Los temores que suscita hoy día una elevada deuda pública llevan a muchos a afirmar que el gasto público financiado mediante préstamos traslada el peso total o parcial de la carga sobre las generaciones futuras, puesto que es a esos ciudadanos a los que se va a exigir el pago de los impuestos necesarios para devolver la deuda y pagar los intereses.
La deuda aparece como un instrumento apto para distribuir la carga entre distintas generaciones, evitando impuestos excesivos a la generación actual, porque sólo se beneficia en muchas ocasiones de una parte de los efectos de ese gasto en inversión o servicios ofrecidos por la Administración Pública.
Si en lugar de pagar ahora con impuestos se recurre a la deuda, hay una transferencia de carga financiera sobre las generaciones futuras, dividiendo el coste entre varias generaciones, imposible de conseguirlo mediante la financiación con impuestos a la generación actual.
Hacia comienzos de la década de los 60, el enfoque clásico de la transferencia de carga sobre las generaciones futuras fue sustituido por un planteamiento que niega la existencia de tal transferencia y establece la distinción entre deuda interna y deuda externa de un país.
Se dice que el volumen de la deuda interna, la que está en poder de los ciudadanos del país, carece casi de importancia si puede servir para reducir el nivel de desempleo. La deuda interna no es una carga para las siguientes generaciones, dado que cuando se paguen impuestos para atenderla, habrá otros ciudadanos del mismo país, los poseedores de bonos, que cobrarán al mismo tiempo por la devolución del préstamo realizado y los intereses devengados.
Si nuestros hijos o nietos han de soportar impuestos para devolver la deuda interna que se genera en nuestro tiempo, los cobros de intereses y devoluciones se harán también por contemporáneos de nuestros hijos o nietos, aunque es cierto que puede cambiar la distribución de las cargas si los colectivos a los que corresponda pagar o cobrar son muy diferenciados.
La deuda interna no supone ninguna reducción de la riqueza de un país, puesto que la riqueza reside en la capacidad de sus habitantes para el desarrollo de actividades económicas, utilizando la tecnología, la organización y los equipos productivos adecuados.
Desde una perspectiva macroeconómica, un gasto público sólo supone carga en la medida en que reduce los recursos para la producción privada, caso que se da únicamente cuando todos los recursos de la economía están plenamente utilizados. Por tanto, en situaciones de recesión y paro, un gasto público no es una carga, porque se limita a utilizar recursos ociosos, sin provocar ninguna reducción de la producción privada. Tengamos en cuenta que la auténtica carga sucede mientras se está realizando el gasto público, debido a que han de ser sacrificados durante el período otros usos alternativos.
La deuda externa, con otros países o con ciudadanos de otros países, sí es relevante para la transferencia entre generaciones y se asemeja a la deuda privada. Si el deudor consume más de los que produce por medio de la deuda, más tarde (otra generación) tendrá que consumir menos de lo producido para pagar el préstamo.
En el gráfico tenemos la evolución de la deuda externa española en los últimos 20 año:
La deuda aparece como un instrumento apto para distribuir la carga entre distintas generaciones, evitando impuestos excesivos a la generación actual, porque sólo se beneficia en muchas ocasiones de una parte de los efectos de ese gasto en inversión o servicios ofrecidos por la Administración Pública.
Si en lugar de pagar ahora con impuestos se recurre a la deuda, hay una transferencia de carga financiera sobre las generaciones futuras, dividiendo el coste entre varias generaciones, imposible de conseguirlo mediante la financiación con impuestos a la generación actual.
Hacia comienzos de la década de los 60, el enfoque clásico de la transferencia de carga sobre las generaciones futuras fue sustituido por un planteamiento que niega la existencia de tal transferencia y establece la distinción entre deuda interna y deuda externa de un país.
Se dice que el volumen de la deuda interna, la que está en poder de los ciudadanos del país, carece casi de importancia si puede servir para reducir el nivel de desempleo. La deuda interna no es una carga para las siguientes generaciones, dado que cuando se paguen impuestos para atenderla, habrá otros ciudadanos del mismo país, los poseedores de bonos, que cobrarán al mismo tiempo por la devolución del préstamo realizado y los intereses devengados.
Si nuestros hijos o nietos han de soportar impuestos para devolver la deuda interna que se genera en nuestro tiempo, los cobros de intereses y devoluciones se harán también por contemporáneos de nuestros hijos o nietos, aunque es cierto que puede cambiar la distribución de las cargas si los colectivos a los que corresponda pagar o cobrar son muy diferenciados.
La deuda interna no supone ninguna reducción de la riqueza de un país, puesto que la riqueza reside en la capacidad de sus habitantes para el desarrollo de actividades económicas, utilizando la tecnología, la organización y los equipos productivos adecuados.
Desde una perspectiva macroeconómica, un gasto público sólo supone carga en la medida en que reduce los recursos para la producción privada, caso que se da únicamente cuando todos los recursos de la economía están plenamente utilizados. Por tanto, en situaciones de recesión y paro, un gasto público no es una carga, porque se limita a utilizar recursos ociosos, sin provocar ninguna reducción de la producción privada. Tengamos en cuenta que la auténtica carga sucede mientras se está realizando el gasto público, debido a que han de ser sacrificados durante el período otros usos alternativos.
La deuda externa, con otros países o con ciudadanos de otros países, sí es relevante para la transferencia entre generaciones y se asemeja a la deuda privada. Si el deudor consume más de los que produce por medio de la deuda, más tarde (otra generación) tendrá que consumir menos de lo producido para pagar el préstamo.
En el gráfico tenemos la evolución de la deuda externa española en los últimos 20 año:
En términos netos (pasivos financieros menos inversiones en el exterior), la deuda externa fue subiendo hasta el 2010, tuvo un ligero descenso desde el 2014 y se situó en 2016 en el entorno del 88% de PIB
La Balanza de Pagos por Cuenta Corriente más Capital está consiguiendo saldos positivos en los últimos años, lo cual permite que se reduzca la alta dependencia de la financiación externa.
Desde el punto de vista financiero, la deuda externa no parece que es un problema a corto plazo, dado que los tipos de interés son ahora muy bajos, pero si vuelven a los niveles de hace unos años, el coste anual de los intereses será muy elevado y puede suscitar temores en los inversores internacionales a la hora de refinanciar las deudas.
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