En los veinte años anteriores a 2007, en tanto que el PIB
mundial creció un 3% anual, el comercio mundial había aumentado, a precios
constantes, un 5,1% y las inversiones directas internacionales llegaron a
incrementarse un 10% anual.
La integración de los países emergentes en la economía
mundial, con la apertura de China a la economía de mercado, había intensificado
la producción y los intercambios, ampliando la globalización a todo el mundo.Pero desde el comienzo de la crisis financiera el comercio
internacional de bienes y servicios se ha ralentizado y apenas sobrepasa al aumento del PIB.
La disminución
del crecimiento de producción mundial, la crisis del euro y la reducción de la
inversión sobre todo en los países emergentes ha disminuido el crecimiento del
comercio y los flujos de capital. También ha influido la reducción de la
capacidad de importación de los países productores de productos básicos, al hundirse el precio
del petróleo y de las materias primas.
El gráfico de la Secretaría de la Organización Mundial del
Comercio (OMC) muestra, en porcentajes, los reducidos incrementos del comercio
mundial en los últimos años en comparación con el período 1990-2014.
Podemos observar cierto agotamiento de un proceso globalizador
que comenzó hace tres décadas para facilitar el comercio y el movimiento de
capitales a nivel planetario.
La maduración de China hace que sea capaz de atender con su
producción interna una parte de la demanda de productos intermedios, antes
importados. También se está dando una
notable reducción de las diferencias de costes entre las economías desarrolladas
y las emergentes, que afecta sin duda a la localización de la producción a
nivel mundial.
Por una parte, los costes laborales significan una proporción
minoritaria de los costes de producción y, por otra, algunas economías emergentes han triplicado las
retribuciones en los últimos diez años, en tanto que en las economías
desarrolladas ha habido un estancamiento. Las diferencias salariales no llegan en
muchos casos a compensar los costes de transportes y el riesgo cambiario, lo
cual explica algunas repatriaciones de la producción a los países de origen de
las multinacionales.
El descenso de la globalización tiene su complemento en una
tendencia hacia la integración regional. Se está produciendo una fragmentación
del comercio mundial que da lugar a la formación de grandes bloques regionales
en torno a EE.UU. y China.
Las empresas multinacionales son hoy día los agentes de la
división internacional del trabajo, que tratan de aprovechar las ventajas de
cada localización. Los intercambios entre la casa matriz y las filiales de una
misma multinacional representan la mitad del comercio internacional de bienes y
servicios.
EE.UU. promueve una alternativa a largo plazo con la cuenca
del Pacifico, el Tratado de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en
ingles), firmado en octubre pasado entre doce países, entre los cuales se
encuentran EE.UU.,Canadá, Mexico, Japón y Australia. Se encuentra pendiente de
ratificar y es un intento de integración a fondo, con el objetivo de ampliar la
libertad de intercambios y, vía armonización,
difundir las normas técnicas estadounidenses. El segundo eje que impulsa
EE.UU. es el proyecto “Asociación Trasatlántica para el comercio y la
inversión” (TTIP), un tratado de libre comercio con la Unión Europea, que
actualmente se encuentra en negociación.
El segundo gran bloque tiene como cabeza a China, que trabaja
en la creación de un grupo asiático abierto al Pacífico Sur, al que se asocian, además de
los diez países de ASEAN (Asociación de naciones del sudeste asiático), Corea del Sur, India, Japón y Australia.
Algunos observadores internacionales vienen avisando que estas
dinámicas de integración regional, más allá del libre comercio, pueden llegar a
afectar a la soberanía de los países y al desenvolvimiento democrático en el
interior de las naciones atrapadas en los bloques, dada la presión que van a
ejercer sobre los poderes públicos las empresas multinacionales.
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