Se entiende por revolución
industrial el paso a la producción de bienes con la utilización de
instrumentos cuyo movimiento exige la aplicación de la energía de la
naturaleza. Ocurrió a finales del siglo XVIII.
Hasta entonces sólo se habían
utilizado herramientas, instrumentos inertes cuya eficacia dependía por
completo de la fuerza y la habilidad del sujeto que los manejaba.
La aparición del motor
consigue transformar la energía de la naturaleza en movimiento. La unión de un
instrumento hábil y un motor señala la aparición de la máquina, que ha venido a ser el agente que ha
causado el mayor cambio en las condiciones de vida de la humanidad.
Primera revolución
El vapor marcó la
primera revolución industrial. Con la aplicación de la máquina de vapor a los
transportes terrestres y marítimos, la construcción de los ferrocarriles fue la
gran empresa del siglo XIX, que tuvo inmediata repercusión en los procesos de
comercialización, mejorando la calidad de vida, al permitir el desplazamiento
rápido de las personas a grandes distancias.
El vapor se
empleó, además de a los transportes, a abrir minas de metales, producir
textiles y fabricar muchos productos que
antes se había elaborado a mano. La potencia de la máquina de vapor excedía
notablemente a la fuerza conjunta de animales y seres humanos.
Segunda revolución
Tras la primera
fase de la industrialización, con
liderazgo de Inglaterra, la revolución se extendió al resto del mundo
occidental. Superada la llamada “depresión larga” (crisis de 1873 a 1879), la
primera de las grandes depresiones o crisis sistémicas del capitalismo, con
acontecimientos como quiebras bancarias
y caída de la Bolsa de Viena, comenzó un nuevo ciclo de avances
tecnológicos que duraría hasta el estallido de la Primera Guerra
Mundial.
El petróleo empezó
a competir con el carbón, en tanto que la electricidad fue utilizada por vez
primera como una nueva fuente de energía para hacer funcionar los motores,
iluminar las ciudades y conseguir que las personas se comunicaran
instantáneamente. Se continuó transfiriendo a las máquinas la actividad económica de los seres humanos
Tercera revolución y posteriores avances
Esta revolución,
considerada como “científico-técnica” o “revolución de la inteligencia” se
inició al acabar la Segunda Guerra Mundial y es en las tres décadas últimas
cuando ha ido adquiriendo relevancia en la forma como la sociedad organiza la
actividad económica.
Los avanzados
“softwear” de los ordenadores están invadiendo la mente humana.
Convenientemente programadas, las “máquinas pensantes” pueden realizar
funciones de gestión y administración de los procesos empresariales.
Se considera la tecnología
de comunicación de Internet y las energías renovables como las notas
características de los nuevos avances científicos y técnicos.
Aunque muchos economistas
se apresuraron a señalar que el avance de la tecnología no significaba que el empleo total debía necesariamente disminuir, lo cierto es que se ha visto afectado, según las estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), en su informe “Tendencias mundiales del empleo de 2011”.
Para hacer frente
a la amenaza del desempleo por el impacto de las nuevas tecnologías hay que crear
puestos de trabajo y mantener los antiguos a través de cuantiosas inversiones,
es decir, mediante el crecimiento económico, pero esa posibilidad tiene
límites.
Parece que el
profesor Vassily Leontief (premio Nobel de Economía en 1973) tenía razón cuando
advirtió que “La tecnología elimina más
puestos de trabajo que los que puede crear”. Y en la década de los 90 del pasado siglo
Jeremy Rifkin daba un fuerte aldabonazo con su libro “El fin del trabajo”, en
el que anunciaba el declive de la fuerza de trabajo como efecto de las nuevas
tecnologías, lo cual plantea un formidable reto para la sociedad contemporánea.
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