Ya es conocido que en el origen de la reciente crisis
financiera tuvieron especial relevancia tanto la euforia compradora de
viviendas, al grito de “!Los precios de las viviendas no pueden bajar!”, como
los reducidos tipos de interés.
En ese entorno, el relajamiento de la normativa bancaria de
concesión de créditos hipotecarios hizo que se dieran préstamos a familias con
escasas probabilidades de poder atender los pagos de intereses y amortizaciones (clientes “subprime” en la terminología norteamericana)
Sucedió también que la preocupación de los bancos por el
riesgo de impago disminuyó notablemente, porque encontraron la manera de sacar
de sus contabilidades los créditos concedidos. Reunieron muchos créditos en instrumentos
financieros (“titulización”) y los vendieron a otros inversores, que
difícilmente podían comprobar la calidad de cada uno de los préstamos. A falta
de regulación legal específica, tampoco las agencias de certificación eran capaces de verificarlo.
Cuando los precios de las viviendas comenzaron a descender,
llegó un momento en que las deudas de los prestatarios eran superiores a los
valores de las viviendas hipotecadas, por lo que la garantía de los impagos había
desaparecido y los bancos tuvieron que reconocer en sus balances las pérdidas
de valor de los activos financieros confeccionados con las hipotecas.
La extensión del efecto de la caída de los precios de la
vivienda, hasta provocar la recesión económica, se debió fundamentalmente al
apalancamiento financiero, que consiste en usar préstamos para financiar
operaciones, en lugar de realizarlas con fondos propios. La ventaja que ofrece
el endeudamiento es la posibilidad de incrementar la rentabilidad sobre la
inversión, pero con el riesgo de caer en
la insolvencia si la operación no sale bien.
Veamoslo con un ejemplo de dos entidades financieras: un
Banco y una Cooperativa de Crédito. Supongamos que ambas tienen activos por 20.000
millones de euros y se diferencian en la forma de financiarse. La Cooperativa
de Crédito, con mayor aversión al riesgo que el Banco, cuenta con 2.000
millones de recursos propios y 18.000 de dinero ajeno. En cambio, el Banco
utiliza en mayor proporción el dinero ajeno (19.200 millones) y los socios sólo
han aportado 800 millones
Con los datos anteriores podemos calcular el “coeficiente de
apalancamiento”, que es el cociente entre los Activos y los Recursos Propios.
La Cooperativa de Crédito tiene un coeficiente de 10 (20.000/2.000) y el Banco alcanza
el nivel de 25 (20.000/800)
Si el valor de los activos, entre los que se encuentran los
crédito hipotecarios garantizados con las viviendas, descienden un 10%, la
pérdida de 2.000 millones (10% de 20.000) es superior a los Fondos Propios del
Banco, con lo que entra en quiebra de -1.200 (800-2.000), en tanto que la
Cooperativa de Crédito sigue siendo solvente, porque tiene Recursos Propios
suficientes (2.000) para compensar la pérdida de los activos.
Pese al riesgo que conlleva, los bancos suelen apostar por el
alto apalancamiento, porque resulta tentador la alta rentabilidad que puede
alcanzarse. Si los activos proporcionan una rentabilidad anual del 3% y el coste del dinero que
pueden conseguir las entidades en el mercado es del 1%, es decir, un margen del
2%, la Cooperativa de Crédito obtendrá un rendimiento de los Recursos Propios
de 20% [(2% x 20.000)/2.000] y el Banco logrará un 50% [(2% x 20.000)/800]. Comprobamos que los
coeficientes de apalancamiento (10 y 25) funcionan como multiplicadores de
los márgenes: 20% (10 x 2%) en la
Cooperativa de Crédito y 50% (25 x 2%) en el Banco.
Como hemos visto en las dos últimas décadas, mientras los
precios de las viviendas subieron, los bancos consiguieron elevados beneficios
utilizando altos apalancamientos, pero cuando explotó la burbuja inmobiliaria y
llegó la recesión económica tuvieron que absorber las pérdidas, y muchos bancos
no tenían recursos propios suficientes.
Los bancos insolventes dejaron de conceder créditos y los que sobrevivieron
tampoco estaban en condiciones para atender a la clientela porque habían
mermado sus recursos propios. Se necesitaba más capital, pero no era fácil
conseguir que se invirtiera en bancos. El crédito casi se congeló y la crisis
financiera afectó a la economía real, hundiendo el consumo y la inversión,
hasta provocar en 5 años un descenso en torno al 7% del PIB español.
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