martes, 15 de enero de 2019

INDICADORES DE BIENESTAR

Aunque el Producto Interior Bruto (PIB) es el indicador de referencia en macroeconomía y la medida del éxito o fracaso económico de los países, se discute con frecuencia la relación entre el nivel de renta por habitante y el bienestar de las poblaciones. Las reflexiones suelen admitir la vigencia del PIB como medida útil, pero apuntan a la necesidad de complementarlo con otros indicadores sociales de bienestar.

Es cierto que, además de medir el crecimiento económico y comparar el nivel de vida material de los países, los datos que aporta la evolución del PIB influyen en las decisiones de empresas y familias. Permiten también planificar las acciones de los Gobiernos y evaluar el cumplimiento de las políticas económicas.

Pero los datos de mejora económica suelen esconder con frecuencia aumento de desigualdad o estancamiento de pobreza, por lo que se plantean alternativas para medir el impacto que el crecimiento económico tiene realmente sobre el bienestar.

La opción más utilizada es el Indice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador impulsado por la Organización de Naciones Unidas (ONU), como Programa para el Desarrollo Económico, con la finalidad de añadir a la perspectiva económica otros elementos que afectan a las condiciones de vida de las personas.

El Programa, que señala como objetivo del desarrollo humano el impulso de las capacidades de todas las personas, publicó el primer informe en 1990 y sus actividades han ampliado las fronteras del pensamiento social más allá del crecimiento económico, situando a las personas y el bienestar humano en el centro de las políticas públicas.

El indicador utiliza tres variables: la esperanza de vida al nacer, el nivel de educación y el PIB por habitante. La ONU añade también indicadores para recoger otros aspectos, tales como la Desigualdad, el Desarrollo de Género y la Pobreza Multidimensional.

Según el Informe de 2018 (datos de 2017), ordenando a los 189 países analizados, de mayor a menor puntuación (en el intervalo entre 0 y 1), el Indice de Desarrollo Humano sitúa en 2017 en las tres primeras posiciones a Noruega (0,953), Suiza (0,944) y Australia (0,939). Los países africanos continúan en las ultimas posiciones, con Niger (0,354) como cierre del ranking. España tiene un índice de 0,891, lo que supone una mejora respecto a 2016, año en el que era de 0,889, y ocupa el puesto 26.

La última versión del Programa subraya que los desequilibrios en las oportunidades y elecciones de las personas provienen de las desigualdades tanto en los ingresos como en la salud, la educación y el acceso a la tecnología.

En el siguiente gráfico se recoge la incidencia de la desigualdad en el Indice de Desarrollo Humano


Cuando existe desigualdad, el valor del indicador agregado se reduce. Observamos en el gráfico que la perdida porcentual de puntuación por la desigualdad es mayor a medida que desciende el nivel de desarrollo humano.

Las desigualdades hacen que el valor del IDH mundial de 0,728 en el año 2017 se reduzca hasta 0,582, una caída del 20%, que supone pasar de la categoría de desarrollo humano alto a desarrollo humano medio. La desigualdad en los ingresos es la que más contribuye a la desigualdad global, seguida por las diferencias en la educación y en la esperanza de vida.

En el caso de España, el índice desciende a 0,754, con una pérdida del 15,4%, lo cual denuncia una mayor desigualdad que le media (10,7%) en el nivel que ocupa el país (desarrollo humano muy alto).

En la perspectiva específica de desigualdad de género, a nivel mundial, el valor medio del IDH de las mujeres (0,705) es un 5,9% más bajo que el de los hombres (0,749) , brecha entre géneros que se amplía al 13,8% en los países con un desarrollo humano bajo.

Los logros en materia de desarrollo humano se quieren expresar no solo desde el punto de vista de la cantidad, sino también con una perspectiva de calidad. Así, una forma de evaluar la calidad de la salud es observar indicadores de “esperanza de vida sana”, que se cuantifica en un 12,0% inferior a la esperanza de vida en el conjunto de las regiones y grupos de desarrollo humano.

Para evaluar la calidad de la educación pueden utilizarse criterios de medición indirectos, como el número de alumnos por docente, que muestra amplias diferencias entre los grupos de desarrollo humano. En los países con desarrollo humano bajo dicha cifra es tres veces mayor que en los países con desarrollo humano muy alto (41 frente a 14). La preparación de los docentes es también muy diferente entre los niveles de desarrollo humano.

Una de las conclusiones del nuevo Informe es que la mayoría de las personas son más longevas en nuestros días, tienen un nivel mayor de educación y más acceso a bienes y servicios. Sin embargo, el hecho de vivir más no significa que todos puedan disfrutar de la vida durante más años. Asimismo, permanecer más tiempo escolarizado no supone aumentar capacidades y competencias equivalentes. Por lo tanto, en los años venideros “será importante trasladar el foco de atención a la calidad del desarrollo humano”.










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