La productividad laboral, que es el volumen de bienes y servicios producidos por cada empleado, se mide a través del Producto Interior Bruto (PIB), expresándolo por persona ocupada o por hora de trabajo (PIB /personas ocupadas u horas de trabajo). Se define a menudo como el valor añadido por cada trabajador
A fin de eliminar los efectos de la inflación, la evolución de la productividad laboral debe calcularse utilizando datos ajustados a los cambios de precios, en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA), expresando así la variación de la productividad real.
En el siguiente cuadro, preparado por la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), tenemos la evolución de la productividad real por persona empleada en cada país de la Unión Europea en la última década, en miles de euros:
Destacan en el cuadro por su alta productividad dos países: Irlanda y Luxemburgo. El modelo económico irlandés ha conseguido en la última década un alto nivel de desarrollo aplicando políticas fiscales que han beneficiado a la inversión extranjera, al tiempo que el país desplegaba un sistema educativo capaz de ofrecer personas cualificadas al entramado empresarial
En el caso de Luxemburgo, al empleo que generan las empresas industriales y comerciales se suman las demandas de los servicios financieros y las instituciones comunitarias, dado que el país es sede del Tribunal de Justicia, el Tribunal de Cuentas, una de las sedes del Parlamento Europeo y una sede de la Comisión Europea, además de otras organizaciones mundiales.
España se encuentra por debajo de la media europea, con una producción por trabajador en 2017 en torno de 67.000 euros del año (53.500 eliminando la inflación), un 89,3% de la media del área Euro (19 países), ligeramente superior a la del año 2007.
No cabe duda de que la mejora de la productividad es una condición necesaria en el entorno de la cuarta revolución industrial. El diferencial que nos aventajan los socios europeos más significativos les permite crecer más, crear empleo de calidad y recaudar más elevados impuestos que pueden revertir a los ciudadanos en servicios sociales
Aunque hay grandes compañías con capacidad competitiva en los mercados internacionales, España es un país caracterizado por la preponderancia de empresas pymes y microempresas, que no disponen de los medios que cuentan las de mayor dimensión para formar a sus empleados o seguir el ritmo que marca la evolución tecnológica.
Con el sector industrial en retroceso, hasta el 12,5% del total de los ocupados, los servicios representan en España más del 75%, en muchos casos con empleos de calidad deficiente, que aportan menor valor añadido que el sector industrial.
La recuperación económica, ahora desacelerándose, avanza en España con el mismo modelo del ciclo expansivo anterior a la crisis. Con la hostelería destacando sobre el resto de las actividades y el empuje del turismo y del sector inmobiliario, de nuevo en crecimiento, la mayor demanda de trabajo se centra en personas de baja cualificación.
Con este panorama es difícil que se produzca un aumento real de las remuneraciones del trabajo, salvo por incrementos políticos del salario mínimo. Con el crecimiento intensivo en empleo, el PIB sólo avanza con la incorporación de parados al mercado laboral. Por tanto, será complicado que el país vaya cerrando la brecha de productividad laboral que tiene abierta con sus socios europeos.
Una prueba de ello son los datos que aporta la Contabilidad Nacional, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Para el primer trimestre de este año ha calculado una variación interanual (negativa) de la productividad, tanto por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo como por hora efectivamente trabajada, de -0,4%.
En el siguiente cuadro, preparado por la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), tenemos la evolución de la productividad real por persona empleada en cada país de la Unión Europea en la última década, en miles de euros:
Destacan en el cuadro por su alta productividad dos países: Irlanda y Luxemburgo. El modelo económico irlandés ha conseguido en la última década un alto nivel de desarrollo aplicando políticas fiscales que han beneficiado a la inversión extranjera, al tiempo que el país desplegaba un sistema educativo capaz de ofrecer personas cualificadas al entramado empresarial
En el caso de Luxemburgo, al empleo que generan las empresas industriales y comerciales se suman las demandas de los servicios financieros y las instituciones comunitarias, dado que el país es sede del Tribunal de Justicia, el Tribunal de Cuentas, una de las sedes del Parlamento Europeo y una sede de la Comisión Europea, además de otras organizaciones mundiales.
España se encuentra por debajo de la media europea, con una producción por trabajador en 2017 en torno de 67.000 euros del año (53.500 eliminando la inflación), un 89,3% de la media del área Euro (19 países), ligeramente superior a la del año 2007.
No cabe duda de que la mejora de la productividad es una condición necesaria en el entorno de la cuarta revolución industrial. El diferencial que nos aventajan los socios europeos más significativos les permite crecer más, crear empleo de calidad y recaudar más elevados impuestos que pueden revertir a los ciudadanos en servicios sociales
Aunque hay grandes compañías con capacidad competitiva en los mercados internacionales, España es un país caracterizado por la preponderancia de empresas pymes y microempresas, que no disponen de los medios que cuentan las de mayor dimensión para formar a sus empleados o seguir el ritmo que marca la evolución tecnológica.
Con el sector industrial en retroceso, hasta el 12,5% del total de los ocupados, los servicios representan en España más del 75%, en muchos casos con empleos de calidad deficiente, que aportan menor valor añadido que el sector industrial.
La recuperación económica, ahora desacelerándose, avanza en España con el mismo modelo del ciclo expansivo anterior a la crisis. Con la hostelería destacando sobre el resto de las actividades y el empuje del turismo y del sector inmobiliario, de nuevo en crecimiento, la mayor demanda de trabajo se centra en personas de baja cualificación.
Con este panorama es difícil que se produzca un aumento real de las remuneraciones del trabajo, salvo por incrementos políticos del salario mínimo. Con el crecimiento intensivo en empleo, el PIB sólo avanza con la incorporación de parados al mercado laboral. Por tanto, será complicado que el país vaya cerrando la brecha de productividad laboral que tiene abierta con sus socios europeos.
Una prueba de ello son los datos que aporta la Contabilidad Nacional, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Para el primer trimestre de este año ha calculado una variación interanual (negativa) de la productividad, tanto por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo como por hora efectivamente trabajada, de -0,4%.
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