La crisis actual ha renovado los debates sobre los méritos comparativos de mercados y gobiernos como medios para crear y distribuir la riqueza generada en un país.
La nueva fase globalizadora se había presentado como el triunfo de los mercados, ya a escala mundial, alegando que las normativas nacionales resultaban estrechas para el desenvolvimiento eficiente de las actividades económicas.
Pero he aquí que hemos topado con la crisis financiera, que muchos atribuyen precisamente a la dinámica de liberalizaciones y desregularizaciones, provocadora de la codicia y la irresponsabilidad que están en el origen de los desaguisados financieros.
Se apela, pues, de nuevo a volver a establecer intervenciones y regulaciones por parte de los poderes públicos, hasta hace poco ignorados o menospreciados
Frente a tales fervientes controversias, con tendencia a la polarización, entendemos que la virtud se encuentra en admitir la complementariedad de ambos mecanismos de asignación de recursos. Por tanto, la cuestión parece centrarse en encontrar la combinación adecuada en función de las circunstancias de tiempo y lugar.
Cuando el padre del liberalismo económico, Adam Smith, predicaba la actuación de la “mano invisible” recordaba también la necesidad de dotarse de elementos institucionales de gestión pública, esenciales para el funcionamiento correcto de economías basadas en la especialización y el intercambio, tales como el derecho de propiedad, el incentivo, el cumplimiento de contratos y la sana competencia.
Pero, ¿cómo funcionan de hecho los mercados? Pues lo cierto es que muchos de los intercambios que se realizan en los mercados son en condiciones alejadas de la auténtica competencia”: monopolio y oligopolio, como consecuencia de la concentración de capitales, y competencia monopolística, por la capacidad que tienen algunas empresas en lograr ventajas mediante la diferenciación de los productos que venden utilizando marcas comerciales.
Los orígenes de la concentración del capital son diversos:
a) La existencia de barreras de entrada, bien porque las empresas existentes disponen de patentes, de personal especializado o de otras ventajas, o bien, por las economías de escala existentes en el sector, que obligan a realizar cuantiosas inversiones
b) La unión estratégica de empresas para actuar en actividades interrelacionadas para obtener mejores resultados. Según una investigación suiza reciente, una compleja red de participaciones consigue que 147 entidades posean el 40% del valor financiero de todas las multinacionales del mundo.
Los efectos de tal concentración los muestra el siguiente gráfico:
Puede observarse que los precios son más elevados y las cantidades ofrecidas menores en situación de monopolio que en competencia perfecta.
Algunos economistas valoran positivamente la competencia monopolística, la situación que más se da en los productos de gran consumo, alegando que logra poner a disposición de los consumidores un abanico amplio de bienes, pero resulta difícil de asumir si tiene como contrapartida el despilfarro de recursos necesarios para atender otras necesidades más apremiantes.
Los acuerdos para evitar la competencia son tan frecuentes en nuestro entorno empresarial que los países han tenido que establecer comisiones de defensa de la competencia. A título de ejemplo, no hace mucho que la Comisión Europea impuso una multa de 648 millones de euros a seis industrias fabricantes de pantallas planas de cristal líquido (LCD) para televisores, ordenadores de mesa y ordenadores portátiles por “pactar de forma ilegal los precios, en violación de las normas de la Unión Europea (UE) sobre libre competencia. Estos acuerdos han encarecido artificialmente el precio de los productos y han obligado a los consumidores europeos a pagar más caros los televisores y ordenadores”.