Con los crecimientos que lleva acumulados a partir del año 2014, el Producto Interior Bruto (PIB) español superará este año el nivel de 2008, máximo volumen alcanzado (1,11 billones de euros).
Sin embargo, la población española no ha recuperado los estándares de vida previos a la crisis. Con una tasa de desempleo del 18,6%, lejos del 13,7% de 2008, un paro juvenil del 40% y una temporalidad en los contratos de trabajo del 26%, no es posible pensar que se ha superado la crisis. La recuperación no puede ser completa mientras no se hayan repuesto los 3,5 millones de empleos perdidos entre 2008 y 2013, y aún no se ha llegado a la mitad
Como vemos en el gráfico, el PIB por habitante tampoco se ha recuperado del todo, puesto que alcanza una media de 24.000 euros anuales, cuando en 2008 se llegó a los 25.000. Puede considerarse que ha habido casi una década perdida, porque la recuperación no es sólo volver a los niveles de ingresos, sino alcanzar los que se hubiesen logrado manteniendo el crecimiento de la economía.
El aspecto positivo es que la composición del crecimiento ha sido más sana que el impulsado por el auge económico que desembocó en la burbuja inmobiliaria (2000-2007). El crecimiento no se ha apoyado esta vez sobre el endeudamiento privado. Al contrario, los hogares y las empresas han ido reduciendo de forma significativa su deuda.
Si antes España tenía un déficit de ahorro y, por tanto, debía endeudarse frente al exterior para financiar sus inversiones, ahora se genera una capacidad de financiación (2% del PIB en 2016) , lo cual ha permitido avanzar en el desendeudamiento de los agentes privados.
Ha aumentado la inversión en bienes de equipo y ha subido también la participación de la industria en el Valor Añadido Bruto durante la recuperación. La reducción de los costes laborales unitarios ha hecho posible ir mejorando la capacidad competitiva perdida en los años anteriores, lo cual ha permitido el impulso de las exportaciones, una cierta mejora en la industria y la creación de empleo.
La caída del precio del petróleo y la más activa y menos ortodoxa política monetaria han contribuido a revitalizar la demanda agregada de la economía. El Banco Central Europeo ha ayudado a que los tipos de interés de los créditos a las empresas y familias se hayan situado en los niveles de los países centrales de la Eurozona, mejorando también las condiciones de la oferta de crédito.
Pero la economía española tiene pendiente la corrección de deficiencias estructurales tales como el incremento en el nivel formativo de la población activa. El doble porcentaje respecto de Europa de jóvenes que no han llegado a completar la enseñanza secundaria (38%) hace que su empleabilidad sea reducida y, además, presionen a la baja los salarios.
Además de la baja productividad, que influye en la calidad del empleo, la economía española tiene el enorme reto de afrontar la cuarta revolución industrial, una tarea difícil cuando predominan las empresas pequeñas, con escasa capacidad para abordar las inversiones y los procesos formativos que requieren los cambios tecnológicos.
El aspecto positivo es que la composición del crecimiento ha sido más sana que el impulsado por el auge económico que desembocó en la burbuja inmobiliaria (2000-2007). El crecimiento no se ha apoyado esta vez sobre el endeudamiento privado. Al contrario, los hogares y las empresas han ido reduciendo de forma significativa su deuda.
Si antes España tenía un déficit de ahorro y, por tanto, debía endeudarse frente al exterior para financiar sus inversiones, ahora se genera una capacidad de financiación (2% del PIB en 2016) , lo cual ha permitido avanzar en el desendeudamiento de los agentes privados.
Ha aumentado la inversión en bienes de equipo y ha subido también la participación de la industria en el Valor Añadido Bruto durante la recuperación. La reducción de los costes laborales unitarios ha hecho posible ir mejorando la capacidad competitiva perdida en los años anteriores, lo cual ha permitido el impulso de las exportaciones, una cierta mejora en la industria y la creación de empleo.
La caída del precio del petróleo y la más activa y menos ortodoxa política monetaria han contribuido a revitalizar la demanda agregada de la economía. El Banco Central Europeo ha ayudado a que los tipos de interés de los créditos a las empresas y familias se hayan situado en los niveles de los países centrales de la Eurozona, mejorando también las condiciones de la oferta de crédito.
Pero la economía española tiene pendiente la corrección de deficiencias estructurales tales como el incremento en el nivel formativo de la población activa. El doble porcentaje respecto de Europa de jóvenes que no han llegado a completar la enseñanza secundaria (38%) hace que su empleabilidad sea reducida y, además, presionen a la baja los salarios.
Además de la baja productividad, que influye en la calidad del empleo, la economía española tiene el enorme reto de afrontar la cuarta revolución industrial, una tarea difícil cuando predominan las empresas pequeñas, con escasa capacidad para abordar las inversiones y los procesos formativos que requieren los cambios tecnológicos.
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