Fue en un suburbio pobre de una gran ciudad. A una mujer que observaba los puestos de venta del mercado le salió una sonrisa. Le pareció que ella también podría vender productos del campo. Ah!, pero había que comprar los productos. Necesitaba dinero para que el mayorista se los vendiera. Como era habitual, se dirigió a un prestamista informal que operaba en aquel entorno. La prestaría por las mañanas el equivalente a 12 euros en moneda del país y al acabar la jornada la mujer devolvería 13. Es decir, recibiría un préstamo con el 8,3% de interés cada día, un 3.029,5% anual. Buen negocio para el usurero.
Pero la mujer, con el marido en paro, necesitaba ingresos para la familia e inició su actividad. Al amanecer se iba a buscar el préstamo y con el dinero en las manos se acercaba al mayorista para comprarle unos kilos de fruta, que los ponía en bolsas de dos o tres piezas. Colocaba la mercancía en un mantel sobre el suelo. El margen de la venta le permitía devolver el préstamo puntualmente, pero era consciente de que la mayor parte de los beneficios se le iban en pagar intereses.
Estaba atrapada en la usura. No podía dejar de tomar prestado el dinero, ya que no tenía alternativa de financiación para su actividad. Tampoco tenía capacidad de negociación. La trampa del usurero se convertía así en la trampa de la pobreza de su familia.
La mayoría de los bancos comerciales no suelen estar dispuestos a conceder créditos a los pobres, por el riesgo de que no sean capaces de devolverlos y también por el escaso beneficio de trabajar a tan pequeña escala. Solo un pequeño porcentaje tienen acceso a servicios financieros, al margen de los usureros. La situación es peor aún para las mujeres, que al carecer habitualmente de títulos de propiedad no pueden presentarlos como aval.
Con tales dificultades para acceder a la banca comercial, la única solución suele ser recurrir a los prestamistas y usureros (casas de empeño, comerciantes), generalmente en condiciones abusivas, y empeñar determinadas posesiones familiares, dando lugar a veces a procesos de endeudamiento que les hunde más en la pobreza. Hay ocasiones en las que los préstamos son proporcionados por patrones a cambio de que el deudor trabaje para él a salarios bajos.
La mejora de la situación le vino en este caso a la mujer al poder financiarse con los microcréditos, unos programas que proveen de crédito para el autoempleo o para la generación de ingresos a personas pobres que no disponen del acceso al sistema financiero formal.
Cierto día llego al entorno de aquel mercado un técnico que animó a la mujer a hacerse socia de una cooperativa. Ofrecían créditos a mayor plazo y a tasas de interés moderadas. Así fue como la mujer pudo invertir parte del préstamo en mejorar su puesto de venta y el resto lo dedicó a comprar fruta en mejores condiciones para aumentar su margen comercial. No fue mucho, pero en sus condiciones, suficiente para mandar a sus hijos mayores a la escuela y mejorar la dieta familiar. Habían dado un paso para salir de la extrema pobreza.
El movimiento de los microcréditos nace como respuesta a la situación de abuso que ejerce la usura cuando no existen sistemas financieros capaces de atender a las necesidades del colectivo más desfavorecido de la sociedad. Han demostrado una elevada capacidad para adaptarse a realidades diversas, a momentos muy distintos y a entornos culturales difícilmente reconciliables.
Una experiencia destacable ha sido la constitución de “Comunidades de Autogestión Financiera”, con el mensaje de que “los pobres son autofinanciables”. No solo se da acceso al crédito a los excluidos del sistema financiero, sino que se les ayuda a gestionar sus propios recursos, apoyándose mutuamente, sin necesidad de dinero externo.
El sistema de microcréditos ha sido probado con éxito en países de los cinco continentes, en entornos urbanos y rurales, en sociedades avanzadas y en países en desarrollo. Está teniendo un arraigo considerable tanto en los suburbios de grandes metrópolis americanas como en barrios pobres africanos.
En Europa occidental aparecen como herramientas de crecimiento económico y de cohesión social. Su convivencia en un contexto de protección social, que no siempre prima la iniciativa y que utiliza la subvención como principal instrumento de promoción, junto con una red densa de oficinas y servicios financieros, condiciona su forma, pero no su sentido. Los microcréditos están dentro de la estrategia europea a favor del crecimiento, del empleo y de la cohesión social.
Los gobiernos y los movimientos sociales saben que disponen de un aliado en la lucha por erradicar la pobreza, pero no se debe olvidar que los microcréditos tratan los síntomas pero no las causas últimas de la exclusión. Se necesita complementar esta herramienta con apoyos que contribuyan al desarrollo, tanto en la educación como en la asistencia sanitaria y en la inversión en infraestructuras.
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