Las sinergias que se derivan del desarrollo de las ingenierías del software, la robótica, las telecomunicaciones y la microelectrónica, combinadas con otras ramas del conocimiento, generan la digitalización, una innovación tecnológica que anuncia aumentos de productividad en las empresas, pero con pérdidas significativas de empleo. En el futuro no habrá necesidad de trabajar tanto para conseguir el nivel de vida que hoy se tiene en Occidente
La productividad ya ha ido aumentando en los países desarrollados debido a la competencia en los mercados y a los avances tecnológicos, si bien con velocidad diferentes según los períodos. Ha habido épocas en las que se han acumulado innovaciones técnicas importantes y su aplicación ha dado lugar a crecimiento intenso de la productividad, que ha supuesto la expulsión de trabajadores.
Como ejemplo, ahí está el sector agropecuario, en el que la introducción de maquinaria y nuevas técnicas organizativas han tenido como consecuencia que basta el 5% del total de ocupados en algunos países para que se produzcan alimentos para toda la población.
Pero lo relevante es que los incrementos de productividad han venido acompañados de una reducción del tiempo de trabajo a lo lago de la vida de las personas, a través de la reducción de la jornada diaria, el retraso en la edad de la incorporación al trabajo y las vacaciones pagadas.
Vemos en el gráfico la evolución del tiempo de trabajo, según el sociólogo Manuel Castells. En 1850, el tiempo de trabajo a lo largo de toda la vida era de 150.000 horas; en 1950, la vida laboral se concentraba en 110.000 horas, a razón de 2.345 horas anuales en 47 años, y en 2000 se situaba en 75.000 horas anuales, que equivalen a 41,5 años trabajando un promedio de 1.800 horas año. Es decir, que en 150 años las horas trabajadas durante toda la vida se habían reducido a la mitad.
Esta reducción de horas de trabajo y el incremento de los salarios han sido los que han repartido el aumento notable de la productividad. Adaptar la jornada de trabajo a los avances de la tecnología ha servido para repartir el trabajo. Sin este ajuste, los ocupados trabajarían bastantes más horas y el desempleo sería mucho mayor.
Para mantener el empleo en la era digital, el intenso incremento de la productividad tendría que ser contrarrestado también por la reducción de las horas dedicadas al trabajo a lo largo de la vida en la misma proporción, objetivo difícil de alcanzar por las diferencias económicas entre los países y el elevado grado de competencia en los diversos mercados. Si no se consigue el ajuste de las horas, el escenario previsible es un aumento de la desigualdad en el empleo y en las rentas.
No cabe duda de que el proceso de repartir el trabajo es largo y complejo, porque hay que combinar resultados globales con ajustes a nivel sectorial y empresarial. Se requieren también instituciones sindicales fuertes y equilibrio en la negociación colectiva, como sucedía hasta los años 80, antes de la revolución neoliberal. En los últimos 25 años, el avance tecnológico ha producido importantes aumentos de productividad, pero no ha habido prácticamente reducción en el tiempo de trabajo vital.
La experiencia francesa de las 35 horas ha dejado más legados positivos que negativos, pero no hay señales reales de una reducción generalizada de tiempo laboral. La cuestión es que en esto momentos no se acepta que el avance social pueda afectar a la rentabilidad del capital. Por lo tanto, hablar de disminución de la jornada como reparto equitativo de los incrementos de productividad, sin reducción del salario, se considera inadmisible políticamente.
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