El crecimiento económico se identifica con el incremento en un indicador conocido como Producto Interior Bruto (PIB), que establece la cantidad de bienes y servicios producidos por el conjunto de los sectores de la economía monetaria.
El PIB no tiene en cuenta el valor generado por la economía no monetaria, a la que pertenecen, entre otras, actividades como el trabajo doméstico, el amplio abanico de los cuidados y otros servicios de ayuda mutua. Como afirmó en 1968 Robert Kennedy, senador estadounidense, “el PIB lo mide todo, salvo lo que hace que merezca la pena vivir la vida”.
Un problema del PIB es que no analiza la evolución de las desigualdades. No es capaz de detectar un crecimiento desequilibrado socialmente; por ejemplo, el que beneficia en su mayor parte al 10% de la población de nivel más alto de renta, contribuyendo así a la ampliación de la desigualdad.
Otro efecto colateral del crecimiento es la degradación de patrimonios medioambientales, como la devastación de algunas selvas tropicales para plantar soja transgénica. Y tampoco contabiliza las pérdidas de riquezas no monetarias.
Hay que resaltar que el PIB crece aún cuando el capital y el trabajo se utilicen para acabar con recursos que podrían ser importantes en el futuro. Por ello, los economistas viene reclamando que entren en funcionamiento otros indicadores con perspectiva más amplia.
Conviene diferenciar entre crecimiento y desarrollo, entendiéndose que desarrollo es un término más amplio que no sólo incluye un aumento del bienestar material, sino también el acceso a la salud, la educación y la cultura.
El crecimiento requiere recursos naturales, algunos de ellos no renovables, como las energías fósiles y los minerales. Otros son renovables, como el agua, las tierras cultivables y los recursos pesqueros, pero según el cómputo de la huella ecológica, están siendo explotados por encima de su capacidad de reproducción. El crecimiento va también asociado al incremento de los gases de efecto invernadero, origen del cambio climático
En el siguiente mapa se recogen los crecimientos previstos de 2017 en las grandes regiones del mundo por la revista “The Economist”. En el tercer trimestre. el PIB de la economía española registró un crecimiento interanual del 3,1%.
Un problema del PIB es que no analiza la evolución de las desigualdades. No es capaz de detectar un crecimiento desequilibrado socialmente; por ejemplo, el que beneficia en su mayor parte al 10% de la población de nivel más alto de renta, contribuyendo así a la ampliación de la desigualdad.
Otro efecto colateral del crecimiento es la degradación de patrimonios medioambientales, como la devastación de algunas selvas tropicales para plantar soja transgénica. Y tampoco contabiliza las pérdidas de riquezas no monetarias.
Hay que resaltar que el PIB crece aún cuando el capital y el trabajo se utilicen para acabar con recursos que podrían ser importantes en el futuro. Por ello, los economistas viene reclamando que entren en funcionamiento otros indicadores con perspectiva más amplia.
Conviene diferenciar entre crecimiento y desarrollo, entendiéndose que desarrollo es un término más amplio que no sólo incluye un aumento del bienestar material, sino también el acceso a la salud, la educación y la cultura.
El crecimiento requiere recursos naturales, algunos de ellos no renovables, como las energías fósiles y los minerales. Otros son renovables, como el agua, las tierras cultivables y los recursos pesqueros, pero según el cómputo de la huella ecológica, están siendo explotados por encima de su capacidad de reproducción. El crecimiento va también asociado al incremento de los gases de efecto invernadero, origen del cambio climático
En el siguiente mapa se recogen los crecimientos previstos de 2017 en las grandes regiones del mundo por la revista “The Economist”. En el tercer trimestre. el PIB de la economía española registró un crecimiento interanual del 3,1%.
La debilidad del crecimiento en los países desarrollados ha puesto de actualidad al debate económico sobre la prosperidad sin crecimiento, llamado por algunos como proyecto de “decrecimiento” o “verde”, aunque más que un tema económico es un proyecto social que viene a cuestionar la dominación de la economía sobre la gestión política.
La teoría del decrecimiento nació en la década de los años 70 y su principal propagador ha sido el francés Serge Latouche, profesor de la Universidad de Paris-Sud. Este nuevo paradigma no presupone fomentar la recesión ni, por supuesto, la depresión económica. Pretende producir valor y fomentar el bienestar reduciendo la utilización de materia y energía.
Algunos caminos del decrecimiento que se apuntan son la producción a escala local y sostenible; la agricultura agroecológica; el cambio del modelo actual de transporte; la desurbanización; el salario máximo; la conservación y reutilización; la reducción del tiempo de trabajo y otros aspectos que permitan crear las condiciones que faciliten una sociedad próspera sin necesidad de crecimiento.
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