martes, 26 de noviembre de 2019

EL TRABAJO DE LOS CUIDADOS


Aunque los términos “trabajo” y “empleo” se utilizan muchas veces como sinónimos, lo cierto es que el trabajo hace referencia a una dimensión de la actividad humana mucho más amplia que el empleo.

Así lo considera la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que incluye en el concepto de trabajo a todas las actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios, o atienden las necesidades de una comunidad aportando los medios de sustento para las personas. En cambio, el empleo queda reducido al trabajo efectuado a cambio de retribución, sin importar la relación de dependencia (asalariado o autoempleado).

Por tanto, el trabajo va más allá que el empleo, incluyendo tareas que hacen posible el desarrollo como seres humanos, imprescindibles para la vida, pero no reconocidas económicamente, que se conocen como “cuidados”, tales como limpiar, hacer las compras, cocinar y cuidar niños o adultos dependientes.

Los cuidados tienen naturaleza económica porque utilizan recursos escasos, materiales e inmateriales, además de energía y tiempo, que dan lugar a costes directos e indirectos, para realizar trabajos que atienden necesidades humanas.

La economía de los cuidados pone en cuestión la visión dominante del “hombre económico”, origen de las desigualdades de género. Contradice también a la idea de que la conducta humana busca inexorablemente maximizar los ingresos en forma de beneficios, rentas o salarios.

El trabajo de cuidados no remunerado viene a ser un obstáculo para la participación de las mujeres en el mercado laboral, dado que las tareas domésticas y de cuidados recaen en mucha mayor medida sobre las espaldas de las mujeres que de los hombres.

Como las empresas están interesadas en personas que lleguen a sus puestos de trabajo libres de responsabilidades que interfieran con la actividad laboral, han aceptado los roles de género vigentes en la sociedad, que asignan a los hombres el trabajo productivo, con valoración social y económica, y a las mujeres el trabajo reproductivo, las tareas domésticas y los cuidados.

A estas tareas de trabajo invisible, la Encuesta de Población Activa (EPA) las engloba como “labores del hogar”, dentro de la categoría de inactivos, que no genera derechos ni exige contraprestación monetaria. Las personas dedicadas a cuidar sus propios hogares en España superaban en 2018 los 2,5 millones, el 87% mujeres.



El 81% de los hombres inactivos con edades de 16 a 64 años están estudiando a son pensionistas, en tanto que las mujeres, casi la mitad de las inactivas (47,5%) en el tramo de edad de 16 a 64 años se dedica a las labores del hogar (que incluyen cuidados de personas), a pesar de que su número ha descendido en más de un millón y medio en los últimos quince años.

Las ocupaciones laborales retribuidas que tienen que ver con los cuidados están también feminizadas. La retribución salarial puede situarse en torno al 30% por debajo de la media del conjunto de las ocupaciones. Entre las empleadas de hogar tienen destacada presencia las mujeres inmigrantes, que abandonan su hogar para mantener el de otra familia, en otro país, constituyendo las “cadenas globales de cuidados”. En España suponen el 40% de las afiliaciones al Sistema Especial de Empleadas de Hogar.

La presencia de inmigrantes es consecuencia del vacío que se ha producido en los cuidados al entrar en crisis el modelo imperante, debido tanto al envejecimiento de la población, que implica una mayor demanda de asistencia en la vida diaria, como al incremento de mujeres en actividades fuera del ámbito familiar.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de dependencia, (cociente entre la población menor de 16 años, más la mayor de 64, entre la de 16 a 64 años) actualmente es del 54,2% y subirá a más del 62% en 2033, una evolución que incrementará la necesidad de cuidados.

Otorgar valor al trabajo de los cuidados pasa por un mejor reparto de tareas entre hombres y mujeres y la dotación por parte de la Administración Pública de infraestructuras y recursos. Sólo así las mujeres podrán incorporarse sin sobrecargas al mundo laboral en condiciones de igualdad.
















martes, 19 de noviembre de 2019

INDICADORES PARA CAPTAR EL BIENESTAR

En la última década han ido aumentando las voces que reclaman repensar seriamente las políticas económicas, a fin de evitar que se orienten sólo por los habituales indicadores del crecimiento, en especial por el tradicional Producto Interior Bruto (PIB).

Se pide poner el foco en captar la evolución del bienestar de los ciudadanos, sin suponer que el crecimiento económico conduce inexorablemente a la mejora del buen vivir colectivo. El objetivo sería tratar de afinar en la contabilización de la producción y la riqueza para que muestren con veracidad la vida real de los ciudadanos.

Hace diez años, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con gran influencia en las políticas públicas de sus países miembros, solicitó a un grupo de prestigiosos economistas un informe bajo el título de “Más allá del PIB”. El documento ha promovido diversos encuentros y conferencias en los últimos años para avanzar en este enfoque.

El PIB es una “convención” que nació con la Gran Depresión de los años 30 y la economía de la Segunda Guerra Mundial, de tal modo que asoció el valor y el precio, excluyendo todas las actividades que no tienen precio.

Entre las limitaciones del PIB se encuentran la no inclusión de las actividades productivas de las familias, como el trabajo doméstico y el cuidado de niños y adultos dependientes. Por ello, a medida que crece el PIB, parte del crecimiento es un cambio de la producción familiar a la producción de mercado, con lo cual se sobrestima la mejora del bienestar.

Otras limitaciones son que deja a un lado la economía informal, que se oculta para evadir impuesto y regulaciones; se olvida del tiempo libre, que puede considerarse un bien económico en cuanto que hace una aportación al bienestar, y no resta el coste de la contaminación, que influye en la calidad del medio ambiente.

La reciente Gran Recesión ha puesto de manifiesto las dificultades del PIB para recoger la situación de la gente corriente. En la mayoría de los países europeos, el aumento del PIB no ha acarreado la mejora de los colectivos más desfavorecidos, lo cual ha incrementado la desconfianza en los dirigentes políticos.

Los expertos de la OCDE recalcan que la medición va unida a la acción, con lo que las malas mediciones llevan a actuaciones desacertadas, y aquello que no se mide queda generalmente ignorado. De ahí la importancia de una mejor información estadística, con desgloses por sexo, edad y nivel de ingreso.

Ante las carencias del PIB, han surgido diversos indicadores alternativos que tratan de recoger mejor la realidad económica de los países y de sus habitantes. El más consolidado es el Indice del Desarrollo Humano (IDH), promovido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el que se combina el PIB con la esperanza de vida, la educación y la desigualdad.

Han ido surgiendo otros indicadores, como el Indice de Progreso Real, que es el de referencia para los ecologistas, el Indice de la Felicidad y el Indice de Vida Mejor, este último impulsado por la OCDE. Pero ninguno se ha consolidado como alternativa aceptada en general para el diseño de políticas públicas.

Será interesante que se llegue a consolidar una nueva medida, pero no cabe duda de que más importante que acertar con el indicador adecuado es enfocar el sistema económico hacia el bienestar humano, porque la orientación actual se centra en un mayor crecimiento en producción y consumo, con escasa consideración a los problemas medioambientales y a las necesidades básicas de los ciudadanos.









martes, 12 de noviembre de 2019

INVESTIGACIONES PARA COMBATIR LA POBREZA

Entre las diversas manifestaciones de la pobreza se encuentran el hambre, la malnutrición, la falta de una vivienda digna y el acceso muy limitado a servicios básicos como la educación o la salud. Poner fin a la pobreza en cualquiera de sus formas es el principal reto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por las Naciones Unidas para el año 2030.

La Agenda de la ONU comienza con el reto de erradicar la pobreza (ODS 1) y viene complementada con el avance en la calidad de la educación (ODS 4) y la mejora en la salud y en el bienestar (ODS 3), porque como señalaba Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998, “la pobreza es la privación de capacidades”

En esta sintonía, el Premio Nobel 2019 ha recaído sobre las investigaciones realizadas para aliviar la pobreza mundial por los profesores de las universidades norteamericanas de Harvard y MIT, Abhijit Banerjee (indio), Esther Duflo (francesa) y Michael Kremer (estadounidense).

Se destaca del trabajo de los premiados que han introducido un nuevo enfoque para obtener respuestas fiables sobre mejores formas de luchar contra la pobreza mundial. Mediante el trabajo de campo, han tratado de “analizar la pobreza desde la pobreza”, una perspectiva que ayuda a diagnosticar mejor y aplicar con más acierto las medidas que tienen mayor impacto en la vida de los más pobres.

Han experimentado en el área de desarrollo económico, asignando un determinado programa a un grupo aleatorio de personas, mientras que otro grupo de idénticas características quedaba fuera del programa. La comparación de los resultados permite llegar a establecer una relación causal entre introducir un programa específico y el efecto provocado por el mismo.

Una de las laureadas, Esther Duflo, la Nobel mas joven (46 años), experta en economía del desarrollo, considera que no hay una sola medida que pueda acabar con la pobreza. Su mensaje suena contundente:

“La lucha contra la pobreza consiste en combatir, con paciencia y deliberación, los muchos problemas que hacen que la vida de los pobres sea difícil: las malas escuelas, el agua sucia, las enfermedades infecciosas, los caprichos del clima y otros desastres naturales, el saneamiento deficiente, la falta de habilidades, la corrupción a pequeña escala, los baches de una carretera. La lista es interminable”.

El equipo de economistas premiados han estudiado los incentivos, las restricciones y la información relevante para abordar cada tipo de situación de pobreza, construyendo patrones de comportamiento que pueden llegar a generalizarse en todo el mundo.

Explican, por ejemplo, que en la India, hay zonas donde el 90% de los niños se ven afectados por lombrices intestinales que les causan anemia, sensación de debilidad y apatía, un constante malestar que no se considera como grave y, por tanto, no se recurre al médico, pero afecta a la calidad de vida.

Se estableció un programa de desparasitación en 75 colegios y los niños tratados con pastillas, además de mejorar en salud, redujeron el absentismo escolar un 25%. El coste del programa fue de 3,5 dólares por niño, mucho menor que otras medidas, a veces utilizadas, como repartir comida gratis o regalar uniformes. “Lo más efectivo y más barato para que más niños vayan a la escuela es darles una pastilla que les quite los parásitos intestinales”, señala Duflo. La idea convenció al Gobierno de la India y 140 millones de niños fueron tratados en las escuelas.

Los investigadores señalan que muchos programas sociales se diseñan bajo el supuesto de que la gente se va a comportar de manera puramente racional, con el objetivo de conseguir la máxima utilidad, tal como pregona la teoría económica en vigor. Sin embargo, la conducta de las personas es más compleja. La economía del comportamiento amplía los argumentos sobre los motivos de las decisiones en la vida real y ayuda a superar modelos excesivamente simplistas.

Como ejemplo ilustrativo, Duflo señala cómo la falta de uso de fertilizantes por los agricultores de Kenia, que racionalmente resultaba incomprensible por los beneficios que iban a lograr, se superó entrando en los detalles de la situación. Un nuevo diagnóstico afloraba con claridad que no se rechazaba por el coste ni las características del producto. Unicamente había una especie de procrastinación y los agricultores no se animaban a ir hasta el mercado a comprar los fertilizantes. Se optó por la entrega a domicilio y la propuesta logró aumentar el uso del fertilizante un 70%. Fue una solución fácil, barata y eficaz. Pero hacía falta profundizar en la realidad, lo que Ruflo llama “ensuciarse las manos con los detalles”, algo que muchos científicos sociales evitan por irrelevante o tedioso.

No cabe duda de que investigaciones de este tipo, con ensayos controlados, que han sido guiados por el análisis y la economía del comportamiento, ayudan a seleccionar y llevar a cabo las inversiones sociales que merecen la pena afrontar para que tengan impacto en las vidas de las personas atrapadas en la pobreza.




















martes, 5 de noviembre de 2019

CRECIMIENTO SOSTENIBLE INCLUSIVO


Entre los objetivos de “Desarrollo Económico Sostenible” del Programa de las Naciones Unidas (PNUD), el octavo, dedicado al “Trabajo decente y el Crecimiento económico” apunta a estimular la sostenibilidad mediante el aumento de los niveles de productividad y la innovación tecnológica.

La contabilidad del crecimiento llega a medir la aportación del aumento de capital físico (instalaciones y equipamientos) y del capital o potencial humano (formación y habilidades), pero como el efecto del progreso tecnológico resulta difícil de cuantificar de modo directo, su aportación se determina como residuo, deduciendo a la tasa de crecimiento del PIB los efectos del aumento de los capitales físico y humano.

El siguiente gráfico (Krugman, Wells and Grady) permite observar los efectos del progreso tecnológico:



La curva más baja indica la relación en 1940 entre el capital físico por trabajador (en abscisas) y el PIB real por trabajador (en ordenadas). La curva más alta representa la misma relación entre las dos variables en 2010. Se puede observar que el progreso tecnológico a lo largo de 70 años permitió producir, en paridad de poder adquisitivo (descontada la inflación), mucho más con cada cantidad de capital físico.

Se estimó que la mitad del crecimiento anual de la productividad se debía a una mayor “productividad total de los factores” (PTF), es decir, a la producción conseguida con el mismo volumen de capital físico y humano, un efecto de las economías de escala, cuando la producción crece más que proporcionalmente al aumentar la cantidad de cada factor productivo, con lo que el progresos tecnológico resulta decisivo para el crecimiento económico

Según cálculos del Banco de España, si la PTF española se hubiese incrementado en las últimas dos décadas al nivel de la eurozona, la renta por trabajador alcanzaría hoy en España casi el 90 % de la media de la Eurozona, frente al 83 % que representa en la actualidad.

No cabe duda de que la inversión en conocimiento, innovación y capital humano, al incrementar la productividad en el uso de los recursos naturales, favorecen la sostenibilidad del crecimiento económico, puesto que utilizan menos recursos físicos por unidad de PIB.

Pero al crecimiento económico se le pide que sea también inclusivo, porque si no es capaz de cohesionar la sociedad, difícilmente mejorará el bienestar general. La economía española continúa su fase expansiva, aunque se ha entrado en una senda de desaceleración.

La Comisión Europea advierte de la alta proporción de ciudadanos españoles a los que no está alcanzando la mejora económica del país y permanecen en riesgo de pobreza o exclusión social (26,1%), lo cual supone que nos encontramos en un nivel elevado de desigualdad, consecuencia sobre todo del alto desempleo (14%), el doble de la media europea. España dedica el 0,5% del PIB a políticas de empleo, la cuarta parte de algunos países de la Eurozona.

Estudios promovidos por organizaciones internacionales señalan que las medidas de redistribución económica impactan de manera más efectiva en la reducción de la pobreza que las destinadas a incrementar, sin más, el crecimiento. Incluso se llega a afirmar que la desigualdad no razonable, fuera de toda lógica, puede perjudicar al propio crecimiento económico.