El mes pasado falleció Kenneth Boulding, el economista norteamericano que transmitió a la sociedad la idea de que vivimos en un espacio concreto, al que llamó “Nave Espacial Tierra”, con potencial limitado de recursos, que se está deteriorando.
La contaminación ambiental es conocida en economía como una externalidad negativa, situación que se da cuando se toman decisiones sin tener en cuenta los costes indirectos que recaen sobre otros agentes, por ejemplo, las victimas de la contaminación. En estos casos los costes totales son superiores a los privados de los agentes decisores.
El crecimiento económico lleva generalmente al agotamiento o la contaminación de los recursos ambientales, tales como el aire, el agua y la tierra. Fue a mediados del siglo XX cuando sonó la alarma: el aire sucio envenena y el agua contaminada mata animales, destroza plantas y enferma personas.
Los científicos vienen a confirmar que, antes de la Primera Revolución Industrial, hacía finales del siglo XVIII en Gran Bretaña, el cambio climático podía atribuirse a las variaciones naturales en la actividad volcánica, la radiación solar y las concentraciones de gases.
En épocas recientes, el cambio climático, que supone una alteración en la distribución estadística de los patrones meteorológicos durante un período prolongado de tiempo, se debe en gran medida a la actividad humana.
Las emisiones de gases de efecto invernadero (vapor de agua, dióxido de carbono, metano, óxido de nitrógeno y ozono) provienen ahora principalmente del uso de combustibles fósiles para la producción de electricidad, el transporte y las actividades industriales. Los combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas natural y gas licuado del petróleo) se han formado a partir de la acumulación de grandes cantidades de restos orgánicos provenientes de plantas y animales.
A mayor concentración de gases de efecto invernadero, mayor retención del calor del sol, con lo que se llega al calentamiento global, provocando el cambio climático, que constituye quizás la mayor amenaza medioambiental a la que se enfrenta la humanidad.
El gráfico señala los cambios que se han producido a lo largo de los años respecto a la temperatura media, como consecuencia de los gases de efecto invernadero. Vemos la trayectoria global ascendente, sobre todo a partir de 1976. En 2015 llegó a 1 grado centígrado por encima de la media del conjunto de años.
Una treintena de grandes empresas españolas, entre las que se encuentran once del IBEX 35, han firmado un manifiesto en el que piden a los poderes públicos un acuerdo que facilite la aprobación de una “ley de cambio climático y transición energética estable, ambiciosa y eficaz”
No se trata unicamente de sensibilidad medioambiental, sino de la necesidad de planificar inversiones con muchos años de antelación. Es preciso conocer la hoja de ruta para el futuro, sobre todo en el sector energético, que es responsable del 80% de los gases de efecto invernadero en España. En 2016, el 85% de la energía usada en el país provenía de combustibles fósiles o energía nuclear.
Un marco regulatorio adecuado incentivaría la inversión privada a medio y largo plazo, acelerando el proceso de descarbonización, con paquetes de medidas para energías renovables (eólica y solar). Se conoce que los países del entorno evolucionan hacia una economía baja en carbono. Están ya inmersas en una revolución que va a generar enormes oportunidades.
Aunque hasta ahora ha sido rentable consumir recursos y echar los residuos al medio ambiente, al calor de los debates actuales cabría esperar iniciativas rentables para que la industrialización no afectara el medio natural. Sin embargo, hay que recordar que estamos ante una pugna desigual, porque la economía contaminadora, liderada por el presidente norteamericano, es mucho más poderosa que la que tiene orientación ecológica.
Si se quiere un planeta en el que apenas se emita dióxido de carbono, la OCDE estima que las inversiones en infraestructuras verdes deberían llegar al 2% del PIB mundial al año hasta el 2030. Junto con las regulaciones y la gestión política, la economía puede ser una fuerza poderosa en la transición energética hacia las energías limpias.