio de una modesta vivienda, pero al poco tiempo perdieron casi todo su valor. En el siglo XX, el precio del oro pasó en la década de 1980 de 98 a 613 dólares la onza (ahora se cotiza en torno a 1.225). Y el 19 de octubre de 1987, el valor de las acciones en Wall Street cayó un 25%, sin que tampoco se conociera ninguna circunstancia especial para tamaño descalabro.

La explicación hay que buscarla en el importante papel que desempeñan las expectativas en el mercado de activos. La demanda actual de un activo no depende sólo del rendimiento inmediato que otorga, sino de las expectativas de lo que valga en el futuro.

La economía keynesiana ya señalaba el papel que juegan las expectativas en el ciclo económico. Unas expectativas favorables animan a realizar proyectos de inversión, que provocan una fase expansiva en la economía. En cambio, cuando las perspectivas son desfavorables se contrae la demanda y puede conducir a la recesión.

Un buen ejemplo de la influencia de las expectativas lo tenemos en la evolución del sector inmobiliario en España. En el gráfico que reproducimos a continuación se señala la evolución del precio del metro cuadrado de vivienda nueva en los últimos 30 años:
 



Como puede observarse, a partir de 1997, la compra de viviendas se aceleró considerablemente, debido a los bajos tipos de interés vigentes tras la entrada en el euro, las facilidades concedidas por los bancos en busca de beneficios sabrosos y, sobre todo, las expectativas consolidadas de que los precios de las viviendas siempre irían subiendo. Se había llegado a compartir la confianza de que el ladrillo era una inversión segura y de buen rendimiento.

Las expectativas se forjan observando la experiencia del pasado cercano. Se espera que lo que ha sucedido en unos pocos años anteriores continúe ocurriendo en el futuro. Si el precio de la vivienda subió en España entre 1997 y 2007 a un ritmo anual en torno al 11,5%, con una inflación media anual no superior al 3,5%, se confiaba plenamente en que los años siguientes depararían buenas plusvalías. Resultaba increíble la idea de que una vivienda pudiera bajar de precio, aun cuando los medios de difusión ya habían aireado la experiencia japonesa de la década de 1990, en la que los precios inmobiliarios bajaron drásticamente.

Y es lo que ha ocurrido también en España. La corrección de los precios del sector inmobiliario iniciada hace siete años parece que aún no ha concluido, como consecuencia de la lentitud con la que se está produciendo el ajuste.

Por tanto, al formular expectativas más vale no olvidar el conocido aforismo: “Cuando se trata de predecir el futuro, todas las bolas de cristal son turbias”

 

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