En la recesión económica a la que estamos abocados, consecuencia de las medidas de confinamiento y del cierre de empresas para controlar la pandemia, los bancos centrales van a tener un papel crucial en la salvaguarda de los mercados financieros y en el apoyo al mantenimiento de crédito para la economía. Los Estados recurren a ellos para financiar sus necesidades, lo cual les permite mantener niveles de endeudamiento elevados durante el tiempo que precisen.
Es el caso del Banco de Inglaterra, que puso en marcha en abril un mecanismo por el que presta dinero directamente al Gobierno británico sin necesidad de emitir bonos y acudir al mercado secundario de deuda para lograr financiación. Es decir, imprime billetes o transfiere fondos para que la Administración Pública británica atienda las necesidades extraordinarias provocadas por la pandemia del Covid-19.
Al Banco Central Europeo (BCE) no le es posible actuar de ese modo, puesto que el Tratado de la Unión Europea prohibe entregar fondos directamente a los Estados, con lo que únicamente puede comprar bonos de los Gobiernos en el mercado secundario.
Con una enorme deuda acumulada también por las empresas no financieras, crece el temor a que el parón económico y la crisis del petróleo acaben rompiendo la correa de transmisión financiera, convirtiendo la caída económica en una crisis de deuda, al estilo de 2008, con riesgo de quiebras empresariales
Como el tipo de interés es una de las herramientas más importantes de los bancos centrales para llevar a cabo su política monetaria, la Reserva Federal norteamericana (Fed) decidió en marzo rebajar el tipo básico al 0%.
En el siguiente gráfico tenemos la evolución de la tasa de interés estadounidense
Podemos observar las oscilaciones de la tasa básica norteamericana, al 5,25% en 2008 y la caída hasta el 0% en 2010, para dar liquidez a la economía, con estabilización hasta el 2016. Tras un ligero incremento, con la recuperación hasta 2,25%, desciende de nuevo hasta situarse en el 0% actual, para afrontar la situación creada por la pandemia.
Los bancos comerciales o privados siempre han realizado préstamos entre ellos a muy corto plazo para equilibrar el sistema de pagos y es el banco central correspondiente el que garantiza la estabilidad del conjunto y aporta la liquidez necesaria, pero ha habido una transformación en el nivel de actuación de los bancos centrales.
Con la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, apareció la flexibilización cuantitativa y los bancos centrales comenzaron a hacer préstamos al sector bancario a plazos cada vez más largos y a comprar títulos de deuda de empresas privadas y de gobiernos a plazos también muy dilatados, en proporciones mucho mayores.
A finales de 2008, en tan solo unas semanas, el activo del balance de la Fed norteamericana, donde se contabilizan los préstamos concedidos, pasó del 5% al 15% de PIB, una espectacular creación de base monetaria. A finales de 2014, con nueva creación monetaria, el activo había alcanzado nada menos que el 25% del PIB, para estabilizarse en 2018 en torno al 20%
Algo más tarde, el Banco Central Europeo (BCE) siguió la trayectoria de su homólogo norteamericano, al admitir las autoridades monetarias europeas que se requería una intervención contundente para estabilizar los mercados financieros. Se aceleraron los programas de compra de deuda pública y privada, una creación monetaria que provocó que el activo del Balance del BCE llegara al 40% del PIB de la Eurozona a finales de 2018.
Hay un amplio consenso en que la intervención masiva de los bancos centrales en la crisis financiera de 2008 evitó la caída en otra Gran Depresión, comparable a la sufrida en la década de 1930, con quiebras bancarias, al asumir decididamente el papel de prestamistas de último recurso.
En la crisis actual de la pandemia, los bancos centrales (Fed y BCE) van a duplicar sus balances para tratar de evitar impagos en el mercado de deuda y contribuir a la recuperación posterior, una vez que la crisis sanitaria se haya superado, con un programa de estímulos que puede ser el mayor en la historia de la política monetaria.
Al Banco Central Europeo (BCE) no le es posible actuar de ese modo, puesto que el Tratado de la Unión Europea prohibe entregar fondos directamente a los Estados, con lo que únicamente puede comprar bonos de los Gobiernos en el mercado secundario.
Con una enorme deuda acumulada también por las empresas no financieras, crece el temor a que el parón económico y la crisis del petróleo acaben rompiendo la correa de transmisión financiera, convirtiendo la caída económica en una crisis de deuda, al estilo de 2008, con riesgo de quiebras empresariales
Como el tipo de interés es una de las herramientas más importantes de los bancos centrales para llevar a cabo su política monetaria, la Reserva Federal norteamericana (Fed) decidió en marzo rebajar el tipo básico al 0%.
En el siguiente gráfico tenemos la evolución de la tasa de interés estadounidense
Podemos observar las oscilaciones de la tasa básica norteamericana, al 5,25% en 2008 y la caída hasta el 0% en 2010, para dar liquidez a la economía, con estabilización hasta el 2016. Tras un ligero incremento, con la recuperación hasta 2,25%, desciende de nuevo hasta situarse en el 0% actual, para afrontar la situación creada por la pandemia.
Los bancos comerciales o privados siempre han realizado préstamos entre ellos a muy corto plazo para equilibrar el sistema de pagos y es el banco central correspondiente el que garantiza la estabilidad del conjunto y aporta la liquidez necesaria, pero ha habido una transformación en el nivel de actuación de los bancos centrales.
Con la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, apareció la flexibilización cuantitativa y los bancos centrales comenzaron a hacer préstamos al sector bancario a plazos cada vez más largos y a comprar títulos de deuda de empresas privadas y de gobiernos a plazos también muy dilatados, en proporciones mucho mayores.
A finales de 2008, en tan solo unas semanas, el activo del balance de la Fed norteamericana, donde se contabilizan los préstamos concedidos, pasó del 5% al 15% de PIB, una espectacular creación de base monetaria. A finales de 2014, con nueva creación monetaria, el activo había alcanzado nada menos que el 25% del PIB, para estabilizarse en 2018 en torno al 20%
Algo más tarde, el Banco Central Europeo (BCE) siguió la trayectoria de su homólogo norteamericano, al admitir las autoridades monetarias europeas que se requería una intervención contundente para estabilizar los mercados financieros. Se aceleraron los programas de compra de deuda pública y privada, una creación monetaria que provocó que el activo del Balance del BCE llegara al 40% del PIB de la Eurozona a finales de 2018.
Hay un amplio consenso en que la intervención masiva de los bancos centrales en la crisis financiera de 2008 evitó la caída en otra Gran Depresión, comparable a la sufrida en la década de 1930, con quiebras bancarias, al asumir decididamente el papel de prestamistas de último recurso.
En la crisis actual de la pandemia, los bancos centrales (Fed y BCE) van a duplicar sus balances para tratar de evitar impagos en el mercado de deuda y contribuir a la recuperación posterior, una vez que la crisis sanitaria se haya superado, con un programa de estímulos que puede ser el mayor en la historia de la política monetaria.