martes, 8 de septiembre de 2020

DESARROLLO TEMPRANO DE POTENCIALIDADES

 Uno de los esfuerzos más efectivos para mejorar el nivel de vida en una sociedad es el realizado en desarrollar el potencial humano de la población, incrementando conocimientos y habilidades personales, un proceso que debe comenzar con la adquisición de destrezas desde los primeros años de vida. 


Con esta perspectiva, crece el interés de los economistas en analizar el entorno socioeconómico de las familias y los expertos plantean intervenciones específicas para la primera infancia, tratando de promover el cuidado sensible y estimulante en el hogar y en los centros infantiles. 

La preocupación por el desarrollo del potencial humano ha tenido un recorrido inverso a la trayectoria vital de las personas. A mediados del siglo pasado comenzó a analizarse la situación de los trabajadores adultos, buscando la manera de aumentar la productividad y mejorar la capacidad de generar ingresos. Más tarde, la atención se dirigió a los jóvenes, favoreciendo el acceso a la universidad. 

La preocupación fue derivando años después hacia la enseñanza secundaria y primaria, para afrontar la deserción escolar en los institutos y mejorar la calidad educativa. Ahora, el debate se centra en el desarrollo de una educación preescolar de calidad y en la mejora de las relaciones de padres y cuidadores con los niños desde que son bebés. 


Como vemos en el cuadro, recogido del sistema de indicadores del Ministerio de Educación y Formación Profesional español, la escolarización en educación infantil no se generaliza hasta que los alumnos cumplen 3 años. La media de asistencia a los centros educativos a la edad de 2 años en el curso 2017/18 (últimos datos disponibles) es del 60%, con notables diferencias entre las Comunidades Autónomas. Por ejemplo, mientras que en País Vasco se sitúa en el 93,1%, Murcia no supera al 32,2%. 

Se ha podido constatar que el desarrollo infantil temprano es una excelente inversión desde el punto de vista social y económico. Los estímulos en la infancia y la ayuda para favorecer su desarrollo potencial benefician tanto a las familias como a la sociedad, porque convierten a los niños en mejores y más productivos adultos, con capacidad para contribuir a la mejora económica y social de los países. 

No faltan críticas al modelo de educación del último siglo, que se ha caracterizado por su uniformidad. Se decidió afrontar el reto de la extensión educativa y la masificación de los centros con la homogeneidad ciudadana, estandarizando las metas y los procedimientos. 

Pero el paradigma productivo en la era de la información se basa precisamente en generar y utilizar conocimientos, más que en ejecutar una rutina establecida por otros. Hace falta resolver situaciones inesperadas y dar respuesta a problemas complejos. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías empiezan a solicitarse personas muy competentes, no repetidores eficientes, capaces sólo de seguir instrucciones. 

En este contexto, la homogeneidad puede ser un obstáculo y, en cambio, la diversidad llega a considerarse como un alto valor. Algunos psicólogos señalan que los estándares del llamado “desarrollo normal” no son universales, sino que se puede diferenciar un conjunto muy diverso de posibilidades de realización humana. 

Por tanto, el reto no es tanto el de detectar en que medida el desarrollo de los niños se aproxima al estandar común, como medir la diferencia con el estandar, observando potencialidades, capacidades y recursos específicos en alguna actividad, así como habilidades en el enfrentamiento a situaciones difíciles. 

Para Howard Gardner, profesor de Harvard, el principal propósito de la educación «debería ser desarrollar las inteligencias y ayudar a la gente a alcanzar los fines vocacionales y aficiones que se adecúen a su particular espectro de inteligencias. La gente que recibe apoyo en este sentido se siente más implicada y más competente, y, por ende, más proclive a servir a la sociedad de forma constructiva» 

Los estudios en este campo llevan a la conclusión de que la educación ha de estar centrada en los niños, comprometida con el desarrollo de sus competencias y alejada de la tradicional pretensión de uniformidad. Un maestro acostumbraba a explicar en la reunión de padres que la misión de la enseñanza infantil era semejante a la búsqueda del tesoro escondido. 


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