Se ha abierto de nuevo en España una corriente migratoria hacia otros países europeos, fenómeno que tuvo un antecedente en las décadas sesenta y setenta del pasado siglo, y que acabó tras la convulsión económica que provocó la enorme subida del precio del petróleo. Más tarde, tras la entrada en la Comunidad Europea, España se convirtió en receptor de trabajadores extranjeros.
A modo de panorama del mercado laboral, veamos en un gráfico la evolución del total de activos y parados a lo largo de los dos últimos años.
Podemos observar que el número de activos (columnas azules), que al final del año 2012 era de 23.360.000, inicia un descenso hasta situarse en el 2014 en 23.027.000, es decir, se reduce en 333.000 personas.
En este descenso influye, además del flujo migratorio, el envejecimiento de la población, con la caída de las personas en edad de trabajar. En tasa de actividad (Población activa / Población mayor de 16 años), la caída fue del 60,23% al 59,77%.
En el mismo período, entre los años 2012 y 2014, la tasa de paro (columnas rojas del gráfico) descendió de 6.021.000 a 5.458.000, es decir, en 563.000 trabajadores. Por lo tanto, la reducción de la población activa es la que ha provocado el 60% de la caída en el paro, y el 40% restante obedece al crecimiento del empleo.
En el colectivo de jóvenes españoles menores de 25 años, 2014 terminó con un desempleo del 52,1%s, bastante más del doble de la media europea (22%).
Los que encuentran la forma de poder trabajar se enfrentan a elevados niveles de precariedad laboral, con retribuciones próximas al Salario Mínimo Interprofesional (648,60 euros al mes en 2015). De ahí que busquen alternativas: emigrar o prolongar la formación a la espera de mejores oportunidades.