Los Estados tienen dos formas básicas alternativas de
financiar sus gastos: recaudar impuestos o endeudarse. En términos de justicia
y de eficiencia resulta preferible recurrir a los impuestos.
Sin embargo, en la última década, los Gobiernos de los países
desarrollados están inmersos en un profundo proceso de endeudamiento, que
alcanza en promedio a un 90% del PIB, el más elevado desde que terminó la
Segunda Guerra Mundial.
En el gráfico, recogido de “El Captor”, aparecen las más
importantes potencias económicas mundiales, ordenadas de izquierda a derecha,
de mayor a menor volumen de PIB. Destacan los altos niveles de endeudamiento sobre
el PIB de Japón (245,4%), Italia (130,6%), EE.UU (108,1%) y Bélgica (100,3%).
Como contraste, China tiene un endeudamiento público del 21,3% y Rusia del 10,4%.
En el caso español, como continúa sumando déficits públicos
anuales (5,7% en 2014), sigue creciendo la deuda pública, que en este año
sobrepasará el 100% del PIB. Las normativas europeas obligan a reducir el volumen
de deuda pública de cada país al 60% en el año 2020.
En el siguiente gráfico tenemos la evolución de la deuda
pública española en los últimos cuatro años, en millones de euros:
El endeudamiento de
743.000 millones en el año 2011 se incrementó hasta superar el billón de euros
(1.034.000 millones) en 2014 (97% del PIB), con un aumento del 7% en el último
año.
Esta situación generalizada de endeudamiento es consecuencia
de la distribución de la riqueza. Como dice T. Piketty en su reciente libro “El
capital en el siglo XXI”, “el mundo rico es rico; son los gobiernos los que son pobres”.
Resulta paradójico que a Europa, el continente con patrimonios privados más
grandes del mundo, le esté costando superar su crisis de endeudamiento.