En las sociedades desarrolladas se está produciendo más cantidad de bienes y servicios que en los años precedentes, con mayor inversión de capital físico (edificios y equipos productivos), pero ocupando a menos trabajadores. La productividad ha aumentado y presiona a la baja al volumen de salarios de la clase media.
Un investigador norteamericano señala que, por ejemplo, los ordenadores han conseguido que la industria sea más productiva, automatizando tareas rutinarias, lo cual ha abaratado los bienes, pero los trabajadores del sector tienen un perfil de formación más elevado y se han eliminado millones de puestos de trabajo en líneas de ensamblaje.
Observamos en el gráfico que, en el último cuarto de siglo, en la industria estadounidense, mientras que la productividad creció un 115% y la producción el 45,6%, el empleo descendió un 33,3%. La automatización y las tecnología de la información pueden considerarse como los mayores provocadores de este cambio.
También en la Eurozona se está implantando en el mercado laboral una tendencia hacia la polarización del trabajo y, por tanto, de los salarios. El aumento del empleo es, sobre todo, o bien en ocupaciones de cualificaciones y salarios altos, o bien, en cualificaciones y salarios bajos.
La consecuencia es que el modelo de vida que imperaba en Europa desde mediados del siglo XX (casa de tamaño razonable, educación para los hijos, sanidad pública y una pensión asegurada) se está convirtiendo en un dominio exclusivo de las rentas altas.
En España, la reciente crisis ha golpeado más a los sectores sociales de menor nivel de renta. Una parte creciente de la clase media ha ido reconociéndose como de clase media-baja según avanzaba la crisis (2008-2014). Este proceso ha sido más intenso en dos sectores: los inmigrantes y los más jóvenes.
Los millones de inmigrantes que encontraron trabajo en la construcción y los servicios han sido los primeros en verse afectados por el deterioro laboral y la pérdida de ingresos. El riesgo de pobreza en este colectivo ha pasado en unos pocos años del 30% al 50%, cuando en la población autónoma se mantiene en el 20%. En cuanto a los jóvenes, la falta de ingresos les fuerza a seguir residiendo en el domicilio de los padres y a depender de los ingresos de otros familiares.
Aunque algunos prefieren mostrar cautela ante esta evolución social, argumentando el enorme aumento de la clase media en el último siglo, no cabe duda de que el reciente proceso de degradación ha decepcionado profundamente a todos aquellos que pensaban que si uno trabajaba duro, era honrado y ahorrador, el porvenir le iría bien y podría ofrecerle a sus hijos una vida mejor.
Un investigador norteamericano señala que, por ejemplo, los ordenadores han conseguido que la industria sea más productiva, automatizando tareas rutinarias, lo cual ha abaratado los bienes, pero los trabajadores del sector tienen un perfil de formación más elevado y se han eliminado millones de puestos de trabajo en líneas de ensamblaje.
Observamos en el gráfico que, en el último cuarto de siglo, en la industria estadounidense, mientras que la productividad creció un 115% y la producción el 45,6%, el empleo descendió un 33,3%. La automatización y las tecnología de la información pueden considerarse como los mayores provocadores de este cambio.
También en la Eurozona se está implantando en el mercado laboral una tendencia hacia la polarización del trabajo y, por tanto, de los salarios. El aumento del empleo es, sobre todo, o bien en ocupaciones de cualificaciones y salarios altos, o bien, en cualificaciones y salarios bajos.
La consecuencia es que el modelo de vida que imperaba en Europa desde mediados del siglo XX (casa de tamaño razonable, educación para los hijos, sanidad pública y una pensión asegurada) se está convirtiendo en un dominio exclusivo de las rentas altas.
En España, la reciente crisis ha golpeado más a los sectores sociales de menor nivel de renta. Una parte creciente de la clase media ha ido reconociéndose como de clase media-baja según avanzaba la crisis (2008-2014). Este proceso ha sido más intenso en dos sectores: los inmigrantes y los más jóvenes.
Los millones de inmigrantes que encontraron trabajo en la construcción y los servicios han sido los primeros en verse afectados por el deterioro laboral y la pérdida de ingresos. El riesgo de pobreza en este colectivo ha pasado en unos pocos años del 30% al 50%, cuando en la población autónoma se mantiene en el 20%. En cuanto a los jóvenes, la falta de ingresos les fuerza a seguir residiendo en el domicilio de los padres y a depender de los ingresos de otros familiares.
Aunque algunos prefieren mostrar cautela ante esta evolución social, argumentando el enorme aumento de la clase media en el último siglo, no cabe duda de que el reciente proceso de degradación ha decepcionado profundamente a todos aquellos que pensaban que si uno trabajaba duro, era honrado y ahorrador, el porvenir le iría bien y podría ofrecerle a sus hijos una vida mejor.