Se considera que un crecimiento económico es sostenible a largo plazo cuando aumenta la productividad (productividad del trabajo), que es la cantidad producida como media por los trabajadores o la producción por hora trabajada. Se puede afirmar que el incremento del Producto Interior Bruto (PIB) real por habitante se debe precisamente al aumento de la productividad, la clave del crecimiento económico.
A corto plazo puede también aumentar la producción por habitante si se incrementa la parte de la población que trabaja, tal como ha sucedido en el período de recuperación de la economía española. Pero se ha podido constatar que a largo plazo la tasa de aumento del empleo está muy próxima al crecimiento de la población.
En los siguientes gráficos se representa la situación de varios países de la Eurozona, con sus rentas medias y productividades en el período de recuperación:
Observamos en el gráfico que, en el quinquenio tras la Gran Recesión, el crecimiento del PIB por habitante no se ha producido fundamentalmente por el incremento de la productividad, sino por la reducción del desempleo, incorporando parados al trabajo. En el caso de España, la productividad sólo creció a una tasa anual de 0,48% (2,4/5) en el quinquenio y la renta media aumentó a un ritmo anual del 2,8% (14,1/5), por el incremento del empleo.
Hay tres factores básicos que determinan la productividad del trabajo: la disponibilidad de capital físico (maquinaria y demás equipamientos), el potencial o capital humano (formación) del trabajador y el progreso tecnológico.
La formación y experiencia del trabajador se considera hoy día más importante que el capital físico para el incremento de la productividad, pero probablemente el determinante clave es el progreso tecnológico, que se puede definir como el avance en los medios tecnológicos y organizativos para la producción de bienes y servicios.
Los tres factores citados tienden a aumentar a lo largo del tiempo. Cuando los trabajadores están equipados con más maquinaria, reciben mejor formación y se benefician de mejoras tecnológicas.
La función de producción agregada, que trata de descomponer los efectos de los tres factores sobre la producción total, presenta rendimientos de capital físico decrecientes, de tal manera que si la cantidad de capital humano (formación) por trabajador y el estado de la tecnología se mantienen constantes, cada incremento sucesivo de capital físico por trabajador genera un menor aumento de la productividad.
La economía puede lograr mayor producción por trabajador con la misma cantidad de capital físico y de capital humano por el efecto del progreso tecnológico (innovación), que recibe el nombre de “productividad total de los factores”. Por ejemplo, las estadísticas norteamericanas señalan que, en los sectores agrarios, el 46% del incremento de productividad entre 1948 y 2008 se debió a la productividad total de los factores.
El aumento de la productividad es un gran reto para la economía española. A largo plazo, el crecimiento no vendrá impulsado por el incremento de capital físico o humano, sino por el avance en la productividad total de los factores, que algunos denominan “crecimiento inteligente”. Este componente no ha tenido crecimiento alguno en España en el último quinquenio, debido, entre otros aspectos, al reducido tamaño de las empresas y al bajo aprovechamiento de las nuevas tecnologías y los sistemas organizativos.
En los siguientes gráficos se representa la situación de varios países de la Eurozona, con sus rentas medias y productividades en el período de recuperación:
Observamos en el gráfico que, en el quinquenio tras la Gran Recesión, el crecimiento del PIB por habitante no se ha producido fundamentalmente por el incremento de la productividad, sino por la reducción del desempleo, incorporando parados al trabajo. En el caso de España, la productividad sólo creció a una tasa anual de 0,48% (2,4/5) en el quinquenio y la renta media aumentó a un ritmo anual del 2,8% (14,1/5), por el incremento del empleo.
Hay tres factores básicos que determinan la productividad del trabajo: la disponibilidad de capital físico (maquinaria y demás equipamientos), el potencial o capital humano (formación) del trabajador y el progreso tecnológico.
La formación y experiencia del trabajador se considera hoy día más importante que el capital físico para el incremento de la productividad, pero probablemente el determinante clave es el progreso tecnológico, que se puede definir como el avance en los medios tecnológicos y organizativos para la producción de bienes y servicios.
Los tres factores citados tienden a aumentar a lo largo del tiempo. Cuando los trabajadores están equipados con más maquinaria, reciben mejor formación y se benefician de mejoras tecnológicas.
La función de producción agregada, que trata de descomponer los efectos de los tres factores sobre la producción total, presenta rendimientos de capital físico decrecientes, de tal manera que si la cantidad de capital humano (formación) por trabajador y el estado de la tecnología se mantienen constantes, cada incremento sucesivo de capital físico por trabajador genera un menor aumento de la productividad.
La economía puede lograr mayor producción por trabajador con la misma cantidad de capital físico y de capital humano por el efecto del progreso tecnológico (innovación), que recibe el nombre de “productividad total de los factores”. Por ejemplo, las estadísticas norteamericanas señalan que, en los sectores agrarios, el 46% del incremento de productividad entre 1948 y 2008 se debió a la productividad total de los factores.
El aumento de la productividad es un gran reto para la economía española. A largo plazo, el crecimiento no vendrá impulsado por el incremento de capital físico o humano, sino por el avance en la productividad total de los factores, que algunos denominan “crecimiento inteligente”. Este componente no ha tenido crecimiento alguno en España en el último quinquenio, debido, entre otros aspectos, al reducido tamaño de las empresas y al bajo aprovechamiento de las nuevas tecnologías y los sistemas organizativos.
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