martes, 23 de diciembre de 2014

LA PREOCUPACIÓN MEDIOAMBIENTAL

En la reciente visita del presidente de EE.UU. a Pekín se ha alcanzado un acuerdo importante sobre las emisiones de dióxido de carbono. El pacto prevé que para 2025 EE.UU. recorte sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 26% y un 28% con respecto a los niveles de 2005 y China -el mayor emisor- fije por primera vez un plazo para iniciar la rebaja de sus emisiones.


En el siguiente gráfico vemos la importancia que tienen ambos países en la emisión de gases de efecto invernadero:


La preocupación medioambiental comenzó a calar en la sociedad en 1972, cuando un equipo de científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts, dirigido por Dennis y Donella Meadows, estudiaron por encargo del Club de Roma la interacción del crecimiento poblacional y económico con los recursos finitos del planeta. La conclusión fue que, si las tasas de crecimiento económico y de uso de recursos naturales continuaban, podría llegarse a un catastrófico colapso ambiental y económico. 

El previsible agotamiento de los recursos naturales fue extendiendo también el temor de que podía limitar el crecimiento económico, aunque se reconocía que la interacción entre la oferta escasa y una demanda creciente, al provocar aumento de precios, podía incentivar la búsqueda de sustitutivos del bien escaso. 

Pero se admitía que el sistema de precios no resultaba muy eficiente en un contexto de externalidades negativas. A falta de intervención pública, las empresas productoras no tienen incentivos para afrontar las consecuencias de la contaminación del medio ambiente. 

Se reconoce que está aumentando la sensibilidad hacia la calidad de nuestro entorno, que se concreta en la búsqueda de una forma de crecimiento que no se apoye únicamente en la explotación de recursos naturales de una forma insostenible y van surgiendo medidas que buscan una eficiencia productiva respetuosa con el entorno.

Partiendo del Producto Interior Bruto (PIB), el indicador habitual de la producción de una economía, que tiene en cuenta la depreciación de las instalaciones y equipos productivos, pero no recoge el agotamiento de los recursos naturales o el deterioro del medio ambiente, se evoluciona hacia el “PIB verde”, un indicador que asume los costes medioambientales del crecimiento. 

Cualquier incremento de producción que lleve aparejada la destrucción de un recurso natural no resulta sostenible. Por ello, se recurre al “PIB verde”, que se calcula descontando en el PIB tradicional la disminución de los recursos naturales afectados.

Las defensas y ataques al Informe del Club de Roma han continuado por décadas y el libro que recoge el estudio sigue provocando debates acalorados.

Como señala el Consejo Científico de ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras y por la Acción Ciudadana), la economía mundial adoptó hace muchas décadas un perfil energético que depende sobre todo de los combustibles fósiles. Cambiar la infraestructura asociada a ese perfil es un proceso costoso y lento. Los grandes consorcios del sector energético se han comprometido con ese perfil tecnológico y se resisten a cambiarlo antes de haber amortizado sus inversiones. 

Argumentan que cualquier decisión de interrumpir la extracción de las reservas localizadas en el subsuelo llevaría también a anular billones de dólares de sus activos, que son el valor de esas reservas, lo cual afectaría al sector financiero mundial. 

Pero hay que reconocer que, con los desiertos en expansión, los suelos erosionándose y las temperaturas subiendo a niveles desconocidos, los pronósticos del efecto del calentamiento global son cada vez más preocupantes.

Así se ha reconocido en la reciente Conferencia Mundial de Cambio Climático, de Lima. Los participantes han acabado pactando el documento de base con el que trabajar en París a finales del 2015, a fin de evitar que la temperatura de la Tierra continúe subiendo.

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