Se denomina “Economía de la oferta" a la política que defiende la adopción de
medidas sobre la oferta agregada para impulsar el crecimiento económico, en
oposición al planteamiento keynesiano de actuar sobre la demanda a través del
presupuesto público.
En los años ochenta, tras varias décadas de predominio de la
demanda keynesiana, según la cual el incremento de los salarios acaba aumentando
la demanda e incentivando la producción, economistas destacados de la
Administración Reagan plantearon un conjunto de medidas para reducir el gasto
público y las tasas impositivas.
Los economistas de la oferta mantienen que se deben reducir
los impuestos, sobre todo a las rentas elevadas, para incrementar el nivel de
ahorro e impulsar la formación bruta de capital. Propugnan la reducción de los
salarios como estrategia para incrementar el producto del país y disminuir el
desempleo.
Admiten que la consecuencia lógica de su planteamiento es una
distribución menos equitativa de la renta, pero argumentan que es meramente
temporal, ya que las medidas citadas aumentarán la producción total de país y,
al final, todos resultarán beneficiados.
El argumento responde a la idea de la “filtración”, según la
cual cuanto más ganan los ricos, más crece el producto a repartir y algo acaba
derramándose sobre los demás.
Algunas medidas de la economía de la oferta, como la
supresión de burocracias innecesarias, la estabilidad del sistema legal y el
impulso al progreso tecnológico son aceptadas por todos. También es cierto que
las medidas de gestión de la demanda son útiles solamente para lograr
resultados a corto plazo. Las medidas de oferta son las que pueden aumentar la
producción en el largo plazo.
Sin embargo, la idea de que la reducción de los tipos
impositivos aumenta tanto el PIB que la recaudación fiscal se incrementa, no
responde a las evidencias observas por los estudiosos de la economía norteamericana. Una reducción de
tipos impositivos sin bajadas del gasto público acaba incrementando el déficit
fiscal.
Se ha estimado en esta crisis que para recuperar el
crecimiento hay que mejorar los beneficios de las empresas, con una devaluación
interna que ha traído el trasvase de rentas del trabajo a los poseedores del
capital. Y se anuncia la reducción de
los tipos impositivos para el 2015.
El siguiente gráfico, recogido del informe del Consejo
Económico y Social de España, nos muestra la evolución del peso de la
remuneración de los asalariados en el PIB 1985-2011
La participación del trabajo en la renta del país, que había
alcanzado el 57% en el año 1992, ha ido descendiendo, con mayor celeridad desde
el comienzo de la crisis actual, hasta situarse en torno al 52%
La política de filtración no ha aliviado la precarización del
trabajo y la falta de seguridad vital ante la incertidumbre que supone la
dificultad de asegurar los ingresos que necesitan los hogares.
Como señala Paul Krugman en un reciente artículo sobre la
realidad social norteamericana, “Estados Unidos es
un país mucho más rico ahora que en 1964, pero, a lo sumo, sólo un poco de esa
mayor riqueza ha chorreado hasta los trabajadores que están en la mitad
inferior de la escala de la distribución de la renta”
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