La crisis del coronavirus vuelve a plantear el debate sobre la intervención estatal en la economía. Los Gobiernos se están esforzando ahora por controlar la pandemia del Covid-19, desplegando cuantiosos apoyos para familias y empresas, a fin de aliviar las consecuencias de la pérdida de actividad económica. No es de extrañar, por tanto, que se reconsidere el papel de los Gobiernos y la dimensión del Estado de Bienestar en los próximos años.
Resulta evidente que los países europeos han gestionado la crisis sanitaria de modo más eficaz e inclusivo que otras grandes naciones americanas, gracias a contar con sistemas de salud pública altamente extendidos a la población, lo cual ha puesto de relieve la importancia de dotar con recursos adecuados a las actividades que componen el Estado de bienestar.
Si una misión básica del Estado es proteger la vida de la gente, no parece que el paradigma económico neoliberal haya tenido éxito en los años recientes, sobre todo al imponer la austeridad en plena crisis financiera. Según ha acabado reconociendo el Fondo Monetario Internacional (FMI), los recortes de gastos en 2010-2012 tuvieron efectos multiplicadores negativos mucho mayores de los anunciados, perjudicando la capacidad de crecimiento económico.
Como se enseña en los tratados de economía, Adam Smith fue quien planteó la “mano invisible” como conductor del quehacer económico, un concepto que guía a los liberales. Significa asumir que los mercados cuentan con capacidad para gobernar la economía, sin necesidad de intervención pública. Pero esta crisis sanitaria ha puesto de relieve que una parte esencial de la economía no puede estar guiada sólo por los criterios del mercado.
En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el paradigma económico vigente fue el keynesianismo, la intervención del Estado para tratar de estabilizar la demanda, pero con la crisis de los años 1970 la preocupación de los economistas pasó a la gestión de la oferta, con el lema de luchar contra la inflación, lo cual llevó a propuestas de desregular la economía y disminuir la intervención del Estado, prevaleciendo el pensamiento conservador-liberal y las política monetaristas.
Ronald Reagan en EE.UU y Margaret Thatcher en Reino Unido establecieron el paradigma neoliberal como corriente económica dominante, con Milton Friedman y Friedrich von Hayek como economistas más destacados.
Los nuevos liberales se limitaron a recuperar el modelo de la economía clásica, con una envoltura que en, opinión de algunos economistas, se basa más en creencias que en firmes postulados. Su recetario se fundamenta en el control del gasto público y la disminución de impuestos, privatización de empresas públicas, liberalización del comercio internacional y del movimiento de capitales, desregulación de la actividad económica y salvaguarda del derecho de propiedad.
El paradigma neoliberal defiende un mercado libre con las menos interferencias posibles del Estado, excepto para un estricto control monetario y el cumplimiento de los contratos, con el fin de mantener la seguridad jurídica. El modelo defiende al capital frente al trabajo, lo que condiciona la distribución de la renta generada.
No cabe duda de que la iniciativa privada ha logrado avances tecnológicos importantes y ha dado gran impulso a la actividad productiva, pero ha sido posible por la previa intervención del Estado, asumiendo con dinero público la investigación básica, que las empresas privadas no pueden rentabilizar.
Limitar la intervención pública, evitando la inversión estatal en infraestructuras, sanidad, educación y servicios públicos supondría obstaculizar el avance económico. El desarrollo del sector privado suele requerir el concurso de un Estado económicamente fuerte.
La intervención estatal resulta necesaria para avanzar en objetivos como frenar el cambio climático, estabilizar las relaciones financieras, corregir la desigualdad y atender las necesidades mínimas de la población. Estas políticas son las que pueden evitar crisis sociales de graves consecuencias.
El coronavirus ha cambiado el paradigma neoliberal, orientando la economía hacia un capitalismo patrocinado por el Estado. Tras los aspectos humanos y sanitarios, esta crisis está poniendo en evidencia la necesidad de un cambio de las políticas económicas, hacia un nuevo paradigma o modelo, para afrontar la nueva realidad, en la que los Gobiernos van a tener que intervenir con firmeza en la economía real y en los mercados financieros.
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