Aunque los economistas clásicos advertían que había unos trabajos que aumentaban el valor económico de los productos elaborados (trabajo productivo) y otros, en cambio, que no añadían nada (trabajo improductivo), la distinción entre qué es y qué no es productivo ha ido variando con el tiempo en función de la evolución de las fuerzas económicas y sociales.
En el siglo XVI, con el inicio del colonialismo, los gobiernos trataban de conseguir recursos para mantener los ejércitos y las burocracias. Lograr oro y plata en el continente americano suponía disponer de riqueza y prosperidad, por lo que se consideraban productivas las actividades necesarias para conseguir los metales preciosos.
Los estudiosos y políticos de los siglos XVI y XVII, llamados “mercantilistas”, sostenían que acumular oro y plata aumentaba la prosperidad de las naciones. Apoyaban políticas comerciales proteccionistas y una balanza comercial con saldo positivo para conseguir aumentar los recursos metálicos. La doctrina mercantilista se expresaba así: “Vender anualmente más a los extranjeros de lo que consumimos de lo suyo”
Las ideas mercantilistas aún influyen en las prácticas económicas. La atención que se presta a los movimientos de los tipos de cambio, con los que poder conseguir ventaja competitiva para las exportaciones y acumular así reservas de divisas, recuerda a las nociones mercantilistas de otros tiempos. Los aranceles, las cuotas de importación y otras medidas para controlar el comercio y apoyar a las empresas del propio país son también evocaciones de las primeras ideas acerca de la creación de valor.
En el transcurso del siglo XVIII, a medida que se desarrollaba el estudio de la economía, la búsqueda de la fuente del valor llevó a los pensadores económicos a situarla primero en la tierra (sociedades predominantemente agrarias) y después en el trabajo (economías en industrialización).
En oposición al pensamiento mercantilista, que otorgaba al oro y la plata un lugar privilegiado, los fisiócratas creían que el valor procedía de la tierra. Afirmaban que únicamente la naturaleza produce cosas nuevas y los seres humanos sólo somos capaces de transformarlas. Por tanto, consideraban como clase productiva a la agricultura, la minería, la caza y la pesca. Todos los demás sectores de la economía eran calificados como improductivos.
Los fisiócratas llegaron a agrupar a la sociedad en tres clases: granjeros y ocupaciones relacionadas con el trabajo de la tierra y el agua, a los que consideraban como la única clase productiva; en segundo lugar situaban a fabricantes, artesanos y otros trabajadores relacionados, encargados de transformar los materiales recibidos de la clase productiva, que no añadían valor sino que hacían circular el ya existente, y en tercer lugar (clase estéril) incluían a los terratenientes improductivos, nobles y clérigos.
Con el avance del tiempo, la crítica más significativa a los fisiócratas vino de Gran Bretaña, un país que estaba en pleno proceso de industrialización. Los economistas empezaron a medir el valor de mercado de un producto en función de la cantidad de trabajo dedicado a su obtención. Las ideas de estos economistas, desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, conformaron la denominada “economía clásica”, que estableció la teoría del valor-trabajo.
Los economistas clásicos compartían dos ideas básicas: el valor se derivaba de los costes de producción, principalmente de la mano de obra, y la actividad posterior al valor creado por el trabajo, como las finanzas, no añadía nuevo valor. El trabajo era productivo porque se transformaba en un objeto permanente.
Pero a finales del siglo XIX llegó el eclipse de la economía clásica, que fue sustituida por una nueva teoría del valor: todo ingreso es la recompensa por una tarea productiva. Al centrarse en las preferencias individuales, se pasó de lo objetivo a lo subjetivo y se propagó una nueva concepción del valor: la teoría marginalista
El marginalismo (el valor de la última unidad) se basa en las nociones de utilidad y escasez. El valor de las cosas se mide en función de su utilidad para el consumidor. No hay apreciación objetiva del valor, puesto que la utilidad puede variar entre individuos y en distintos momentos, y disminuye (utilidad marginal decreciente) a medida que aumenta la cantidad de algo que se tiene o consume. Del mismo modo, cuanto más escaso es algo, más utilidad aporta (utilidad marginal creciente).
La concepción marginalista es básica en el pensamiento que actualmente se conoce como “neoclásico” y conforma la teoría microeconómica, que establece cómo las empresas, los trabajadores y los consumidores toman las decisiones sobre la producción y el consumo para maximizar tanto los beneficios (empresas) como la utilidad (consumidores y trabajadores)
La nueva definición del valor cambia los conceptos de trabajo productivo e improductivo. Como todo sector que produce para el mercado intercambia sus productos en base a los precios, la única parte de la economía que puede considerarse como improductiva queda reducida al colectivo que recibe ingresos de transferencias, tales como prestaciones sociales a los ciudadanos y subsidios a las empresas.
Con los criterios actuales, cualquier actividad que puede intercambiarse por un precio se considera que aporta valor al PIB, pero hasta la implantación marginalista se trataba a los ingresos de algunas actividades como “rentas extractivas”, consideradas como no ganadas, y al ser meras transferencias de valor existente del sector productivo al improductivo, no aumentaban la riqueza de la sociedad, por lo que se excluían en el cálculo de la producción. Así, el sector financiero antes era considerado improductivo y ahora es tratado como aportador de valor al PIB
Algunos economistas críticos con la visión neoclásica de la producción argumentaban que los conceptos de producto marginal del trabajo y del capital tenían fundamentos más bien ideológicos, pero el debate entre los clásicos y los neoclásicos ha ido desapareciendo. A pesar de las críticas, lo cierto es que la teoría de la utilidad marginal prevalece hoy día. Pero se siguen haciendo análisis sobre cuándo se crea valor y cuándo sólo se extrae, apropiándose de ingresos no ganados. Y, por tanto, no faltan consideraciones sobre cómo deberían distribuirse de manera razonable las retribuciones laborales y los beneficios empresariales.
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