Entre las diversas manifestaciones de la pobreza se encuentran el hambre, la malnutrición, la falta de una vivienda digna y el acceso muy limitado a servicios básicos como la educación o la salud. Poner fin a la pobreza en cualquiera de sus formas es el principal reto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por las Naciones Unidas para el año 2030.
La Agenda de la ONU comienza con el reto de erradicar la pobreza (ODS 1) y viene complementada con el avance en la calidad de la educación (ODS 4) y la mejora en la salud y en el bienestar (ODS 3), porque como señalaba Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998, “la pobreza es la privación de capacidades”
En esta sintonía, el Premio Nobel 2019 ha recaído sobre las investigaciones realizadas para aliviar la pobreza mundial por los profesores de las universidades norteamericanas de Harvard y MIT, Abhijit Banerjee (indio), Esther Duflo (francesa) y Michael Kremer (estadounidense).
Se destaca del trabajo de los premiados que han introducido un nuevo enfoque para obtener respuestas fiables sobre mejores formas de luchar contra la pobreza mundial. Mediante el trabajo de campo, han tratado de “analizar la pobreza desde la pobreza”, una perspectiva que ayuda a diagnosticar mejor y aplicar con más acierto las medidas que tienen mayor impacto en la vida de los más pobres.
Han experimentado en el área de desarrollo económico, asignando un determinado programa a un grupo aleatorio de personas, mientras que otro grupo de idénticas características quedaba fuera del programa. La comparación de los resultados permite llegar a establecer una relación causal entre introducir un programa específico y el efecto provocado por el mismo.
Una de las laureadas, Esther Duflo, la Nobel mas joven (46 años), experta en economía del desarrollo, considera que no hay una sola medida que pueda acabar con la pobreza. Su mensaje suena contundente:
“La lucha contra la pobreza consiste en combatir, con paciencia y deliberación, los muchos problemas que hacen que la vida de los pobres sea difícil: las malas escuelas, el agua sucia, las enfermedades infecciosas, los caprichos del clima y otros desastres naturales, el saneamiento deficiente, la falta de habilidades, la corrupción a pequeña escala, los baches de una carretera. La lista es interminable”.
El equipo de economistas premiados han estudiado los incentivos, las restricciones y la información relevante para abordar cada tipo de situación de pobreza, construyendo patrones de comportamiento que pueden llegar a generalizarse en todo el mundo.
Explican, por ejemplo, que en la India, hay zonas donde el 90% de los niños se ven afectados por lombrices intestinales que les causan anemia, sensación de debilidad y apatía, un constante malestar que no se considera como grave y, por tanto, no se recurre al médico, pero afecta a la calidad de vida.
Se estableció un programa de desparasitación en 75 colegios y los niños tratados con pastillas, además de mejorar en salud, redujeron el absentismo escolar un 25%. El coste del programa fue de 3,5 dólares por niño, mucho menor que otras medidas, a veces utilizadas, como repartir comida gratis o regalar uniformes. “Lo más efectivo y más barato para que más niños vayan a la escuela es darles una pastilla que les quite los parásitos intestinales”, señala Duflo. La idea convenció al Gobierno de la India y 140 millones de niños fueron tratados en las escuelas.
Los investigadores señalan que muchos programas sociales se diseñan bajo el supuesto de que la gente se va a comportar de manera puramente racional, con el objetivo de conseguir la máxima utilidad, tal como pregona la teoría económica en vigor. Sin embargo, la conducta de las personas es más compleja. La economía del comportamiento amplía los argumentos sobre los motivos de las decisiones en la vida real y ayuda a superar modelos excesivamente simplistas.
Como ejemplo ilustrativo, Duflo señala cómo la falta de uso de fertilizantes por los agricultores de Kenia, que racionalmente resultaba incomprensible por los beneficios que iban a lograr, se superó entrando en los detalles de la situación. Un nuevo diagnóstico afloraba con claridad que no se rechazaba por el coste ni las características del producto. Unicamente había una especie de procrastinación y los agricultores no se animaban a ir hasta el mercado a comprar los fertilizantes. Se optó por la entrega a domicilio y la propuesta logró aumentar el uso del fertilizante un 70%. Fue una solución fácil, barata y eficaz. Pero hacía falta profundizar en la realidad, lo que Ruflo llama “ensuciarse las manos con los detalles”, algo que muchos científicos sociales evitan por irrelevante o tedioso.
No cabe duda de que investigaciones de este tipo, con ensayos controlados, que han sido guiados por el análisis y la economía del comportamiento, ayudan a seleccionar y llevar a cabo las inversiones sociales que merecen la pena afrontar para que tengan impacto en las vidas de las personas atrapadas en la pobreza.
La Agenda de la ONU comienza con el reto de erradicar la pobreza (ODS 1) y viene complementada con el avance en la calidad de la educación (ODS 4) y la mejora en la salud y en el bienestar (ODS 3), porque como señalaba Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998, “la pobreza es la privación de capacidades”
En esta sintonía, el Premio Nobel 2019 ha recaído sobre las investigaciones realizadas para aliviar la pobreza mundial por los profesores de las universidades norteamericanas de Harvard y MIT, Abhijit Banerjee (indio), Esther Duflo (francesa) y Michael Kremer (estadounidense).
Se destaca del trabajo de los premiados que han introducido un nuevo enfoque para obtener respuestas fiables sobre mejores formas de luchar contra la pobreza mundial. Mediante el trabajo de campo, han tratado de “analizar la pobreza desde la pobreza”, una perspectiva que ayuda a diagnosticar mejor y aplicar con más acierto las medidas que tienen mayor impacto en la vida de los más pobres.
Han experimentado en el área de desarrollo económico, asignando un determinado programa a un grupo aleatorio de personas, mientras que otro grupo de idénticas características quedaba fuera del programa. La comparación de los resultados permite llegar a establecer una relación causal entre introducir un programa específico y el efecto provocado por el mismo.
Una de las laureadas, Esther Duflo, la Nobel mas joven (46 años), experta en economía del desarrollo, considera que no hay una sola medida que pueda acabar con la pobreza. Su mensaje suena contundente:
“La lucha contra la pobreza consiste en combatir, con paciencia y deliberación, los muchos problemas que hacen que la vida de los pobres sea difícil: las malas escuelas, el agua sucia, las enfermedades infecciosas, los caprichos del clima y otros desastres naturales, el saneamiento deficiente, la falta de habilidades, la corrupción a pequeña escala, los baches de una carretera. La lista es interminable”.
El equipo de economistas premiados han estudiado los incentivos, las restricciones y la información relevante para abordar cada tipo de situación de pobreza, construyendo patrones de comportamiento que pueden llegar a generalizarse en todo el mundo.
Explican, por ejemplo, que en la India, hay zonas donde el 90% de los niños se ven afectados por lombrices intestinales que les causan anemia, sensación de debilidad y apatía, un constante malestar que no se considera como grave y, por tanto, no se recurre al médico, pero afecta a la calidad de vida.
Se estableció un programa de desparasitación en 75 colegios y los niños tratados con pastillas, además de mejorar en salud, redujeron el absentismo escolar un 25%. El coste del programa fue de 3,5 dólares por niño, mucho menor que otras medidas, a veces utilizadas, como repartir comida gratis o regalar uniformes. “Lo más efectivo y más barato para que más niños vayan a la escuela es darles una pastilla que les quite los parásitos intestinales”, señala Duflo. La idea convenció al Gobierno de la India y 140 millones de niños fueron tratados en las escuelas.
Los investigadores señalan que muchos programas sociales se diseñan bajo el supuesto de que la gente se va a comportar de manera puramente racional, con el objetivo de conseguir la máxima utilidad, tal como pregona la teoría económica en vigor. Sin embargo, la conducta de las personas es más compleja. La economía del comportamiento amplía los argumentos sobre los motivos de las decisiones en la vida real y ayuda a superar modelos excesivamente simplistas.
Como ejemplo ilustrativo, Duflo señala cómo la falta de uso de fertilizantes por los agricultores de Kenia, que racionalmente resultaba incomprensible por los beneficios que iban a lograr, se superó entrando en los detalles de la situación. Un nuevo diagnóstico afloraba con claridad que no se rechazaba por el coste ni las características del producto. Unicamente había una especie de procrastinación y los agricultores no se animaban a ir hasta el mercado a comprar los fertilizantes. Se optó por la entrega a domicilio y la propuesta logró aumentar el uso del fertilizante un 70%. Fue una solución fácil, barata y eficaz. Pero hacía falta profundizar en la realidad, lo que Ruflo llama “ensuciarse las manos con los detalles”, algo que muchos científicos sociales evitan por irrelevante o tedioso.
No cabe duda de que investigaciones de este tipo, con ensayos controlados, que han sido guiados por el análisis y la economía del comportamiento, ayudan a seleccionar y llevar a cabo las inversiones sociales que merecen la pena afrontar para que tengan impacto en las vidas de las personas atrapadas en la pobreza.
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