Se entiende por economía de mercado la organización y asignación de la producción y el consumo de bienes y servicios que surge de la confrontación entre la demanda y oferta en situaciones competitivas. Como ciertas actividades suelen dejarse en manos de las Administraciones Públicas, al modelo resultante se le viene denominando “economía mixta” o “economía mixta de mercado”.
Ante la crisis que estamos viviendo, y que va para largo, hasta los defensores más acérrimos del mercado, los que aseguraban que se autoregulaba, admiten significativas imperfecciones en su funcionamiento, defectos que los manuales de economía tratan como fallos o límites del mercado.
La tipología de tales fallos podemos sintetizarla en los siguientes apartados: competencia imperfecta, externalidades, información imperfecta y pobreza y desigualdad.
Las características de la competencia imperfecta, en forma de monopolios de hecho, oligopolios y competencias monopolísticas, situaciones todas ellas en las que las empresas tienen capacidad para influir de manera significativa en los precios, las señalábamos en la entrada anterior, referente al funcionamiento de los mercados. Vamos a tratar en esta ocasión de explicar brevemente las restantes limitaciones.
Las llamadas externalidades surgen cuando no se incluyen en los precios de mercado algunos efectos secundarios de la producción y el consumo. Los efectos externos crean una divergencia entre los costes y valoraciones privadas y sociales, porque una acción privada puede tener efectos colaterales que afectan a otras personas o entidades. Por ejemplo, echar al rio residuos industriales –una práctica que ha sido habitual entre nosotros- no supone ningún coste para la empresa que se desprende de ellos, pero provoca una externalidad negativa a la comunidad por los costes de limpieza que ocasiona.
Como los costes externos no los padece la entidad que los provoca, los precios de mercado no expresan realmente el valor que comportan los intercambios. Al tomar en consideración el productor menos costes de los que en realidad conlleva su actividad, tiende a caer en situación de ineficiencia por sobreproducción y, para evitarlo, habrá que recurrir a la intervención pública (por ejemplo, establecer un impuesto)
El tercer fallo del mercado es la información imperfecta. La teoría de la competencia perfecta supone que tanto los compradores como los vendedores tienen información completa sobre los bienes y servicios en las transacciones en que intervienen, pero la observación de lo que ocurre en la realidad nos indica que la información es muy desigual entre compradores y vendedores. Por ejemplo, centrándonos en la crisis actual, se supone que las familias que invertían en títulos financieros conocían los riesgos que implicaban sus decisiones de inversión. Sin embargo, no hay más que ver la sorpresa que se han llevado al tratar de liquidar sus títulos, para concluir que disponían de una información imperfecta, en muchos casos no tenían ni idea sobre los riesgos que estaban asumiendo. Es lo que se denomina un caso de información asimétrica. Las entidades creadoras de los títulos conocían muy bien –quizás, no tanto el empleado bancario interlocutor de las familias- los riesgos de impago de las hipotecas “subprime”en las que se basaban los fondos de inversión vendidos, en tanto que lo suscriptores estaban en la creencia de que invertían con bajo riesgo.
Por último, las propiedades de eficiencia de los mercados no garantizan que la distribución de la renta sea equitativa. Una situación de eficiencia puede ser compatible con cualquier distribución de la renta, desde la más igualitaria a la más desigual y, por tanto, con muy distintos niveles de bienestar para los ciudadanos. De hecho, la forma en que los mercados distribuyen la riqueza está produciendo, en palabras del economista Nouriel Roubini, “un enorme desplazamiento de ingresos y prosperidad, un corrimiento desde la clase media a los ricos, del trabajo al capital, de los salarios al beneficio empresarial”
Según el Instituto Nacional de Estadística, el 21,8% de la población española vive por debajo del umbral de riesgo de pobreza (población que dispone entre un 50 y un 60% del ingreso medio), un punto porcentual más que hace un año.
Será necesario, por tanto, dejar a un lado la ficción de que la actividad económica es sólo el proceso de producción y consumo de bienes y servicios con expresión monetaria y llegar a una combinación apropiada de mercado y sector público, instituciones eficientes e incentivos adecuados, con políticas redistributivas para facilitar a toda la población el acceso a una vida digna.
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