El ciclo económico se compone de fluctuaciones de cierta regularidad en la actividad productiva de las economías de mercado, que suele tener cuatro fases: expansión, crisis, recesión y recuperación.
Aunque hay factores externos (shocks exógenos) que influyen estrechamente sobre el nivel de actividad, tales como un brusco incremento del precio del petróleo o un disruptivo cambio tecnológico, los ciclos económicos, también llamados “ciclos comerciales”, son debidos muchas veces a la propia dinámica interna de las decisiones económicas.
Cuando la demanda crece, las empresas comerciales de la cadena de distribución deciden aumentar sus inventarios. Las fábricas aceleran su producción para atender a la mayor demanda de los distribuidores. Los fabricantes encargan más equipos para aumentar la capacidad de producción. Los plazos de entrega acaban alargándose y surge la sensación de escasez, que lleva a los consumidores a adelantar la compra de los productos.
Se llega así al final de la fase expansiva, el momento en que los consumidores tienen un exceso de producto y las ventas se estabilizan. Bajan los pedidos para inventarios y las fábricas reducen su producción. Dejan de adquirirse nuevos equipos y se reduce el número de trabajadores, con lo que descienden los ingresos y el poder adquisitivo. Caen las ventas, aumentan los inventarios indeseados y se reducen más los pedidos. Se va acercando el final de la fase recesiva, para dar paso a la recuperación.
Como podemos observar en las secuencias, son las oscilaciones de las cantidades de producción las que provocan las fases expansiva y recesiva. Si se ajustaran al ciclo los salarios y los precios, se lograría mantener estables las producciones y ventas. Pero tanto los salarios como los precios ofrecen resistencias a las caídas, con lo que el sistema capitalista no llega a eliminar los ciclos.
Recogemos en el siguiente cuadro (Xavi Grandes, ESIC) los rasgos más relevantes de las crisis económicas:
Las instituciones que se crearon tras la Gran Depresión de los años 30 lograron impedir nuevas recesiones profundas en las siguientes tres décadas. Pero en 1971, al cancelarse de modo unilateral los acuerdos de Bretton Woods, medida denominada “Nixon shock” , quedó derogado el patrón oro, suprimiendo la convertibilidad directa del dólar estadounidense con respecto al oro. El dólar se devaluó y dio comienzo la época de los tipos de cambio flotantes entre las divisas en función de la situación de mercado.
En 1973 irrumpió la crisis del petróleo, un shock consecuencia del corte de suministro de los países de la OPEP durante la guerra arabe-israelí del Yom Kippur, que provocó en 1974 un brusco incremento del precio del crudo de 2,50 a 11,50 dólares por barril. La elevación de la factura energética dio lugar a fuertes crisis en los países más industrializados de occidente, que se vieron obligados a emprender políticas de diversificación y ahorro energético.
A comienzos de este siglo, los excesos en el sector de Internet y las Telecomunicaciones, en el período de la supuesta “nueva economía”, generaron otro shock exógeno, que se saldó con quiebras, fusiones y cierres de empresas. En tres años, la crisis hizo desaparecer varios miles de compañías y algunas de las grandes corporaciones de telecomunicaciones fueron protagonistas de importantes fraudes contables.
Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, en Europa se tuvo que afrontar la llamada “crisis de la deuda”, que estalló cuando el gobierno griego reconoció que el déficit del país era mucho mayor que el anunciado oficialmente, lo cual incrementó en los mercados el interés a pagar por los bonos emitidos. Tanto la UE como el FMI negociaron durante meses un programa de ayuda para evitar que la crisis se extendiera a otros países con situaciones parecidas, tales como España, Portugal, Irlanda e Italia. La incertidumbre que se instaló en los mercados llegó a poner en duda la viabilidad del euro como moneda única europea.
Todos estas crisis, debidas tanto a las dinámicas internas del sistema productivo como a factores externos, han provocado quiebras empresariales y aumento del desempleo, afectando especialmente a los mercados de trabajo y de la vivienda, y haciendo que se incrementen las situaciones de vulnerabilidad y de exclusión social.
Ante una posible nueva recesión, está aflorando la duda de si la caída de los tipos de interés reales hasta niveles próximos a cero no habrá reducido la capacidad de los instrumentos en poder de las autoridades para reactivar la demanda.
Aunque hay factores externos (shocks exógenos) que influyen estrechamente sobre el nivel de actividad, tales como un brusco incremento del precio del petróleo o un disruptivo cambio tecnológico, los ciclos económicos, también llamados “ciclos comerciales”, son debidos muchas veces a la propia dinámica interna de las decisiones económicas.
Cuando la demanda crece, las empresas comerciales de la cadena de distribución deciden aumentar sus inventarios. Las fábricas aceleran su producción para atender a la mayor demanda de los distribuidores. Los fabricantes encargan más equipos para aumentar la capacidad de producción. Los plazos de entrega acaban alargándose y surge la sensación de escasez, que lleva a los consumidores a adelantar la compra de los productos.
Se llega así al final de la fase expansiva, el momento en que los consumidores tienen un exceso de producto y las ventas se estabilizan. Bajan los pedidos para inventarios y las fábricas reducen su producción. Dejan de adquirirse nuevos equipos y se reduce el número de trabajadores, con lo que descienden los ingresos y el poder adquisitivo. Caen las ventas, aumentan los inventarios indeseados y se reducen más los pedidos. Se va acercando el final de la fase recesiva, para dar paso a la recuperación.
Como podemos observar en las secuencias, son las oscilaciones de las cantidades de producción las que provocan las fases expansiva y recesiva. Si se ajustaran al ciclo los salarios y los precios, se lograría mantener estables las producciones y ventas. Pero tanto los salarios como los precios ofrecen resistencias a las caídas, con lo que el sistema capitalista no llega a eliminar los ciclos.
Recogemos en el siguiente cuadro (Xavi Grandes, ESIC) los rasgos más relevantes de las crisis económicas:
Las instituciones que se crearon tras la Gran Depresión de los años 30 lograron impedir nuevas recesiones profundas en las siguientes tres décadas. Pero en 1971, al cancelarse de modo unilateral los acuerdos de Bretton Woods, medida denominada “Nixon shock” , quedó derogado el patrón oro, suprimiendo la convertibilidad directa del dólar estadounidense con respecto al oro. El dólar se devaluó y dio comienzo la época de los tipos de cambio flotantes entre las divisas en función de la situación de mercado.
En 1973 irrumpió la crisis del petróleo, un shock consecuencia del corte de suministro de los países de la OPEP durante la guerra arabe-israelí del Yom Kippur, que provocó en 1974 un brusco incremento del precio del crudo de 2,50 a 11,50 dólares por barril. La elevación de la factura energética dio lugar a fuertes crisis en los países más industrializados de occidente, que se vieron obligados a emprender políticas de diversificación y ahorro energético.
A comienzos de este siglo, los excesos en el sector de Internet y las Telecomunicaciones, en el período de la supuesta “nueva economía”, generaron otro shock exógeno, que se saldó con quiebras, fusiones y cierres de empresas. En tres años, la crisis hizo desaparecer varios miles de compañías y algunas de las grandes corporaciones de telecomunicaciones fueron protagonistas de importantes fraudes contables.
Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, en Europa se tuvo que afrontar la llamada “crisis de la deuda”, que estalló cuando el gobierno griego reconoció que el déficit del país era mucho mayor que el anunciado oficialmente, lo cual incrementó en los mercados el interés a pagar por los bonos emitidos. Tanto la UE como el FMI negociaron durante meses un programa de ayuda para evitar que la crisis se extendiera a otros países con situaciones parecidas, tales como España, Portugal, Irlanda e Italia. La incertidumbre que se instaló en los mercados llegó a poner en duda la viabilidad del euro como moneda única europea.
Todos estas crisis, debidas tanto a las dinámicas internas del sistema productivo como a factores externos, han provocado quiebras empresariales y aumento del desempleo, afectando especialmente a los mercados de trabajo y de la vivienda, y haciendo que se incrementen las situaciones de vulnerabilidad y de exclusión social.
Ante una posible nueva recesión, está aflorando la duda de si la caída de los tipos de interés reales hasta niveles próximos a cero no habrá reducido la capacidad de los instrumentos en poder de las autoridades para reactivar la demanda.
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