Aunque el sistema de economía de
mercado es capaz de gestionar en general la fijación de los precios de bienes y
servicios, existen situaciones en las que no logra la asignación eficiente de
los recursos.
En muchos casos, la mano
invisible inventada por Adam Smith para explicar el funcionamiento de los
mercados conduce a situaciones indeseables, tales como las desigualdades sociales
o la contaminación del medio ambiente. Estos efectos negativos se denominan “fallos
del mercado”.
Se suelen citar entre los principales fallos las externalidades negativas, que hacen recaer el coste económico sobre colectivos diferentes a los que realizan la actividad; la existencia de bienes públicos, no rentables para el inversor particular, pero sí para el país; la competencia imperfecta, con prácticas restrictivas del libre funcionamiento, y la distribución desigual de la renta, tanto personal como geográfica.
El alumbrado general sería un ejemplo de bien público, puesto que todos pueden servirse del mismo sin necesidad de pagarlo directamente.
En la situación de pandemia se ha
podido observar que el libre mercado de las empresas de servicios carece de
incentivo para paralizar la actividad con el objetivo de evitar los contagios del
virus. Es un fallo de mercado del tipo de externalidad negativa, en el que el
ejercicio de ciertas actividades perjudica a la población.
También el sistema eléctrico
español necesita ser mejor regulado para corregir sus ineficiencias, subsanando los fallos de mercado que castigan con un sobrecoste a los usuarios y bendicen
con dividendos extraordinarios a las grandes empresas suministradoras.
Aunque desde la década de 1980 se
ha venido propagando la idea de que el mercado es sinónimo de eficiencia y el
sector público se asemeja a la ineficiencia, lo evidente es que la libertad
económica debe tener limitaciones.
La eficiencia del mercado se ha
ido desvaneciendo en la situación pandémica y los ciudadanos han necesitado
acogerse a las soluciones aportadas por el sector público, que ha tenido que suspender
la libertad de empresa y cerrar los servicios no esenciales para evitar la
propagación del virus.
La sanidad pública ha asumido la
protección de la salud de los afectados por el coronavirus y se ha tenido que ocupar
de que el material sanitario llegue a los hospitales, con una planificación centralizada.
La Seguridad Social se ha hecho
cargo del pago a quienes la economía de mercado ha dejado sin ingresos, con ERTEs
subvencionados, prestaciones por desempleo y rentas básicas.
Ha sido en la pandemia cuando ha
aflorado la relevancia del sector público y la necesidad de equilibrar las
actividades públicas y privadas en una economía mixta como la española, aumentando
la dotación económica de lo público en sectores sensibles como sanidad, educación,
investigación y dependencia.
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