martes, 10 de agosto de 2021

EL PENSAMIENTO KEYNESIANO

Este año se cumple el 75 aniversario del fallecimiento de John Maynard Keynes, gran economista inglés, quién en la década de los años 1930, azotada por la Gran Depresión, construyó una teoría económica que fue acogida en el mundo occidental como un faro de esperanza.

Keynes se dio cuenta de que la forma clásica de entender el funcionamiento del sistema económico capitalista no permitía explicar ni corregir las sucesivas crisis económicas. Resultaba evidente que el nuevo capitalismo no podía gestionarse sólo con el lema de la “mano invisible” del sistema liberal de comienzos de la revolución industrial.

Desde los años 70 del siglo XIX, los Gobiernos habían comenzado a preocuparse de las cuestiones económicas como responsabilidad del Estado para lograr la riqueza y la prosperidad de los ciudadanos. Keynes, sin dejar de ser defensor de la economía de mercado, fue sensible hacia las peticiones de intervención del Estado en el área económica, primero de manera tímida y, tras la crisis de 1929, que simbolizó la quiebra del capitalismo liberal, con un planteamiento decisivo.

Cuando Keynes publica en 1936 su gran obra, “Teoria general del empleo, el interés y el dinero”, ya había una experiencia de más de cinco años en la práctica de un modelo económico distinto al de los postulados liberales clásicos.

La democracia liberal no era para Keynes incompatible con una regulación del Estado. No abogaba por la propiedad estatal de los medios de producción, sino por establecer un marco que permitiera el desarrollo de la iniciativa privada, aunque sí cuestionó el automatismo del mercado.

El diagnóstico keynesiano contempló el equilibrio económico desde el punto de vista de la demanda, al contrario que el postulado del economista Say, de que toda oferta crea su propia demanda. Pero como el mercado no puede autorregularse con la simple mano invisible, para acercarse al equilibrio de pleno empleo se requiere la mano visible del Estado, estimulando la demanda.

Para ello, Keynes desarrolló una visión macroeconómica apenas conocida hasta entonces, necesaria para la formulación de las políticas económicas de los Gobiernos, muy distinta de la explicación microeconómica clásica del mercado.

La demanda agregada de una economía está formada por el consumo, la inversión, el gasto público y la exportación neta. La importancia del Estado en la conducción y regulación económica se debe a que puede compensar con gasto público las deficiencias del consumo y la inversión privados, a fin de aumentar la producción y el empleo.

Tras la superación de los desastres de la Segunda Guerra Mundial, hacia 1950 los Gobiernos europeos impulsaron la demanda global a partir del gasto público. Con medidas fiscales y monetarias, facilitaron el aumento de la demanda de bienes de consumo e inversión de empresas y familias.

Una de las más importantes consecuencias de las políticas keynesianas fue la constitución del Estado de bienestar. Se demostró que era posible conseguir el crecimiento autosostenido, con la intervención del Estado, sin establecer modelos totalitarios, como los surgidos en los años treinta. Intervenir corrigiendo no era intervenir suplantando.

El mito del equilibrio presupuestario había impedido la puesta en práctica de políticas anticrisis. Keynes rompió con la ortodoxia presupuestaria a corto plazo con una dinámica fiscal activa, utilizando el gasto público para generar demanda agregada.

Un componente importante de la política fiscal es el impuesto progresivo sobre la renta, que se deduce de la renta personal para obtener la renta disponible. Influye así en la capacidad de consumo, junto a las transferencias del Estado a los perceptores de rentas bajas, para favorecer el nivel de consumo.

Un porcentaje importante del gasto público se dirige a la asistencia social para sostener el Estado de bienestar, en forma de seguro de desempleo, asistencia sanitaria y transferencias asistenciales.

Más allá de las declaraciones políticas y de los sesgos ideológicos, los datos confirman que el gasto público, tanto en Europa como en EE.UU., en porcentaje del PIB, ha aumentado desde la década de los años setenta.

A corto plazo, para minimizar las consecuencias de la recesión derivada de la crisis sanitaria, los Gobiernos europeos están recurriendo a las políticas económicas keynesianas. Será importante cómo actúen después, en el largo plazo, afrontando las reformas estructurales en cada país.

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