Entre la cantidad de dinero en circulación y el nivel de
precios suele existir una relación estrecha. El economista norteamericano
Irving Fisher lo estableció en forma de ecuación, relacionando el producto real de un país “Y”, el nivel de precios
"P", la cantidad de dinero "M" y la velocidad de circulación del dinero "V", de tal
modo que P*Y =M*V
La velocidad de circulación del dinero V, que es igual a P*Y/M, representa el número de veces por año
que la cantidad de dinero financia los pagos que se realizan para comprar la
producción. Por ejemplo, si V=2, quiere decirse que cada billete o unidad de cuenta
corriente es utilizada dos veces durante el año en operaciones de compraventa.
[Reserva Federal (azul), Banco de Inglaterra (rojo), Banco Central Europeo (verde) y Banco de Japón (lila)]
El gráfico representa en ordenadas (escala izquierda), en billones americanos de dólares, los activos
de los más importantes bancos centrales. Observamos el notable incremento que
han tenido a partir del comienzo de la crisis (2008), especialmente la Reserva Federal
y el BCE, cuando acudieron a rescatar a
los bancos en dificultades financieras. La línea amarilla con valores en
descenso, medidos en la escala a la derecha del gráfico, como cociente entre
PIB y M2 (volumen de dinero que incluye el efectivo en circulación y los depósitos a la vista y de ahorro),
representa la velocidad de circulación del dinero, que ha caído en picado desde
un 2,1en febrero de 2006 al 1,6 (aproximadamente) en junio 2013.
En términos de las variaciones porcentuales que se dan a lo
largo del tiempo, la ecuación cuantitativa puede expresarse como p+y=m+v, siendo
“p” la tasa de inflación, “y” la tasa de crecimiento de la
producción, “m” el aumento relativo de
dinero y “v “ la variación de la
velocidad de circulación.
Despejando la variación de los precios, p = m+v-y. La ecuación sirve para explicar las
causas de la inflación (p), es decir, el incremento de precios debido al aumento
de la cantidad de dinero, a la variación de la velocidad y al crecimiento de la
producción. Si apenas cambian el crecimiento de la producción y la variación de la velocidad de circulación,
como supone el pensamiento monetarista, la subida de los precios depende de la
cantidad de dinero y, por tanto, la inflación es un fenómeno monetario.
Los datos de la economía norteamericana en las pasadas
décadas vinieron a concluir que, hasta el año 1990, las variaciones de la
cantidad de dinero y la de los precios estaban muy próximas entre sí. En
cambio, en los años posteriores difieren notablemente, lo cual nos indica que
las variaciones de la producción o de la velocidad de circulación han estado
influyendo en la inflación.
Cuando se dice que la inflación es un fenómeno monetario quiere
señalarse que difícilmente puede haber un notable incremento de precios si la
cantidad de dinero no crece a ritmo elevado. O bien que, si se mantiene baja la tasa de
crecimiento del dinero, la inflación será reducida.
Hoy en día son los bancos centrales de los países integrados en el área del euro
(“Eurosistema”) los que asumen la misión de conducir la política monetaria con
el objetivo de lograr el control de precios, para contribuir al mantenimiento
de la estabilidad financiera y garantizar el funcionamiento del sistema de
pagos.
El Banco Central Europeo (BCE) mantiene como objetivo la
estabilidad de los precios en la Eurozona a medio plazo. Tiene establecido que
el índice de precios al consumo armonizado para el conjunto de la Eurozona no
supere la tasa del 2% anual.
En España, el
Índice de Precios al Consumo (IPC) ha entrado en tasa negativa en febrero de
2014 con un -0,1% interanual, debido sobre todo a la caída de los carburantes, según la información del Banco de España. En cambio, la
inflación de la Eurozona es positiva, en torno al 0,8%.
Si esta reducción
de precios degenerase en deflación, sería un problema para una economía tan
endeudada como la española, pero en estos momentos supone el aumento de la
capacidad de compra de los consumidores y la mejora de la competitividad en el
comercio exterior respecto de nuestros socios europeos.
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