martes, 5 de diciembre de 2017

ECONOMIA DE LAS BURBUJAS

Muchos inversores son conscientes de que la valoración de de los activos financieros empieza a estar inflada como consecuencia de la prolongada intervención de los bancos centrales en los mercados. Sin que aún se afirme que estamos ante una burbuja, se reconoce que el precio de algunos activos está alcanzando valores poco razonables y se teme el efecto que puede tener en España la anunciada retirada gradual de los estímulos financieros del Banco Central Europeo (BCE).

Una burbuja económica se produce cuando el precio de un activo físico o financiero sube muy por encima de su valor real durante un período largo de tiempo, como consecuencia del incremento de su demanda en busca de ganancias especulativas.

El precio puede alcanzar valores muy altos, pero llega un momento en que las compras se van ralentizando, el precio comienza a caer, y el afán de vender rápidamente el activo provoca su desplome, haciendo explotar la burbuja, con pérdidas para los propietarios del activo y, muchas veces, marcando el inicio de un período de recesión económica.

Los procesos de auge y caída tienen en economía tres tipos de argumentaciones: a) la ortodoxa, propia de la economía neoclásica, que atribuye las oscilaciones al libre mercado y a la falta de regulaciones y controles por parte del Estado; b) la perspectiva de los economistas conductuales, que lo atribuyen a la naturaleza irracional humana (exuberancia irracional), los sesgos de los individuos, el exceso de motivación y el riesgo, y c) la intervención del Estado en la economía, con el aumento de la oferta monetaria de los bancos centrales.

Aunque es fácil identificar las burbujas del pasado, resulta muy difícil detectarlas cuando están a punto de estallar. Los valores se inflan cuando los inversores y especuladores valoran de manera exagerada determinados activos, haciendo que los precios aumenten muy por encima de sus valores fundamentales.

En ocasiones, ciertas distorsiones del mercado pueden dirigir la actividad económica a inversiones no productivas o bienes sin demanda suficiente, que finalmente se liquidan, ya que no es posible seguir manteniendo el boom, dando lugar al proceso de reajuste. Pensemos en la reciente burbuja inmobiliaria española, durante la cual llegaron a construirse más de 700.000 viviendas en un sólo año, cuando la demanda estimada no pasaba de 300.000.

En el siguiente gráfico se recogen las evoluciones de la producción residencial y el crecimiento demográfico en España, que dibujan el escenario en el que se desarrolló la burbuja inmobiliaria que estalló en 2008


Observamos la disparidad entre la evolución demográfico, en descenso, y el incremento acelerado del número de viviendas proyectadas.

Las burbujas se han apoyado en diversos tipos de activos a lo largo de la historia. Entre las más conocidas se encuentra la que en el siglo XVII se generó en Holanda, quizás la más estudiada, sobre el precio de los tulipanes, unas flores decorativas de la época. Un siglo más tarde estalló la burbuja especulativa sobre las acciones de las compañías “Mares del Sur y Misisipi”. El crac de 1929 terminó con la burbuja del valor inflado de las empresas industriales. Ya en nuestro siglo, en 2001 estalló el valor de las empresas vinculadas a Internet (“puntocom”) y recientemente la burbuja especulativa sobre las viviendas en España y otros países.

Las etapas generadoras de la burbuja han sido similares en todos los casos conocidos. El valor de cierto activo se empieza a separar del que puede justificarse técnicamente y, bajo el impulso de los especuladores y las facilidades financieras, el precio se infla desmedidamente. Cuando explota la burbuja, la caída no es suave, sino que toma la forma de un desplome repentino.

Las entidades bancarias suelen jugar un papel importante en estos procesos económicos, ya que muchas veces los préstamos y la abundancia de liquidez contribuyen precisamente a inflar más los precios. Al final del proceso, el hundimiento del valor de los activos arruina a los inversores, que no pueden llegar a hacer frente a la devolución de los préstamos recibidos, con lo que los propios bancos se encuentran en dificultades.














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