Las negociaciones actuales del Eurogrupo con Grecia apuntan a que, si el país heleno no cumple las
condiciones que se pacten, puede quedar
fuera del euro (“Grexit”).
También acaba de posicionarse en contra de la irrevocabilidad
del euro el Consejo Asesor de Economistas del Gobierno alemán, que en el
informe “Lecciones de la crisis griega para una eurozona estable” apoya una
reglamentación de quiebras estatales y la posibilidad de que “Estados no
cooperativos” abandonen el euro.
Con la irrevocabilidad del euro, la Eurozona dejaría de ser de
hecho un ámbito con moneda única para convertirse en una zona de tipos de
cambio fijos.
En tal tipo de sistema siempre hay un riesgo de devaluación,
en tanto que en una auténtica zona de moneda única queda excluida esa
posibilidad, porque las paridades se fijan de una manera definitiva.
El “grado de apertura al exterior” de una economía se mide
sumando las exportaciones e importaciones y comparando el resultado con el PIB. Mientras que en EE.UU ese coeficiente
es del orden del 28%, en España llega al 60%, en Alemania al 85% y, en una
economía europea de menor dimensión como Bélgica, más del 170%
La realidad es que las variaciones del tipo de cambio, que la
creación de la zona euro vino a superar, pueden afectar sensiblemente a la
renta de países tan abiertos al exterior como los europeos. Se recuerdan
todavía las repercusiones negativas que tuvieron las grandes fluctuaciones de
los tipos de cambio en Europa en el periodo entre las dos guerras mundiales del
pasado siglo.
El tipo de cambio es una variable macroeconómica. Una
devaluación reduce el precio relativo de los bienes interiores, por lo que
aumentan las exportaciones y se reduce las importaciones. Se da el efecto
contario en una revaluación.
Algunas veces, como ocurrió en las décadas de 1920 y 1930,
las fluctuaciones de los tipos de cambio se utilizan como instrumento
macroeconómico para salir de una recesión. Pero hay que tener en cuenta que el
aumento de competitividad del país que devalúa reduce la de sus socios
comerciales, con lo que da lugar a las represalias de los afectados, que pueden
reaccionar devaluando también. Al final, el proceso de las devaluaciones
competitivas aumenta la inflación en todo los países.
Aunque las economías europeas sean mucho más abiertas que los
grandes países como EE.UU. y Japón, lo cierto es que los europeos comercian
principalmente entre ellos mismos. Sin tener en cuenta el comercio
intraeuropeo, es decir, los flujos comerciales bilaterales entre los países
europeos, el grado de apertura de la Unión Europea con el resto del mundo es similar
al de EE.UU. y Japón. Son, por tanto, las fluctuaciones de los tipos de cambio
dentro de Europa las que preocupaban cuando se decidió implantar la moneda
única.
En el caso de
Grecia, el programa que han tenido que aceptar los helenos no parece que vaya a solucionar los problemas
de fondo del país, porque contiene elementos recesivos y puede ahondar en las
desigualdades existentes como consecuencia de un lustro de austeridad y de
ataques al estado del bienestar. Tampoco es un acuerdo que
aproxime a la Europa de los ciudadanos, de la solidaridad y de la
democracia. Responde más bien a los intereses de los poderosos acreedores.
La sociedad griga se ha manifestado claramente en contra de abandonar el euro. Como señalan algunos economistas, Grecia necesita ahora un plan de inversiones para mejorar la estructura productiva e impulsar la demanda, un profundo programa de reformas que mejoren su competitividad y una reestructuración de la deuda pública, como insistentemente han pedido los negociadores griegos, a los que se ha unido el Fondo Monetario Internacional. Esperemos que el tercer rescate que se está negociando no sea otro "flotador lleno de plomo"
No hay comentarios:
Publicar un comentario