En 1995 se publicó en Estados Unidos la obra de Jeremy Rifkin, economista y sociólogo, titulada “El fin del trabajo”, con una conclusión inquietante: las nuevas tecnologías de los ordenadores y de las comunicaciones destruyen más puestos de trabajo de los que crean, lo cual tiende a provocar notables desequilibrios a nivel mundial.
Rifkin argumenta que, en el siglo XXI, los robots y los ordenadores se introducirán con mucha mayor rapidez que en las anteriores revoluciones industriales, por lo que los países tendrán menos tiempo para reemplazar con nuevos empleos, que requieren preparación, a las personas desempleadas.
Los trabajadores han temido siempre perder su empleo por el avance de las máquinas. Recordemos que, a comienzos del siglo XIX, ya hubo una reacción violenta en Inglaterra, conocida como el “movimiento ludita”, protestando contra los despidos en fábricas textiles, que llegó a la destrucción de telares introducidos por la Revolución Industrial.
Los efectos del cambio tecnológico sobre el empleo son tanto en calidad (condiciones de contratación), como en cantidad (puestos de trabajo). Ambos impactos han venido afectando durante las últimas décadas a determinados segmentos de la población, acentuando desigualdades de renta. Algunos analistas señalan la “polarización de los trabajos”, con la reducción de los de bajo nivel y el incremento en la demanda de los altamente cualificados, aquellos que requieren flexibilidad, creatividad o interacción entre las personas.
El economista Joseph Schumpeter denominó “destrucción creativa” a la innovación tecnológica que se da en el sistema capitalista y lo describía como un proceso de cambio industrial que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo la antigua y creando una nueva.
Este proceso típico del capitalismo consigue aumentar la productividad, haciendo que muchos bienes que estaban al alcance de pocas personas sean accesibles hoy día para sectores más amplios de la población. Las nuevas tecnologías amplían la oferta de los productos considerados, en principio, más bien de lujo y empujan los precios hacia abajo para atender una demanda más amplia. Así es como las innovaciones han eliminado puestos de trabajo en algunos sectores, pero han creado al mismo tiempo empleos en nuevas industrias. Se ha concluido que el resultado ha sido positivo para el conjunto de la sociedad.
Pero se sospecha que actualmente la tecnología puede estar eliminando más puestos de trabajo que los que crea. Algunos han argumentado comparando los tres grandes suministradores de coches con los tres principales monstruos de la tecnología. En 1990, Ford, GM y Chrysler tuvieron 36.000 millones de dólares de ingresos y emplearon a más de 1 millón de trabajadores, mientras que hoy día Google, Facebook y Apple alcanzan más de 1 billón de ingresos y sólo dan empleo a 137.000.
Quizás, una reflexión de Stephen Hawking, conocido físico británico, ayude a profundizar en esta controvertida cuestión: "Si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de cómo se distribuyen las cosas. Todo el mundo podrá disfrutar de una vida de lujo ociosa si la riqueza producida por las máquinas es compartida, o la mayoría de la gente puede acabar siendo miserablemente pobre si los propietarios de las máquinas cabildean con éxito contra la redistribución de la riqueza. Hasta ahora, la tendencia parece ser hacia la segunda opción, con la tecnología provocando cada vez mayor desigualdad".
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