Entre las Cuentas de la Renta y del Producto Nacionales se encuentra el Producto Interior Bruto (PIB). Una de las formas de calcular este indicador de la producción agregada es como suma de las rentas del país. Consiste en agrupar las rentas pagadas por las empresas a cuantos han intervenido en la producción: salarios de los trabajadores, intereses de los que prestaron sus ahorros a las empresas y al gobierno, alquileres de terrenos e inmuebles utilizados por las empresas y beneficios de los propietarios de las empresas.
En este indicador, el grado de participación del trabajo en la renta de un país viene dado por el total de los costes laborales dividido entre el valor añadido, que resulta de descontar a los ingresos de la producción los costes de los factores intermedios, tales como materiales, energía y otros
Aunque este cálculo es complejo y suscita debates técnicos, la tendencia al descenso de la parte del trabajo en la renta total se confirma pese a los ajustes, tal como lo viene señalando la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con respecto a la mayoría de los países industrializados.
Cuando se incluyen las rentas mixtas de los autónomos, lógicamente aumenta la participación del trabajo en el PIB, pero se puede observar que el indicador sigue siendo decreciente en las últimas décadas. Y dejando a un lado los sueldos que representan el 1% más elevado, la reducción del indicador es mucho mayor, lo cual significa el alto crecimiento de las remuneraciones de la alta dirección de las grandes empresas.
En el siguiente gráfico se representa la evolución de la participación del trabajo en España, calculado como cociente entre el coste por asalariado y el PIB a precios de mercado por ocupado, con el índice 1978=100
El gráfico muestra que, desde la década de los 80 del siglo pasado, la participación del trabajo es decreciente, lo cual significa que la productividad ha ido creciendo por encima de los salarios, en beneficio de las rentas del capital.
Entre las causas posibles de esta caída de la participación podrían estar la pérdida de poder relativo de los trabajadores al debilitarse la sindicación, los aumentos de los márgenes de las empresas como consecuencia de la concentración, aumentando el poder de mercado, y los cambios en la proporción entre trabajo cualificado y poco cualificado.
Un fenómeno que ha tenido importancia es que las nuevas tecnologías han logrado reducir el precio de los bienes de capital (máquinas, por ejemplo) al tiempo que aumentaban su eficiencia, que ha llevado a las empresas a sustituir trabajo por capital.
Hay que tener en cuenta también la mayor liberalización internacional, que provoca la penetración creciente de importaciones procedentes de empresas extranjeras con productos más baratos, aprovechando sus menores costes laborales, una situación que obliga a ajustar los precios a las empresas nacionales para poder competir, con disminución de los costes laborales, bien reduciendo el empleo o bajando los salarios. Asimismo, las deslocalizaciones empresariales han provocado con frecuencia procesos de destrucción de empleo en algunos sectores.
Otro hecho relevante es la financiarización de la economía, haciendo que los principales accionistas de las grandes empresas sean inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones, hedge funds) que están interesados sobre todo por la rentabilidad a corto plazo. Este interés coincide con el de los gestores que tienen una parte importante de su retribución ligada al precio de las acciones.
Todo ello supone un cambio de orientación en la política de distribución de beneficios, reduciendo la parte que se reinvierte en la actividad productiva de la empresa, que es la que llevaría al incremento del empleo en el largo plazo, para dar prioridad al reparto de dividendos o a la compra de acciones de la propia empresa para aumentar su precio a corto plazo
El resultado es que estamos en una tendencia de aumento de la participación en el PIB de las rentas del capital, es decir, dividendos e intereses. Al concentrarse la riqueza se está produciendo una creciente acumulación personal de las rentas de capital, lo que provoca el aumento de la desigualdad en la distribución de la renta generada, sobre todo antes de realizar la redistribución por medio de los impuestos y los gastos públicos, con el riesgo de poner en peligro la cohesión social.