Van publicándose diversos indicadores que anticipan un debilitamiento futuro de la actividad económica. Estas noticias están afectando a la formación de expectativas tanto de las empresas como de las familias. El Indice de Confianza del Consumidor (ICC) español de agosto señala una percepción negativa, con 86 puntos sobre 200, cayendo 16,4 puntos con respecto al mismo mes de 2018
La consolidación de los tipos de interés negativos, que se inició tras el comienzo de la Gran Recesión, ha sido una reacción de los bancos centrales a la escasa inflación y a la débil actividad. Está influyendo en la opinión de los inversores, confirmándoles que la época de tipos de interés negativos va a alargarse más de lo esperado.
A los efectos de la guerra comercial y de divisas, así como las desavenencias tecnológicas, la crisis de la industria del automovil y la ralentización de la Eurozona, hay que añadir el posible Brexit sin acuerdo y el deterioro de mercados como el argentino. La crisis se cierne sobre algunos de nuestros socios económicos principales, tales como Alemania, Italia, México, Reino Unido, Rusia y Turquía, que suponen el destino del 30% de las exportaciones españolas.
En el siguiente gráfico (Dpto. de Análisis Bankinter) podemos observar la desaceleración de la tasa del incremento del PIB
Parece que estamos ante una situación cercana a la de Japón, que desde los años 1990 está aplicando sin mucho éxito políticas de expansión monetaria que han permitido un elevado nivel de endeudamiento. En el contexto actual resulta muy difícil implementar medidas que supongan el aumento del gasto público, que traería el incremento del déficit fiscal español, ya en el límite permitido por los criterios de estabilidad europeos. Como ha advertido recientemente el BCE, España no tiene margen ni para subir los gastos ni para bajar impuestos.
La sensación que dan los escritos de muchos economistas es que se duda de las políticas de respuesta ante el nuevo escenario económico que se vislumbra para los próximos años. La crisis de 2008 se intentó atajar al principio con medidas expansivas de gasto público, propias de la política fiscal, que provocaron al aumento de los déficit públicos y condujeron a medidas de austeridad, agravando la situación económica de los países que las aplicaron.
Prevaleció la política monetaria de los bancos centrales europeo y norteamericano, de corte bastante heterodoxo, basada en mantener bajos tipos de interés e inyectar masivas cantidades de dinero a través de ayudas a los bancos y la compra de bonos en los mercados financieros.
Se esperaba que estas inyecciones masivas de dinero lograrían reactivar la demanda agregada y conseguirían incrementar la inflación, a fin de aliviar la situación de las empresas y familias muy endeudadas, pero apenas se ha apreciado el esperado crecimiento de la demanda global ni el anunciado aumento de la inflación.
La política de expansión monetaria sí ha servido para sostener bajo el tipo de interés de la deuda, con lo que algunos países, como España, están pudiendo mantener altos niveles de endeudamiento con un coste de interés soportable. También ha beneficiado a los bancos, pero los bajos tipos de interés están ya afectando a su rentabilidad.
Aunque parece que el margen de la política monetaria es cada vez más escaso, el BCE ha decidido este mes continuar con la política de expansión. Inyectará 20.000 millones de euros mensuales a partir de noviembre y penalizará los depósitos de los bancos (facilidad marginal de depósito) en el banco central en 10 puntos básicos más, hasta el -0,50%, para hacer frente al debilitamiento económico de la Eurozona y la incertidumbre originada por las tensiones comerciales.
Respecto al interés, el BCE dejó inalterado el tipo de referencia del 0% al que presta semanalmente a lo bancos y seguirá prestándoles a un día al 0,25% (facilidad marginal de crédito). La autoridad monetaria esta utilizando todos los instrumentos disponibles para restaurar el crecimiento y la inflación en la Eurozona, pero advierte a los Gobiernos con margen de maniobra que la política fiscal (ingresos y gastos públicos) debe convertirse ahora en el principal instrumento.
La consolidación de los tipos de interés negativos, que se inició tras el comienzo de la Gran Recesión, ha sido una reacción de los bancos centrales a la escasa inflación y a la débil actividad. Está influyendo en la opinión de los inversores, confirmándoles que la época de tipos de interés negativos va a alargarse más de lo esperado.
A los efectos de la guerra comercial y de divisas, así como las desavenencias tecnológicas, la crisis de la industria del automovil y la ralentización de la Eurozona, hay que añadir el posible Brexit sin acuerdo y el deterioro de mercados como el argentino. La crisis se cierne sobre algunos de nuestros socios económicos principales, tales como Alemania, Italia, México, Reino Unido, Rusia y Turquía, que suponen el destino del 30% de las exportaciones españolas.
En el siguiente gráfico (Dpto. de Análisis Bankinter) podemos observar la desaceleración de la tasa del incremento del PIB
Parece que estamos ante una situación cercana a la de Japón, que desde los años 1990 está aplicando sin mucho éxito políticas de expansión monetaria que han permitido un elevado nivel de endeudamiento. En el contexto actual resulta muy difícil implementar medidas que supongan el aumento del gasto público, que traería el incremento del déficit fiscal español, ya en el límite permitido por los criterios de estabilidad europeos. Como ha advertido recientemente el BCE, España no tiene margen ni para subir los gastos ni para bajar impuestos.
La sensación que dan los escritos de muchos economistas es que se duda de las políticas de respuesta ante el nuevo escenario económico que se vislumbra para los próximos años. La crisis de 2008 se intentó atajar al principio con medidas expansivas de gasto público, propias de la política fiscal, que provocaron al aumento de los déficit públicos y condujeron a medidas de austeridad, agravando la situación económica de los países que las aplicaron.
Prevaleció la política monetaria de los bancos centrales europeo y norteamericano, de corte bastante heterodoxo, basada en mantener bajos tipos de interés e inyectar masivas cantidades de dinero a través de ayudas a los bancos y la compra de bonos en los mercados financieros.
Se esperaba que estas inyecciones masivas de dinero lograrían reactivar la demanda agregada y conseguirían incrementar la inflación, a fin de aliviar la situación de las empresas y familias muy endeudadas, pero apenas se ha apreciado el esperado crecimiento de la demanda global ni el anunciado aumento de la inflación.
La política de expansión monetaria sí ha servido para sostener bajo el tipo de interés de la deuda, con lo que algunos países, como España, están pudiendo mantener altos niveles de endeudamiento con un coste de interés soportable. También ha beneficiado a los bancos, pero los bajos tipos de interés están ya afectando a su rentabilidad.
Aunque parece que el margen de la política monetaria es cada vez más escaso, el BCE ha decidido este mes continuar con la política de expansión. Inyectará 20.000 millones de euros mensuales a partir de noviembre y penalizará los depósitos de los bancos (facilidad marginal de depósito) en el banco central en 10 puntos básicos más, hasta el -0,50%, para hacer frente al debilitamiento económico de la Eurozona y la incertidumbre originada por las tensiones comerciales.
Respecto al interés, el BCE dejó inalterado el tipo de referencia del 0% al que presta semanalmente a lo bancos y seguirá prestándoles a un día al 0,25% (facilidad marginal de crédito). La autoridad monetaria esta utilizando todos los instrumentos disponibles para restaurar el crecimiento y la inflación en la Eurozona, pero advierte a los Gobiernos con margen de maniobra que la política fiscal (ingresos y gastos públicos) debe convertirse ahora en el principal instrumento.
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