El dilema económico y social de Grecia y del resto de los
países periféricos europeos está enraizado en el mal desenvolvimiento de la Eurozona.
Muchos economistas han venido opinando que la zona del euro no tiene las
condiciones adecuadas para sostener una moneda única. Dada la ausencia de unión
fiscal, no puede hacer frente a las asimetrías que se dan entre los países.
A principios de la década de 1990, una crisis cambiaria convulsionó el Sistema Monetario Europeo
(SME), que se había creado en 1979 para avanzar hacia una cooperación monetaria
más estrecha entre los países miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE)
El SME, que había funcionado bien a lo largo de una década,
estaba basado en paridades fijas entre las monedas, pero con una banda de
fluctuación que debía mantener cada país
en su tipo de cambio con respecto a los demás miembros.
El sistema cambiario se desestabilizó fundamentalmente por
las consecuencias macroeconómicas de la reunificación de Alemania. Ante las
presiones que el proceso unificador estaba ejerciendo sobre la demanda, el
Bundesbank (banco central alemán) mantenía unos elevados tipos de interés para
evitar el aumento excesivo de la producción y el incremento de la inflación en
el país
Los otros miembros el SME necesitaban tipos de interés más
bajos para sostener el nivel de empleo, pero tuvieron que seguir la trayectoria
de las tasas de interés alemanas, por la
obligación de mantener las paridades cambiarias.
El aumento de la probabilidad de devaluación en algunas
monedas provocó ataques especulativos hacia septiembre de 1992. Los inversores
financieros decidieron vender masivamente algunas de las monedas del SME para
aprovecharse de la pérdida de valor tras la devaluación. Las subidas de los
tipos de interés no fueron suficientes para evitar la salida de capitales de
los países y los bancos centrales tuvieron grandes pérdidas de reservas.
Tras varias devaluaciones de algunas monedas europeas, entre
ellas la peseta española, a mediados de 1993 se decidió ampliar la banda de
fluctuación hasta un 15% en torno a las paridades centrales, normativa que se
mantuvo vigente hasta la adopción del euro como moneda.
Analizando las circunstancias en las que un grupo de países
podría querer tener una moneda común, que supone adoptar un sistema de tipos de
cambio fijos, el economista Robert Mundell concluye que debe darse en ese grupo
de países la movilidad de los factores. Además del capital, los trabajadores de
esos países deben estar dispuestos a
trasladarse de las naciones con mala
situación económica a las que marchan bien, a fin de que los países puedan
adaptarse a las perturbaciones económicas.
Así, cuando la tasa de desempleo es alta en un país, se
transladan trabajadores a otras naciones, haciendo que la tasa decrezca hasta
el nivel normal. Si la tasa de paro es baja, entran trabajadores en el país,
por lo que el desempleo vuelve al nivel normal. En lugar de medidas de política
macroeconómica, actúa de elemento estabilizador la movilidad de los factores.
Desde que terminó el proceso de conversión de las monedas
nacionales al euro a comienzos de 2002, se ha establecido como la única moneda
para 19 países europeos. Se calcula que las eliminaciones de las transacciones
en divisas dentro de la zona del euro han dado lugar a la reducción de los
costes de un 0,5% del PIB conjunto de los países. Se estima también que la
moneda única ha aumentado la competencia entre las empresas, que ha favorecido
a los consumidores.
Pero es evidente que los países europeos experimentan perturbaciones
muy distintas y la movilidad del factor trabajo está siendo muy baja, debido a
las diferencias lingüísticas y culturales entre los países europeos.
Se ha podido comprobar en los años recientes que, cuando uno
o varios miembros de la zona euro ha sufrido una disminución de la demanda y de
la producción, al no poder utilizar el tipo de interés o el tipo de cambio para
mejorar la actividad económica (no es posible devaluar la moneda), se recurre a bajar los salarios y los precios (devaluación interna) con respecto al
resto de la zona euro para que se produzca una depreciación real y mejore la
competitividad, un proceso que resulta largo y doloroso.
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