Pese a las argumentadas opiniones de que los Gobiernos no deberían entorpecer el libre flujo de bienes que surge de la oferta y la demanda en el comercio internacional, muchos países utilizan impuestos y otras restricciones, así como subvenciones, para limitar las importaciones o favorecer las exportaciones.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) es la institución a la que compete resolver los enfrentamientos comerciales a través de las reglas aceptadas por sus 164 países miembros. Las decisiones se adoptan por consenso entre ellos y después son ratificadas por los Parlamentos estatales.
La decisión de la OMC de permitir a Estados Unidos imponer aranceles a más de 1.500 productos europeos para compensar las ayudas públicas a la Aeronáutica Airbus ha abierto la puerta a una guerra comercial que va a afectar también a las exportaciones españolas de productos, como vino, queso, aceite de oliva, productos porcinos y licores.
Las guerras comerciales entre países son habituales en la historia económica. En esta ocasión, Trump ha reivindicado que EE.UU está siendo tratado injustamente en sus relaciones comerciales, en un proceso que comenzó hace 15 años, con la disputa entre las aeronáuticas Boing y Airbus, que es considerado como el contencioso más largo de la historia de la OMC y el que ha generado las mayores medidas compensatorias.
El Presidente norteamericano comenzó en enero de 2018 a imponer una serie de aranceles sobre diversos productos, como el acero y el aluminio, los paneles solares y las lavadoras, que afectaron a mercancías procedentes de la Unión Europea (UE), China, Canadá y México. Como sucede en todas las guerras comerciales, algunos países afectados anuncian que tomarán represalias.
Parece que el objetivo prioritario de Trump es reducir el enorme déficit comercial de EE.UU con China, que alcanzó el año pasado un incremento del 8%. Los chinos negocian con los norteamericanos, pero siguen poniendo aranceles a sus importaciones de productos agrícolas, que socavan la base de la masa de votantes del presidente norteamericano.
En esta batalla arancelaria, en lugar de aplicar sanciones, la Comisión Europea se muestra partidaria de promover acuerdos entre los países para cerrar el contencioso de las ayudas y propone la fijación de un nuevo sistema internacional de subsidios en el sector aeronáutico, teniendo muy en cuenta el desafío que supone la entrada en el mercado de “competidores fuertemente subvencionados”, en referencia a China, con lo que el duopolio entre Aibus y Boing puede tener los días contados.
El siguiente gráfico (Krugman), con datos de la Comisión de Comercio Internacional norteamericano, ofrece una perspectiva de la evolución de los aranceles.
Se viene observando que las fricciones comerciales y el avance de las tecnologías, junto con el incremento de los salarios en China, están afectando también al planteamiento de las estrategias de deslocalización. Una encuesta de la Cámara de Comercio de EE.UU en China señala que el 41% de las empresas estadounidenses implantadas en China están considerando mover su producción: un 25% llevaría la fabricación a otros países del sureste asiático; el 10% elegiría México y un 6% volvería a EE.UU.
En cualquier caso, con la visión aislacionista de Trump y su afán de saltarse la normas, la peor amenaza actual para la estabilidad del comercio mundial es que se rompa el equilibrio comercial logrado en las últimas décadas.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) es la institución a la que compete resolver los enfrentamientos comerciales a través de las reglas aceptadas por sus 164 países miembros. Las decisiones se adoptan por consenso entre ellos y después son ratificadas por los Parlamentos estatales.
La decisión de la OMC de permitir a Estados Unidos imponer aranceles a más de 1.500 productos europeos para compensar las ayudas públicas a la Aeronáutica Airbus ha abierto la puerta a una guerra comercial que va a afectar también a las exportaciones españolas de productos, como vino, queso, aceite de oliva, productos porcinos y licores.
Las guerras comerciales entre países son habituales en la historia económica. En esta ocasión, Trump ha reivindicado que EE.UU está siendo tratado injustamente en sus relaciones comerciales, en un proceso que comenzó hace 15 años, con la disputa entre las aeronáuticas Boing y Airbus, que es considerado como el contencioso más largo de la historia de la OMC y el que ha generado las mayores medidas compensatorias.
El Presidente norteamericano comenzó en enero de 2018 a imponer una serie de aranceles sobre diversos productos, como el acero y el aluminio, los paneles solares y las lavadoras, que afectaron a mercancías procedentes de la Unión Europea (UE), China, Canadá y México. Como sucede en todas las guerras comerciales, algunos países afectados anuncian que tomarán represalias.
Parece que el objetivo prioritario de Trump es reducir el enorme déficit comercial de EE.UU con China, que alcanzó el año pasado un incremento del 8%. Los chinos negocian con los norteamericanos, pero siguen poniendo aranceles a sus importaciones de productos agrícolas, que socavan la base de la masa de votantes del presidente norteamericano.
En esta batalla arancelaria, en lugar de aplicar sanciones, la Comisión Europea se muestra partidaria de promover acuerdos entre los países para cerrar el contencioso de las ayudas y propone la fijación de un nuevo sistema internacional de subsidios en el sector aeronáutico, teniendo muy en cuenta el desafío que supone la entrada en el mercado de “competidores fuertemente subvencionados”, en referencia a China, con lo que el duopolio entre Aibus y Boing puede tener los días contados.
El siguiente gráfico (Krugman), con datos de la Comisión de Comercio Internacional norteamericano, ofrece una perspectiva de la evolución de los aranceles.
Se puede observar el descenso del arancel medio a las importaciones en EE.UU, del 3,5% en 1993 al 1,5% en 2011, así como de su efecto sobre el PIB, con ganancias de los productores nacionales y de los Gobiernos y pérdidas de los consumidores.
Se viene observando que las fricciones comerciales y el avance de las tecnologías, junto con el incremento de los salarios en China, están afectando también al planteamiento de las estrategias de deslocalización. Una encuesta de la Cámara de Comercio de EE.UU en China señala que el 41% de las empresas estadounidenses implantadas en China están considerando mover su producción: un 25% llevaría la fabricación a otros países del sureste asiático; el 10% elegiría México y un 6% volvería a EE.UU.
En cualquier caso, con la visión aislacionista de Trump y su afán de saltarse la normas, la peor amenaza actual para la estabilidad del comercio mundial es que se rompa el equilibrio comercial logrado en las últimas décadas.
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