El ciclo económico abarca la serie de fases por las que habitualmente pasa la economía, con unos períodos de expansión, que acaban en el auge, y otros de recesión, que pueden llegar hasta la depresión, cuando el descenso es importante. En las fases alcistas mejora la economía y se crea empleo, en tanto que decae la situación en los períodos de contracción, que es cuando afloran las crisis económicas.
Con datos de la economía española, el siguiente gráfico indica la evolución de las tasas de variación del Producto Interior Bruto (PIB) en la última década:
En la segunda mitad de 2011, la economía española estaba ya en recesión y, tras tocar fondo en 2012 con una caída del PIB del -2,9%, inició la recuperación, reduciendo el nivel de descenso en el 2013 al -1,7%, hasta conseguir tasas de crecimientos positivas en los siguientes años, superando el 3% anual. La fase recesiva 2009-2013 ha sido la más larga y la de mayor retroceso productivo de la economía española en las últimas décadas.
Podrían destacarse como causantes principales de la caída, además de los problemas financieros, la debilidad del gasto privado y del gasto público, condicionado este último por la consolidación fiscal exigida desde las autoridades europeas, que provocaron un fuerte retroceso de la demanda interna.
La caída de las rentas reales, debida a los recortes presupuestarios, la debilidad del mercado de trabajo y las alzas en los impuestos directos e indirectos, junto al elevado nivel de endeudamiento de los hogares, ejercieron una presión contractiva sobre la capacidad de gasto real de las familias.
La inversión empresarial se encontraba muy debilitada a causa de las restrictivas condiciones de acceso a la financiación y, además, la capacidad instalada estaba infrautilizada. La elevada incertidumbre tampoco animaba al emprendimiento de nuevos proyectos.
Las ganancias en competitividad, basadas en la contracción de los costes laborales unitarios, y la mayor propensión de las empresas españolas a acceder a los mercados internacionales hicieron que la exportación fuera el soporte fundamental para superar la fase recesiva.
Con la mejoría en el sector exterior, las necesidades de financiación del conjunto del país fueron descendiendo, llegando a registrar una capacidad de financiación desde la segunda mitad del 2012, tras décadas de déficit exterior en la balanza de pagos por cuenta corriente.
A la altura de 2018, puede afirmarse que los impulsores del robusto crecimiento del PIB en los últimos tres años han sido la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo (BCE), con tipos de interés cercanos a cero, el abaratamiento del precio del petróleo y el incremento de las exportaciones como consecuencia del buen momento del comercio internacional.
Pero los motores del crecimiento podrían perder fuerza y se avecinan cambios en el corto plazo. El BCE ya ha anunciado que irá descendiendo el volumen de compra mensual de bonos a los países, aunque mantendrá hasta mediados de 2019 el tipo de interés en torno a cero, y el precio del petróleo ha subido de 30 dólares al entorno de 80 dólares En cuanto al volumen de comercio mundial, el afán proteccionista de Trump no puede hacer más que empeorar las relaciones internacionales.
Tratando de activar la política fiscal, el Gobierno se esfuerza por lograr para 2019 un incremento en el techo de gasto del 4,4%, la cifra que señala el límite máximo que pueden gastar los ministerios. El déficit público debe descender del 3% este año y situarse en 2019 en el 1,8% en lugar del 1,3% previsto, un compromiso aceptado en la reunión de la ministra de economía con las autoridades europeas. Este 0,5% del PIB concedería una capacidad mayor de gasto e inversión de 6.000 millones de euros.
En la segunda mitad de 2011, la economía española estaba ya en recesión y, tras tocar fondo en 2012 con una caída del PIB del -2,9%, inició la recuperación, reduciendo el nivel de descenso en el 2013 al -1,7%, hasta conseguir tasas de crecimientos positivas en los siguientes años, superando el 3% anual. La fase recesiva 2009-2013 ha sido la más larga y la de mayor retroceso productivo de la economía española en las últimas décadas.
Podrían destacarse como causantes principales de la caída, además de los problemas financieros, la debilidad del gasto privado y del gasto público, condicionado este último por la consolidación fiscal exigida desde las autoridades europeas, que provocaron un fuerte retroceso de la demanda interna.
La caída de las rentas reales, debida a los recortes presupuestarios, la debilidad del mercado de trabajo y las alzas en los impuestos directos e indirectos, junto al elevado nivel de endeudamiento de los hogares, ejercieron una presión contractiva sobre la capacidad de gasto real de las familias.
La inversión empresarial se encontraba muy debilitada a causa de las restrictivas condiciones de acceso a la financiación y, además, la capacidad instalada estaba infrautilizada. La elevada incertidumbre tampoco animaba al emprendimiento de nuevos proyectos.
Las ganancias en competitividad, basadas en la contracción de los costes laborales unitarios, y la mayor propensión de las empresas españolas a acceder a los mercados internacionales hicieron que la exportación fuera el soporte fundamental para superar la fase recesiva.
Con la mejoría en el sector exterior, las necesidades de financiación del conjunto del país fueron descendiendo, llegando a registrar una capacidad de financiación desde la segunda mitad del 2012, tras décadas de déficit exterior en la balanza de pagos por cuenta corriente.
A la altura de 2018, puede afirmarse que los impulsores del robusto crecimiento del PIB en los últimos tres años han sido la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo (BCE), con tipos de interés cercanos a cero, el abaratamiento del precio del petróleo y el incremento de las exportaciones como consecuencia del buen momento del comercio internacional.
Pero los motores del crecimiento podrían perder fuerza y se avecinan cambios en el corto plazo. El BCE ya ha anunciado que irá descendiendo el volumen de compra mensual de bonos a los países, aunque mantendrá hasta mediados de 2019 el tipo de interés en torno a cero, y el precio del petróleo ha subido de 30 dólares al entorno de 80 dólares En cuanto al volumen de comercio mundial, el afán proteccionista de Trump no puede hacer más que empeorar las relaciones internacionales.
Tratando de activar la política fiscal, el Gobierno se esfuerza por lograr para 2019 un incremento en el techo de gasto del 4,4%, la cifra que señala el límite máximo que pueden gastar los ministerios. El déficit público debe descender del 3% este año y situarse en 2019 en el 1,8% en lugar del 1,3% previsto, un compromiso aceptado en la reunión de la ministra de economía con las autoridades europeas. Este 0,5% del PIB concedería una capacidad mayor de gasto e inversión de 6.000 millones de euros.