El control del sistema financiero está pasando de los bancos a una compleja red interconectada de fondos de inversión y gestoras de activos, una revolución en las dinámicas del capitalismo que da enorme poder a los megafondos.
La transformación del sistema financiero fue impulsada por las políticas neoliberales de liberalización, privatización y desregulación de la economía financiera, eliminando los mecanismos de control y creando las mejores condiciones para el crecimiento de los fondos.
Los grandes fondos no dependen de los bancos centrales ni de los Gobiernos y escapan a la legislación internacional bancaria, operando a menudo desde paraísos fiscales para evadir el pago de impuestos y garantizar el anonimato de sus inversiones.
Los megafondos de inversión, entre los cuales se encuentran BlackRock, Vanguard y State Street, se dedican a captar capitales de las pensiones privadas, inversores particulares, fondos o bancos de inversión y fondos dependientes de los Estados.
Tras la crisis financiera de 2008, el crecimiento de estos fondos ha sido espectacular. Según los datos de la publicación “El salto”, BlackRock es hoy el fondo de inversión más grande del mundo y tiene 9 billones de dólares en activos, equivalentes a siete veces el PIB español, el 10% del PIB mundial.
En el caso español, los denominados “intereses del IBEX.35” están de hecho fuera de nuestras fronteras. Los nuevos oligarcas del mercado se encuentran en Manhattan (BlackRock), Pensilvania (Vanguard) u Oslo (Norges Bank)
La estructura de la propiedad de las acciones en España ha sufrido una profunda transformación en las últimas décadas. En marzo de 2021, los inversores extranjeros tenían el 57% del valor total del mercado español, frente al 30,6% que poseían cuando se creo el IBEX-35, en 1992.
Al crecimiento de las participaciones en poder de los fondos extranjeros han contribuido las privatizaciones (actualmente el Estado sólo conserva un 2,9% de la Bolsa española); la entrada en el euro, que evitó el riesgo de invertir en una divisa volátil, incentivando la inversión extranjera, y la crisis de las Cajas de Ahorro, que tuvieron que deshacerse de sus carteras industriales, un hueco financiero que llenó el dinero extranjero.
El poder del megafondo BlackRock es tal que su presidente se reúne con jefes de gobierno, banqueros y reguladores. Cada año envía una carta a los consejeros delegados de las mayores empresas del mundo indicando las líneas estratégicas que deberían seguir para recibir dinero del megafondo.
Un aspecto destacado de la evolución de los fondos es la concentración: los tres más grandes disponen del 25% de los derechos de voto de S&P 500, uno de los índices financieros más importantes de EE.UU, basado en la capitalización bursátil de 500 grandes empresas.
Un ejemplo de la relación de los megafondos con las instituciones europeas es la consultoría contratada hace un año con la Comisión Europea. BlackRock asesora en la incorporación de criterios verdes y sociales en las finanzas. Esta concesión supone para la Comisaria del Pueblo europeo, Emily O´Reilly, un conflicto de intereses que puede afectar negativamente a la ejecución del contrato.
Pero el principal poder de los grandes gestores de activos es la amenaza de una retirada masiva de fondos de inversiones. Suelen recordar frecuentemente que su misión es asegurar el retorno de las inversiones que realizan. Si no lo consiguen, se van. Es el modo de ejercer su poder para lograr que se aplique su ideario político.
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