El Producto Interior
Bruto de un país (PIB), en términos de demanda, está compuesto por el consumo y
la inversión privados, el gasto público y las exportaciones netas
(exportaciones menos importaciones)
Dados los déficits de
la balanza por cuenta corriente española de la década anterior a la crisis, el
crecimiento vino del aumento del consumo
y de la inversión privada, vinculados con el sector inmobiliario. Pero cuando
pinchó la burbuja cayó la demanda interna y comenzó la recesión actual, acompañada del proceso de ajuste.
El gasto interno es muy
débil, puesto que tanto las familias como las empresas, los bancos y el Estado tratan
de reducir su volumen de deuda. La recesión sólo puede detenerse por la vía de
las exportaciones. ¿Tienen capacidad competitiva en el exterior las empresas
españolas?
El comercio exterior de las dos décadas
anteriores nos indica que, desde 1990 a
2010, las exportaciones españolas se multiplicaron por 4,5 y crecieron un 50% más
que las alemanas. Es evidente que se cuenta con empresas capaces de desarrollar
proyectos competitivos en el mercado internacional.
España ha sido el país de la Eurozona donde más han
crecido las exportaciones desde 2008. La depreciación del euro, que ha caído un
10% respecto del dólar a partir de febrero de 2013, ha favorecido la capacidad
competitiva fuera de la Eurozona.
Podemos ver en el
siguiente gráfico el incremento de exportaciones en el año 2013. La caída de
las importaciones es consecuencia del descenso de la demanda interna.
Para que se dé el
círculo virtuoso entre exportaciones y crecimiento, el sector exterior debe
arrastrar la expansión del mercado interno. El proceso será lento y no faltarán
dificultades. Parece necesario, por tanto, trasvasar empleos del sector interno al
internacional, mejorando la eficiencia.
Este planteamiento
responde a una corriente de pensamiento en el análisis económico según la cual
la capacidad de exportar es la que impulsa la inversión privada y la creación
de empleo. Alemania y Japón, entre otros, adoptaron este modelo en los años sesenta
y ahora el FMI, la Comisión Europea y el BCE quieren impulsarlo en los países
periféricos europeos aprovechando la crisis.
Bajo este modelo,
basado en la teoría de las ventajas comparativas, los países se especializan en
aquellos productos que mejor saben hacer respecto de otras naciones.
No faltan críticas al
modelo. Se argumenta que los países que se especializan en bienes básicos
(materia prima, textiles) se encuentran con precios muy bajos porque tienen
muchos competidores, en tanto que los países con producciones de alto valor
añadido (tecnológicas) consiguen altos precios y el intercambio empobrece a los
primeros a lo largo del tiempo.
El modelo lleva también
al empobrecimiento del vecino, porque habitualmente se apoya en la reducción de
los salarios para ser más competitivos, lo cual acaba disminuyendo la renta de
las familias y provoca la aparición de crisis de demanda.
Hay que reconocer que,
aun contando con las exportaciones para tratar de detener la recesión, las
empresas tendrán que invertir para que se llegue a crear empleo y será preciso
también que aumente el consumo de las familias, superando el pesimismo que se
ha instalado en la sociedad.
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