En su obra “El gran nivelador”, el historiador austríaco Walter Scheidel, profesor en la Universidad de Stanford (California), relata la evolución de la desigualdad en los países a través de guerras, revoluciones sangrientas, desmoronamientos de Estados y pandemias, acontecimientos que, desde las sociedades primitivas, habían mostrado cierta capacidad niveladora de los ingresos y las riquezas.
Las guerras propiciaron negociaciones en favor de los población, a costa de la riqueza de las élites económicas; las revoluciones arremetieron contra los terratenientes y las burguesías, y el derrumbe de algunos Estados arrasó con los poderosos enriquecidos.
Mientras en estos tres tipos de acontecimientos los conflictos se producen entre los propios seres humanos, las plagas y pandemias implican a otras especies, que no actúan de modo violento, aunque algunos ataques bacterianos y víricos a las sociedades humanas fueron mucho más letales que casi todos los desastres causados por guerras y revoluciones.
Una pandemia supone la extensión de una enfermedad a nivel mundial. Hasta la llegada del coronavirus Covid-19, la más conocida entre nosotros era el virus gripal, que tiene su origen en infecciones en animales, y se suele propagar por todo el mundo.
Thomas Robert Malthus, economista de la Ilustración, describió su famosa teoría demográfica en su obra “Ensayo sobre el principio de la población”. Afirma que, a largo plazo, la población tiende a crecer más rápidamente que los recursos disponibles, lo cual desencadena obstáculos a un mayor crecimiento que, de no atajarse de modo preventivo reduciendo la fertilidad, el aumento de población suele corregirse traumáticamente con guerras y demás acontecimientos violentos.
La pandemia más estudiada de la historia, denominada “peste negra”, surgió hacia 1320. Con reapariciones periódicas, sus terribles efectos se prolongaron al menos hasta el siglo XVII en Europa. Su nacimiento se sitúa en el desierto de Gobi, en la zona fronteriza entre China y Mongolia.
El origen se sitúa en una cepa bacteriana que residía en las pulgas de las ratas. La variedad más común es la forma de peste bubónica, conocida por la aparición de tumores o ampollas en los ganglios linfáticos de la ingle, las axilas o el cuello, con una letalidad del 50%-60%. Una segunda versión es la peste neumónica, que se transmite directamente entre personas a través de gotas emanadas de pulmones infectados, con índices de mortalidad en torno al 100%.
Las rutas de las caravanas en Asia central y los barcos mercantiles italianos sirvieron como canales de diseminación a la peste. A mediados del siglo XIV la epidemia se introdujo en el Mediterráneo. La población europea pasó de 94 millones en 1300 a 68 millones en 1400, un descenso del 47%.
La peste negra llegó a Europa en una época en que la población había crecido mucho en el transcurso de los tres siglos anteriores, con el impulso de innovadores métodos agrícolas, mejores cosechas y mayor estabilidad política, que permitieron la expansión de los asentamientos y la producción.
La presión demográfica del aumento poblacional redujo el valor del trabajo y, a causa de ello, los ingresos reales. A principios del siglo XIV se produjo un mayor deterioro cuando las inestables condiciones climatológicas provocaron que las cosechas fueran inferiores y éstas desencadenaron a su vez hambrunas catastróficas.
La relación entre cambio demográfico e ingresos reales resulta evidente en las crónicas medievales. Los salarios reales alcanzaron máximos cuando la población llegó a su nivel más bajo. La mejora en el nivel de vida de la población trabajadora llegaba tras la muerte prematura de decenas de millones de personas a lo largo de varias generaciones.
En el gráfico siguiente tenemos la evolución de los ingresos reales, calculados en cereales, en las zonas rurales de Inglaterra entre los siglos XIII y XIX.
Vemos que los salarios alcanzan el máximo en plena crisis de la peste negra, a finales de la Edad Media, mediados del siglo XIV. La reducción de la desigualdad fue el efecto nivelador en ingreso y riqueza de la gran pandemia del siglo XIV.
Los miembros de la alta burguesía sufrieron una movilidad descendente, mientras que los grandes señores consiguieron mantener su posición con menos ingresos. La peste contribuyó a una drástica reducción de la nobleza. En el transcurso de dos generaciones, tres cuartas partes de las familias nobles se quedaron sin herederos, lo cual hizo que desaparecieran viejas familias, aunque surgieran otras nuevas.
En otra pandemia, la gripe “española” de 1918, se infectaron 500 millones de personas, un tercio de la población mundial, y el número de muertos se estimó en 50 millones. Esta pandemia, que se ensañó con los más jóvenes, tuvo menores efectos niveladores que la “peste negra”.
No parece que la pandemia del coronavirus Covid-19 vaya a tener efectos redistributivos. Esta vez no va a descender la población activa, porque el Covid-19 ha escogido a las personas mayores como víctimas preferentes. A diferencia de las pandemias anteriores, esta vez tenderá a agravarse la desigualdad, que había repuntado en la crisis financiera reciente. Aunque las Bolsas apuntan severas pérdidas, lograrán recuperarse antes que el empleo y los salarios reales.