Tras la superación de la crisis de 2008, la evolución económica viene caracterizándose por un crecimiento económico moderado, muy baja tasa de inflación y tipos de interés próximos a cero.
En relación con los tipos de interés, los bancos centrales (Banco Central Europeo, Reserva Federal norteamericana y otros) aplican una política monetaria expansiva cuando buscan aumentar la demanda de bienes y servicios de los países. Una mayor oferta monetaria reduce la tasa de interés, tiende a incrementar la inversión y, a través del multiplicador, crece el consumo, con lo que se llega a aumentar la demanda agregada de la economía.
Cuando una recesión adquiere el perfil de crisis financiera, los bancos centrales llegan a adoptar tres tipos de medidas que inciden en los mercados financieros: actuar como prestamistas de última instancia, dar garantías a los depositantes de fondos y ofrecer financiación a los mercados privados
Como prestamista de última instancia, un banco central presta fondos a entidades financieras cuando éstas no son capaces de conseguir créditos en los mercados privados. Por ejemplo, actúan como salvavidas de bancos con problemas de liquidez ante la retirada masiva de fondos por los depositantes.
Pero si el problema de un banco no es de liquidez sino de solvencia, porque está en situación de quiebra, los bancos centrales llegan a intervenir para garantizar los pasivos bancarios y evitar que los depositantes pierdan su dinero. En estos casos, los bancos centrales se hacen propietarios, al menos temporalmente, de los bancos comerciales que rescatan.
En ocasiones, los bancos centrales van más allá de sus operaciones habituales, como durante la crisis de 2008, comprando incluso bonos a corto plazo emitidos por empresas privadas, tratando de mantener la actividad económica cuando los mercados privados de crédito están agotados.
Es evidente que la política de un banco central, en nuestro caso el Banco Central Europeo (BCE), determina los tipos de interés nominales a corto plazo, pero las autoridades monetarias señalan que ellas no establecen el tipo de interés que quieren, sino que es la tasa de interés natural la que indica el tipo objetivo a perseguir por la política monetaria.
El BCE sí define directamente dos tipos de interés, que condicionan el resto de los tipos del mercado: la tasa básica de refinanciación (ahora al 0%) y la facilidad de depósito para los bancos (-0,5%)
La tasa de interés natural se corresponde a grandes rasgos con el tipo de interés real (el nominal menos la inflación) y viene determinado por la demanda y la oferta de empresas, familias y gobiernos de fondos para ahorrar e invertir. Es un tipo compatible con el funcionamiento normal de la economía y la estabilidad financiera.
La evidencia parece apuntar que el tipo de interés real estimado se ha situado en las principales economías avanzadas en niveles históricamente bajos, incluso negativos. Tanto en EE.UU como en Europa al comienzo de la crisis era en torno al 2%, y cayó a mediados de 2019 hasta el 1% en EE.UU y al 0% en la Eurozona.
Además de las políticas monetarias expansivas, en el descenso de los tipos de interés influyen el envejecimiento de la población y el descenso de la productividad, que desincentiva la inversión. El aumento de la esperanza de vida tiende a incrementar el ahorro de los trabajadores para hacer frente a la jubilación, en tanto que la caída de la natalidad y de la población activa reduce el crecimiento potencial de la economía.
Parece que los bancos centrales están asumiendo ahora que la caída pronunciada de los tipos de interés puede tener efectos secundarios al prolongarse en el tiempo. Tras varios años de tipos negativos en la Eurozona y abundante liquidez, los beneficios de la expansión monetaria empiezan a perder fuerza y aumenta el temor de que puedan generarse incentivos perversos a la toma de riesgos excesivos por los agentes económicos en busca de rentabilidad, que podrían afectar a la estabilidad financiera.
En relación con los tipos de interés, los bancos centrales (Banco Central Europeo, Reserva Federal norteamericana y otros) aplican una política monetaria expansiva cuando buscan aumentar la demanda de bienes y servicios de los países. Una mayor oferta monetaria reduce la tasa de interés, tiende a incrementar la inversión y, a través del multiplicador, crece el consumo, con lo que se llega a aumentar la demanda agregada de la economía.
Cuando una recesión adquiere el perfil de crisis financiera, los bancos centrales llegan a adoptar tres tipos de medidas que inciden en los mercados financieros: actuar como prestamistas de última instancia, dar garantías a los depositantes de fondos y ofrecer financiación a los mercados privados
Como prestamista de última instancia, un banco central presta fondos a entidades financieras cuando éstas no son capaces de conseguir créditos en los mercados privados. Por ejemplo, actúan como salvavidas de bancos con problemas de liquidez ante la retirada masiva de fondos por los depositantes.
Pero si el problema de un banco no es de liquidez sino de solvencia, porque está en situación de quiebra, los bancos centrales llegan a intervenir para garantizar los pasivos bancarios y evitar que los depositantes pierdan su dinero. En estos casos, los bancos centrales se hacen propietarios, al menos temporalmente, de los bancos comerciales que rescatan.
En ocasiones, los bancos centrales van más allá de sus operaciones habituales, como durante la crisis de 2008, comprando incluso bonos a corto plazo emitidos por empresas privadas, tratando de mantener la actividad económica cuando los mercados privados de crédito están agotados.
En el siguiente gráfico tenemos la evolución del Euribor, uno de los tipos de interés más importante en toda Europa:
Observamos una caída muy pronunciada, desde el 22% en 1977 hasta el 2% en 1999. En 2015 quedó al 0% y en 2018 entró en signo negativo.
Es evidente que la política de un banco central, en nuestro caso el Banco Central Europeo (BCE), determina los tipos de interés nominales a corto plazo, pero las autoridades monetarias señalan que ellas no establecen el tipo de interés que quieren, sino que es la tasa de interés natural la que indica el tipo objetivo a perseguir por la política monetaria.
El BCE sí define directamente dos tipos de interés, que condicionan el resto de los tipos del mercado: la tasa básica de refinanciación (ahora al 0%) y la facilidad de depósito para los bancos (-0,5%)
La tasa de interés natural se corresponde a grandes rasgos con el tipo de interés real (el nominal menos la inflación) y viene determinado por la demanda y la oferta de empresas, familias y gobiernos de fondos para ahorrar e invertir. Es un tipo compatible con el funcionamiento normal de la economía y la estabilidad financiera.
La evidencia parece apuntar que el tipo de interés real estimado se ha situado en las principales economías avanzadas en niveles históricamente bajos, incluso negativos. Tanto en EE.UU como en Europa al comienzo de la crisis era en torno al 2%, y cayó a mediados de 2019 hasta el 1% en EE.UU y al 0% en la Eurozona.
Además de las políticas monetarias expansivas, en el descenso de los tipos de interés influyen el envejecimiento de la población y el descenso de la productividad, que desincentiva la inversión. El aumento de la esperanza de vida tiende a incrementar el ahorro de los trabajadores para hacer frente a la jubilación, en tanto que la caída de la natalidad y de la población activa reduce el crecimiento potencial de la economía.
Parece que los bancos centrales están asumiendo ahora que la caída pronunciada de los tipos de interés puede tener efectos secundarios al prolongarse en el tiempo. Tras varios años de tipos negativos en la Eurozona y abundante liquidez, los beneficios de la expansión monetaria empiezan a perder fuerza y aumenta el temor de que puedan generarse incentivos perversos a la toma de riesgos excesivos por los agentes económicos en busca de rentabilidad, que podrían afectar a la estabilidad financiera.