Cuando
se quiere gastar más de lo que se ingresa, la diferencia tiene que pedirse
prestado. Por tanto, obligar a los Estados a conseguir un déficit cero es
equivalente a prohibirles emitir deuda, lo cual significa recortar la acción gubernamental.
Claro que, cuando se pueden ganar votos con promesas de
incrementos de gastos sin plantear una elevación de impuestos, los Estados
tienden a generar déficits excesivos.
Es por
ello que en los últimos
meses han sido frecuentes los debates sobre la limitación del déficit público. Resulta habitual la
referencia de los políticos al déficit estructural que recoge el artículo 135
de la Constitución española, en el que se establece un déficit del 0,4% del PIB,
en sintonía con los límites europeos fijados en el Pacto de Estabilidad y
Crecimiento.
La norma de rango constitucional aprobada en septiembre de
2011, sin someterla a debate público, supuso dar prioridad absoluta en los
presupuestos del Estado al pago de los intereses y a la devolución de la deuda
pública sobre cualquier otra necesidad de gasto.
En el siguiente gráfico observamos la evolución de la deuda española, consecuencia de los déficits acumulados, que alcanza ya el equivalente al 99% del Producto
Interior Bruto de país.
El déficit público puede ser cíclico, consecuencia del descenso
de la actividad económica, o estructural, que no se corresponde con una
coyuntura recesiva, sino que obedece al desequilibrio de las cuentas públicas.
Este segundo tipo de déficit es el preocupante, debido a que se convierte en
una amenaza para la sostenibilidad de los presupuestos de las Administraciones
Públicas.
El cálculo del déficit estructural se realiza a través de la
estimación del PIB potencial, el resultante de utilizar todos los recursos
materiales y humanos disponibles, sin que genere inflación. Cuando la economía
se encuentra en recesión, la diferencia entre el PIB real y el potencial suele
ser negativa y pasa a ser positiva en la situación de auge.
Una vez separado el componente cíclico, que se observa en la
sensibilidad de los ingresos y gastos al cambio de coyuntura, se estima el
déficit estructural, que resulta de eliminar tanto la influencia cíclica como
cualquier gasto extraordinario de naturaleza temporal. Es este tipo de déficit
el que permite determinar la sostenibilidad a largo plazo de las finanzas
públicas.
Dado que el déficit estructural hay que obtenerlo de una estimación,
que varía según el método utilizado, su uso en las políticas económicas puede
tener un carácter orientativo, pero no resulta razonable utilizarlo para crear
normativas con fuerza de ley, tal como sucedió con el cambio constitucional
citado
Los analistas económicos aconsejan en general mantener
los tipos impositivos más o menos constantes y dejar que haya déficits durante
las recesiones y superávits en las expansiones, de manera que el presupuesto público
se equilibre, es decir, que resulte en torno a cero como promedio, aunque no lo
sea cada año.
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