La productividad es la relación entre la cantidad de producción obtenida y los recursos utilizados durante un período determinado. Mide la eficiencia de la producción, entendida como el logro del mejor rendimiento utilizando el mínimo de recursos. Hay señales de que las estadísticas no logran captar las reducciones de los índices de precios y la mejora de la calidad de los productos que trae el avance de las tecnologías digitales, lo cual puede llevar a que se subestime el crecimiento de la productividad.
El método para calcular la productividad por cada recurso o factor (trabajo, capital…) es el cociente entre la producción lograda y el volumen de recurso utilizado. Así, para calcular la productividad de un país podemos dividir su Producto Interior Bruto (PIB) entre el número de horas trabajadas. El resultado permite conocer el avance de la actividad económica del país, impulsado por lo que cada trabajador produce por hora, que se denomina “productividad aparente del trabajo”.
En la capacidad de producir más, sin trabajar más horas, influyen el capital físico a disposición de los trabajadores, el capital o potencial humano y la denominada productividad total de lo factores (PTF). Resulta evidente que más bienes de equipo o más educación y capacitación profesional dan la posibilidad de aumentar la producción sin necesidad de mayor dedicación de tiempo, al intensificar el uso de capital físico o la capacidad de los trabajadores. El aumento de la PTF proviene de mejoras tecnológicas y organizativas, que dan lugar a una combinación más eficiente del capital y el trabajo.
La competitividad es un concepto más amplio. Supone la capacidad de una organización para mantener ventajas comparativas, desarrollando conocimientos y habilidades que hagan posible alcanzar o superar la posición de sus competidores. Es una orientación estratégica hacia el entorno, que caracteriza a una organización eficiente y eficaz.
La competitividad de las empresas puede apoyarse en el precio o en la calidad. En el primer caso se ofrecen los productos a menor precio que los competidores sin reducir el beneficio, a base de menores costos de producción, que pueden haberse conseguido con una mejor tecnología, el aumento de productividad o la reducción de los costes del trabajo.
En el segundo caso, una mejora en la calidad del producto, en la imagen o en el servicio de logística, entre otros elementos, pueden permitir a la empresa facturar su producto a mayor precio que los competidores
En España, las empresas se han apoyado sobre todo en los menores precios que permiten los descensos de los salarios reales. Así, los costes laborales unitarios, calculados como cociente entre la remuneración por asalariado y la productividad, han descendido en la última década cerca del 4%, cuando en la Eurozona han aumentado más del 12%.
La reducción de los costes laborales unitarios, sin que la productividad apenas haya variado, indica un ajuste a la baja de los salarios. Las retribuciones laborales han descendido durante la recuperación económica, en tanto que aumentaban en otros países europeos, lo cual ha servido para recuperar la competitividad exterior perdida por las empresas españolas durante los años de la burbuja inmobiliaria.
Un país no puede prosperar de modo sostenible sin el incremento de la productividad. Se requiere para ello mayor nivel de inversión en I+D+i y en nuevas tecnologías, así como una notable mejora en los resultados del sistema educativo y la superación de la precariedad laboral. En definitiva, un esfuerzo para aproximar la realidad española a las posiciones y prácticas de nuestros socios europeos avanzados.
El método para calcular la productividad por cada recurso o factor (trabajo, capital…) es el cociente entre la producción lograda y el volumen de recurso utilizado. Así, para calcular la productividad de un país podemos dividir su Producto Interior Bruto (PIB) entre el número de horas trabajadas. El resultado permite conocer el avance de la actividad económica del país, impulsado por lo que cada trabajador produce por hora, que se denomina “productividad aparente del trabajo”.
En la capacidad de producir más, sin trabajar más horas, influyen el capital físico a disposición de los trabajadores, el capital o potencial humano y la denominada productividad total de lo factores (PTF). Resulta evidente que más bienes de equipo o más educación y capacitación profesional dan la posibilidad de aumentar la producción sin necesidad de mayor dedicación de tiempo, al intensificar el uso de capital físico o la capacidad de los trabajadores. El aumento de la PTF proviene de mejoras tecnológicas y organizativas, que dan lugar a una combinación más eficiente del capital y el trabajo.
La competitividad es un concepto más amplio. Supone la capacidad de una organización para mantener ventajas comparativas, desarrollando conocimientos y habilidades que hagan posible alcanzar o superar la posición de sus competidores. Es una orientación estratégica hacia el entorno, que caracteriza a una organización eficiente y eficaz.
La competitividad de las empresas puede apoyarse en el precio o en la calidad. En el primer caso se ofrecen los productos a menor precio que los competidores sin reducir el beneficio, a base de menores costos de producción, que pueden haberse conseguido con una mejor tecnología, el aumento de productividad o la reducción de los costes del trabajo.
En el segundo caso, una mejora en la calidad del producto, en la imagen o en el servicio de logística, entre otros elementos, pueden permitir a la empresa facturar su producto a mayor precio que los competidores
En España, las empresas se han apoyado sobre todo en los menores precios que permiten los descensos de los salarios reales. Así, los costes laborales unitarios, calculados como cociente entre la remuneración por asalariado y la productividad, han descendido en la última década cerca del 4%, cuando en la Eurozona han aumentado más del 12%.
La reducción de los costes laborales unitarios, sin que la productividad apenas haya variado, indica un ajuste a la baja de los salarios. Las retribuciones laborales han descendido durante la recuperación económica, en tanto que aumentaban en otros países europeos, lo cual ha servido para recuperar la competitividad exterior perdida por las empresas españolas durante los años de la burbuja inmobiliaria.
Un país no puede prosperar de modo sostenible sin el incremento de la productividad. Se requiere para ello mayor nivel de inversión en I+D+i y en nuevas tecnologías, así como una notable mejora en los resultados del sistema educativo y la superación de la precariedad laboral. En definitiva, un esfuerzo para aproximar la realidad española a las posiciones y prácticas de nuestros socios europeos avanzados.