Según el Tratado de Maastricht, uno de los documentos fundacionales de la Unión Europea, firmado en la ciudad holandesa del mismo nombre el 7 de febrero de 1992, la convergencia económica se midió, entre otros factores, por la estabilidad de precios, con la inflación calculada a través del Indice de Precios de Consumo, y la posición financiera sostenible de las finanzas públicas, sin caer en un “déficit público excesivo” (mayor del 3%) ni en una deuda pública sobre el PIB superior al 60%
El cumplimiento de tales criterios se llamó convergencia nominal y se decía que significaría equilibrar la economía de los países, para llevar a cabo un proceso de crecimiento económico sostenible. Pero ya había entonces quienes advertían que esos criterios restrictivos y las diferencias de inflación podían conducir a políticas económicas que llevarían a situaciones de desempleo y caída de rentas. Añadían que, en lugar de la convergencia nominal, se debería buscar la convergencia real de los ciudadanos europeos en los niveles de renta, empleo y bienestar.
Observamos en el gráfico de Penn World las diferencias en renta por habitante, en igualdad de poder adquisitivo, entre España y Alemania, como representativas del proceso de convergencia. En los años iniciales de la Unión Monetaria se mantuvo la brecha de rentas, que llegó a reducirse con la crisis financiera, para ampliarse en el último quinquenio.
La experiencia de la integración española en la Unión Europea había sido positiva, puesto que la renta por habitante se había aproximado a la media europea a partir de 1986, quizás debido a los cuantiosos fondos estructurales y de cohesión con destino a los países con menor renta per cápita. La duda que surgió al entrar en el euro fue si la construcción de la unidad monetaria iba a seguir impulsando la convergencia real.
Aunque se argumentaba que la eliminación de los riesgos de cambio iba a provocar una especie de reajuste económico, facilitando las reformas que acabarían mejorando el desempeño económico relativo de los países más retrasados, el “Informe de convergencia” del Banco Central Europeo viene a concluir que “no se ha producido un proceso de convergencia real entre los 12 países que primero adoptaron el euro”.
Los técnicos del banco europeo rechazan que haya sido la introducción del euro la causante de estas "deficiencias de convergencia" que, advierten, proceden de años o incluso décadas atrás y responden a condiciones de naturaleza estructural de las diferentes economías. Es probable que entre las causas de la no convergencia estén un bajo crecimiento de la productividad, una gestión institucional débil y un uso deficiente de la inversión, además de la rigidez de la moneda única.
Pero lo cierto es que el euro ha dado a Alemania y otros países centrales una moneda más débil que la que tenían sus propias monedas nacionales (marco alemán y florín holandés), un fenómeno que, en términos comerciales, les ha propiciado una mayor competitividad. En cambio, a los países periféricos el euro ha traído una moneda más fuerte que la utilizada, con la consiguiente dificultad para ser competitivos, al quedar bloqueado el mecanismo de la devaluación monetaria.
Aunque la crisis financiera reciente ha influido de modo distinto en cada país, y con ello puede haber obstaculizado también la convergencia, algunos economistas apuntan que en el fondo se debe a que los países avanzados no han aportado suficientes recursos públicos a los presupuestos europeos para favorecer el crecimiento de las economías atrasadas. Puede que haya sido la falta de solidaridad o de cohesión en la Eurozona la que ha impedido el avance de la convergencia real entre los países
La experiencia de la integración española en la Unión Europea había sido positiva, puesto que la renta por habitante se había aproximado a la media europea a partir de 1986, quizás debido a los cuantiosos fondos estructurales y de cohesión con destino a los países con menor renta per cápita. La duda que surgió al entrar en el euro fue si la construcción de la unidad monetaria iba a seguir impulsando la convergencia real.
Aunque se argumentaba que la eliminación de los riesgos de cambio iba a provocar una especie de reajuste económico, facilitando las reformas que acabarían mejorando el desempeño económico relativo de los países más retrasados, el “Informe de convergencia” del Banco Central Europeo viene a concluir que “no se ha producido un proceso de convergencia real entre los 12 países que primero adoptaron el euro”.
Los técnicos del banco europeo rechazan que haya sido la introducción del euro la causante de estas "deficiencias de convergencia" que, advierten, proceden de años o incluso décadas atrás y responden a condiciones de naturaleza estructural de las diferentes economías. Es probable que entre las causas de la no convergencia estén un bajo crecimiento de la productividad, una gestión institucional débil y un uso deficiente de la inversión, además de la rigidez de la moneda única.
Pero lo cierto es que el euro ha dado a Alemania y otros países centrales una moneda más débil que la que tenían sus propias monedas nacionales (marco alemán y florín holandés), un fenómeno que, en términos comerciales, les ha propiciado una mayor competitividad. En cambio, a los países periféricos el euro ha traído una moneda más fuerte que la utilizada, con la consiguiente dificultad para ser competitivos, al quedar bloqueado el mecanismo de la devaluación monetaria.
Aunque la crisis financiera reciente ha influido de modo distinto en cada país, y con ello puede haber obstaculizado también la convergencia, algunos economistas apuntan que en el fondo se debe a que los países avanzados no han aportado suficientes recursos públicos a los presupuestos europeos para favorecer el crecimiento de las economías atrasadas. Puede que haya sido la falta de solidaridad o de cohesión en la Eurozona la que ha impedido el avance de la convergencia real entre los países
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