Aunque los términos “trabajo” y “empleo” se utilizan muchas veces como sinónimos, lo cierto es que el trabajo hace referencia a una dimensión de la actividad humana mucho más amplia que el empleo.
Así lo considera la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que incluye en el concepto de trabajo a todas las actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios, o atienden las necesidades de una comunidad aportando los medios de sustento para las personas. En cambio, el empleo queda reducido al trabajo efectuado a cambio de retribución, sin importar la relación de dependencia (asalariado o autoempleado).
Por tanto, el trabajo va más allá que el empleo, incluyendo tareas que hacen posible el desarrollo como seres humanos, imprescindibles para la vida, pero no reconocidas económicamente, que se conocen como “cuidados”, tales como limpiar, hacer las compras, cocinar y cuidar niños o adultos dependientes.
Los cuidados tienen naturaleza económica porque utilizan recursos escasos, materiales e inmateriales, además de energía y tiempo, que dan lugar a costes directos e indirectos, para realizar trabajos que atienden necesidades humanas.
La economía de los cuidados pone en cuestión la visión dominante del “hombre económico”, origen de las desigualdades de género. Contradice también a la idea de que la conducta humana busca inexorablemente maximizar los ingresos en forma de beneficios, rentas o salarios.
El trabajo de cuidados no remunerado viene a ser un obstáculo para la participación de las mujeres en el mercado laboral, dado que las tareas domésticas y de cuidados recaen en mucha mayor medida sobre las espaldas de las mujeres que de los hombres.
Como las empresas están interesadas en personas que lleguen a sus puestos de trabajo libres de responsabilidades que interfieran con la actividad laboral, han aceptado los roles de género vigentes en la sociedad, que asignan a los hombres el trabajo productivo, con valoración social y económica, y a las mujeres el trabajo reproductivo, las tareas domésticas y los cuidados.
A estas tareas de trabajo invisible, la Encuesta de Población Activa (EPA) las engloba como “labores del hogar”, dentro de la categoría de inactivos, que no genera derechos ni exige contraprestación monetaria. Las personas dedicadas a cuidar sus propios hogares en España superaban en 2018 los 2,5 millones, el 87% mujeres.
Las ocupaciones laborales retribuidas que tienen que ver con los cuidados están también feminizadas. La retribución salarial puede situarse en torno al 30% por debajo de la media del conjunto de las ocupaciones. Entre las empleadas de hogar tienen destacada presencia las mujeres inmigrantes, que abandonan su hogar para mantener el de otra familia, en otro país, constituyendo las “cadenas globales de cuidados”. En España suponen el 40% de las afiliaciones al Sistema Especial de Empleadas de Hogar.
La presencia de inmigrantes es consecuencia del vacío que se ha producido en los cuidados al entrar en crisis el modelo imperante, debido tanto al envejecimiento de la población, que implica una mayor demanda de asistencia en la vida diaria, como al incremento de mujeres en actividades fuera del ámbito familiar.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de dependencia, (cociente entre la población menor de 16 años, más la mayor de 64, entre la de 16 a 64 años) actualmente es del 54,2% y subirá a más del 62% en 2033, una evolución que incrementará la necesidad de cuidados.
Otorgar valor al trabajo de los cuidados pasa por un mejor reparto de tareas entre hombres y mujeres y la dotación por parte de la Administración Pública de infraestructuras y recursos. Sólo así las mujeres podrán incorporarse sin sobrecargas al mundo laboral en condiciones de igualdad.
Así lo considera la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que incluye en el concepto de trabajo a todas las actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios, o atienden las necesidades de una comunidad aportando los medios de sustento para las personas. En cambio, el empleo queda reducido al trabajo efectuado a cambio de retribución, sin importar la relación de dependencia (asalariado o autoempleado).
Por tanto, el trabajo va más allá que el empleo, incluyendo tareas que hacen posible el desarrollo como seres humanos, imprescindibles para la vida, pero no reconocidas económicamente, que se conocen como “cuidados”, tales como limpiar, hacer las compras, cocinar y cuidar niños o adultos dependientes.
Los cuidados tienen naturaleza económica porque utilizan recursos escasos, materiales e inmateriales, además de energía y tiempo, que dan lugar a costes directos e indirectos, para realizar trabajos que atienden necesidades humanas.
La economía de los cuidados pone en cuestión la visión dominante del “hombre económico”, origen de las desigualdades de género. Contradice también a la idea de que la conducta humana busca inexorablemente maximizar los ingresos en forma de beneficios, rentas o salarios.
El trabajo de cuidados no remunerado viene a ser un obstáculo para la participación de las mujeres en el mercado laboral, dado que las tareas domésticas y de cuidados recaen en mucha mayor medida sobre las espaldas de las mujeres que de los hombres.
Como las empresas están interesadas en personas que lleguen a sus puestos de trabajo libres de responsabilidades que interfieran con la actividad laboral, han aceptado los roles de género vigentes en la sociedad, que asignan a los hombres el trabajo productivo, con valoración social y económica, y a las mujeres el trabajo reproductivo, las tareas domésticas y los cuidados.
A estas tareas de trabajo invisible, la Encuesta de Población Activa (EPA) las engloba como “labores del hogar”, dentro de la categoría de inactivos, que no genera derechos ni exige contraprestación monetaria. Las personas dedicadas a cuidar sus propios hogares en España superaban en 2018 los 2,5 millones, el 87% mujeres.
El 81% de los hombres inactivos con edades de 16 a 64 años están estudiando a son pensionistas, en tanto que las mujeres, casi la mitad de las inactivas (47,5%) en el tramo de edad de 16 a 64 años se dedica a las labores del hogar (que incluyen cuidados de personas), a pesar de que su número ha descendido en más de un millón y medio en los últimos quince años.
Las ocupaciones laborales retribuidas que tienen que ver con los cuidados están también feminizadas. La retribución salarial puede situarse en torno al 30% por debajo de la media del conjunto de las ocupaciones. Entre las empleadas de hogar tienen destacada presencia las mujeres inmigrantes, que abandonan su hogar para mantener el de otra familia, en otro país, constituyendo las “cadenas globales de cuidados”. En España suponen el 40% de las afiliaciones al Sistema Especial de Empleadas de Hogar.
La presencia de inmigrantes es consecuencia del vacío que se ha producido en los cuidados al entrar en crisis el modelo imperante, debido tanto al envejecimiento de la población, que implica una mayor demanda de asistencia en la vida diaria, como al incremento de mujeres en actividades fuera del ámbito familiar.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de dependencia, (cociente entre la población menor de 16 años, más la mayor de 64, entre la de 16 a 64 años) actualmente es del 54,2% y subirá a más del 62% en 2033, una evolución que incrementará la necesidad de cuidados.
Otorgar valor al trabajo de los cuidados pasa por un mejor reparto de tareas entre hombres y mujeres y la dotación por parte de la Administración Pública de infraestructuras y recursos. Sólo así las mujeres podrán incorporarse sin sobrecargas al mundo laboral en condiciones de igualdad.